Conocí a Cecilia Sánchez a inicios de los años setenta , participamos en muchas luchas estudiantiles, y desde entonces he guardado gran admiración por una mujer comprometida con principios.
Su llegada al Ministerio de Justicia me dió grandes esperanzas pues he escrito en esta columna sobre la barbaridad del hacinamiento carcelario y las políticas simplistas que han llevado a una inflación penal creciente que no logra detener los nuevos fenómenos criminales.
Cecilia como ministra ha logrado cosas importantes, a pesar de las montañas de insultos y agravios de los partidarios de la mano dura contra una política penitenciaria humanista, inteligente y democrática.
Sánchez ha partido de un principio fundamental: el respeto a la dignidad de la persona. Los condenados por delitos no pierden su humanidad, tan solo la libertad. El preso sigue teniendo derecho a la salud, la educación, la recreación y a la vida.
La teoría que el delito los transforma en enemigos absolutos de la sociedad y los priva de todo derecho por su ruptura con el contrato social es simplista, viola los derechos humanos y lleva a políticas criminales de venganza.
La sanción de los delitos se debe dar con respeto por los derechos fundamentales de imputados y condenados, con estricto apego al estado de derecho, pensando en la futura reinserción de los sentenciados y en la reparación para los ofendidos.
Cecilia Sánchez ha insistido que los privados de libertad son seres humanos. El núcleo central de la civilización reside en este reconocimiento. Las faltas , por más grandes que estás sean, no deben reducir a un ser humano a la categoría de objeto, sobre el cual, otros seres humanos pueden cometer tratos crueles y degradantes.
Nos regimos por la constitución y las leyes, no por el capricho de los carceleros, el derecho penal no es igual a tortura y a suplicio.
Muchas gracias Cecilia, nos has recordado que el valor principal es nuestra común humanidad y no el castigo por el castigo.