Los mares son recorridos por olas pero también por corrientes de fondo que mueven las grandes masas marinas, algo similar ocurre con la política, existen coyunturas y también factores estructurales.
Al analizar este gobierno se corre el riesgo de olvidar los procesos de fondo. Algunos caen en el sicologismo, todos los extravíos actuales obedecerían a la particular personalidad del presidente. Para otros, el origen tecnocrático del mandatario es causa de una nueva infiltración neoliberal. No faltan quienes recurren al ultraderechismo del recién llegado.
El problema es más complejo, tiene carácter estructural y antecedentes históricos, aunque la sicología, la ideología y el mito del hombre fuerte contribuyen a la explicación.
Rodrigo Chaves no es una ola aislada, es el síntoma del deterioro del sistema político. Implosión del sistema bipartidista, escándalos de corrupción, desigualdades territoriales y sociales, resentimientos, descontentos por el distanciamiento de los políticos con la gente, miedos ante la inseguridad, todos factores acumulados para la victoria de un partido taxi.
El fantasma populista recorre el mundo, desde Holanda y Hungría, pasando por Trump, Bolsonaro, Meloni y Milei. El populismo no es una ideología como el comunismo o el liberalismo, sino un método para redefinir fronteras políticas, desde una visión binaria: nosotros los buenos, contra ellos, los malos.
El discurso populista es catastrofista, estamos al borde del apocalipsis; preñado de nostalgia postula que todo tiempo pasado fue mejor. Su visión simplista de la realidad construye un pueblo homogéneo, sin otra diferenciación que su contraposición con la casta y las élites, en nuestro caso los ticos con corona.
La crisis estructural deriva de la crisis de la representación, de la percepción de los ciudadanos que los políticos no los representan y que una vez pasadas las elecciones sólo buscan sus propios intereses. Los ciudadanos sienten que los de arriba se reparten con cuchara grande y los de abajo quedan atrás. La gente ya no cree en nada, pero llega a creer en cualquier cosa.
En Europa y en los Estados Unidos el populismo de ultraderecha se nutre de la xenofobia frente a los migrantes, del antieuropeísmo y de la islamofobia. En América Latina hay algunas reacciones ante los migrantes, pero el populismo surge del rechazo al progresismo y del deterioro de la economía, asociado a sermones religiosos que buscan restaurar valores tradicionales.
La corriente de fondo populista comenzó en Costa Rica con el inicio de siglo. Abel Pacheco se presentó como hombre popular, apoyado en su pasado mediático y destrozó al PUSC. Pacheco buscaba la reivindicación del pasado rural, su última plaza pública tenía una vivienda campesina y matas de plátano.
Luego vino Otón Solís con su ética absolutista que pescó en las aguas de las acusaciones de corrupción para presentarse como el incorruptible, haciendo ingresar al PAC al sistema de partidos.
La siguiente insurrección antipartidaria se originó en Luis Guillermo Solís, exsecretario del PLN, quien quiso borrar del mapa a los partidos tradicionales, con su imagen de profesor alejado de la política.
Esta primera ola de populismo ligth finalizó con Carlos Alvarado, quien logró movilizar al electorado frente al peligro del fanatismo religioso. Ensayó una coalición fallida con la derecha económica del Partido Unidad Social Cristiana y logró una reforma fiscal que ha dado resultados, pero fue condenado al repudio ciudadano en las encuestas, su partido desapareció en las elecciones de 2022.
Nuevo episodio
Estas elecciones marcaron la emergencia de una corriente populista de fondo. El candidato hizo campaña intensa sin pasado alguno por el que responder, luego de varias décadas de ausencia y sin experiencia política, atacó la corrupción de los partidos, ofreciendo devolverle la felicidad a Costa Rica. Fustigó a los principales medios de información, calificándolos de prensa canalla.
El exfuncionario del Banco Mundial, de verbo intenso, canalizó todos los resentimientos y agravios de una nación que trataba de recuperarse del golpe de la pandemia.
Una vez en el gobierno su mesianismo ha entrado en colisión con la institucionalidad de los otros poderes a los que ha señalado como responsables de todos los males.
El respeto al estado de derecho ha sido puesto en duda por violaciones a libertades fundamentales, como la libertad de prensa y de expresión; sin embargo, estas han sido salvaguardadas por la Corte Suprema de Justicia.
El respaldo legítimo y levemente mayoritario en las elecciones no autorizaba a Chaves a violar las leyes y la Constitución.
La independencia del poder judicial se ha fortalecido con fallos que engrandecen nuestro estado de derecho, aunque el presidente muestre siempre su disgusto con el garantismo constitucional y el liberalismo político.
La institucionalidad ha puesto límites a la pulsión populista, las leyes están por encima del poder del ejecutivo, se ha limitado el abuso de poder y la arbitrariedad. La primacía del derecho sigue siendo garantía para la estabilidad social y económica, a pesar de la inestabilidad del ejecutivo y sus confrontaciones con los jueces.
La relación con la Asamblea Legislativa evidencia también el síndrome populista. El mandatario pareciera creer que la única expresión de soberanía proviene de la elección presidencial, cuando la legitimidad de los diputados surge también de la voluntad popular y se expresa en la diversidad parlamentaria. La ciudadanía no quiso darle todo el poder y lo repartió entre los actores políticos. El equilibrio de poderes institucionales es realidad jurídica y fáctica.
La separación de poderes ha incomodado al presidente, develando una vez más un espíritu populista con tintes autoritarios, expresado en un discurso que da órdenes tajantes, amenaza con dinamitar puentes y decapitaciones políticas, confronta a la Contraloría y evade responsabilidades, lo que perjudica su legitimidad de ejercicio.
La aparición de esta corriente populista en nuestro sistema político debe llamarnos a la reflexión. La desafección política expresada en casi un 80% de ciudadanos sin identidad partidaria y el aumento de impopularidad del presidente, podría expresarse en proliferación de actores que dándose cuenta de la posibilidad de llegar al gobierno sin equipo, ni experiencia, consigan triunfar en la próxima elección.
Estaríamos frente a un ganador, igualmente inexperto, pero con mayoría parlamentaria que le podría permitir desarticular nuestra institucionalidad democrática.
El autor es politólogo, profesor universitario y exdiputado.