Explica don Eduardo Lizano en su escrito Acerca del ¿qué? y el ¿cómo? que en la primera mitad del Siglo XX se decía que el mejor ministro de Hacienda era un buen precio internacional del café. En esa época, el país basaba su desarrollo en el modelo agroexportador y el café junto con el banano representaban la mayor cantidad de las ventas costarricenses al exterior.
La situación de la industria cafetalera ha cambiado drásticamente desde esa época. No solo el país viró su atención hacia la diversificación de las exportaciones, justamente para no depender solo de un manojo de productos, pero también para promover actividades que generaran un mayor valor agregado para el país y la contratación de mano de obra mucho más preparada. Posteriormente, el país viró hacia un modelo de desarrollo enfocado en la atracción de inversión extranjera directa, basado en el crecimiento de la economía terciaria o de los servicios.
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Paulatinamente, el sector agrícola ha venido perdiendo terreno dentro de la producción costarricense. Por un lado, el proceso de desgravación arancelaria condujo el pasaje de promover las exportaciones de productos agrícolas a incentivar su importación. Por otro lado, en el caso puntual del café surgieron en el mundo nuevos grandes competidores como Vietnam, Indonesia, Etiopía y la India, que redujeron el precio internacional y crearon un incremento estable en la producción mundial a medida que se expandía el consumo mundial de café. Así, el precio del café ya no depende tanto de lo que ocurre con el clima en Brasil. Hoy los precios del café en valores nominales son menores a los que existían en los años 70.
A pesar de la importancia que representó el café para Costa Rica en el pasado, el país nunca ha sido un participante importante en el mercado mundial. Claramente el peso del sector ha venido a menos dentro de la producción nacional y es difícil que estas tendencias se reviertan. Por ejemplo, el café pasó de representar casi el 10% de las exportaciones en 1997 a menos del 2% en 2023. En este periodo la producción se redujo a la mitad y, en los últimos 10 años, la cantidad de productores cayó de 50.608 a 26.735.
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La productividad del café también ha caído, lo cual resta competitividad internacional a nuestros productores. La cantidad de fanegas producidas por hectárea pasó de 28,8 en 2001 a 20,4 en 2023, lo que representa una reducción de casi 30%. Una parte de esta caída en productividad se explica por la relocalización de los terrenos sembrados del Valle Central hacia zonas más alejadas, pues es más lucrativo vender terrenos céntricos para desarrollo inmobiliario en lugar de mantenerlos para la actividad agrícola.
Otra razón es la escasez de la mano de obra, pues el desarrollo de la actividad de los servicios ha creado personas más capacitadas, más cara para los sectores agrícolas y menos dispuesta a participar en esas actividades. Hay que recordar que el ciclo lectivo costarricense estaba definido en función de la producción cafetalera para disponer de los jóvenes en época de cosecha. En nuestros días son excepcionales los estudiantes que dedican una parte de su tiempo a recolectar café.
Al mismo tiempo, hoy el país debe competir más por calidad que por cantidad. De hecho, el café costarricense tiene muy buena reputación en mercados internacionales. Sin embargo, ello obliga a utilizar terrenos más aptos para la producción y a utilizar mano de obra más selecta dentro de la que está disponible para la actividad. Esto eleva los costos y reduce la producción por hectárea, lo cual hace que la producción no sea rentable para todos los productores. A su vez, hay más países vecinos que quieren imitar ese modelo costarricense y tienen la ventaja de poder hacerlo a menores costos. De hecho, Costa Rica importa para consumo local café procedente de Nicaragua, Guatemala, Perú y Honduras.
En síntesis, el café ya no es una actividad tan lucrativa como antes, lo que hace que sean pocas las nuevas generaciones que quieran seguir apostando por este negocio. Es muy probable que la producción mantenga estas tendencias y que el sector siga contrayéndose poco a poco. El café pasó de mover el desarrollo del país a casi no mover la aguja.
En cambio, el modelo que tenemos ahora se basa en la atracción de inversiones internacionales, por encima del turismo. Este modelo depende en gran medida de una industria que podría tocar techo.
Si alguna enseñanza podemos obtener de la experiencia del café es preguntarnos si estamos bien así y encaminados a más desarrollo o estamos llegando a una meseta. Por tanto, debemos hacernos grandes preguntas sobre cómo mejorar nuestra productividad y diseñar mejores políticas públicas para hacernos más competitivos, diversificar aun más nuestra producción en lugar de depender de incentivos fiscales para atraer inversiones del exterior.