CIUDAD DE MÉXICO, PROJECT SYNDICATE – Pese al nombramiento de un hispano (Marco Rubio) como secretario de Estado de los Estados Unidos, América Latina no ha tenido un lugar destacado en la política exterior y comercial del presidente Donald Trump durante sus primeros cien días de gobierno. Pero la región no se ha librado de las consecuencias de sus polémicas decisiones en política migratoria, comercial, exterior o contra el narcotráfico. Y peor aún, todo indica que las turbulencias continuarán.
En ningún país latinoamericano se ha sentido con tanta intensidad el regreso de Trump a la Casa Blanca como en México. Sin embargo, muchas de sus amenazas más extremas (por ejemplo la deportación masiva de mexicanos y otros inmigrantes) no se han materializado. Esto se debe en parte a que la cantidad de personas que entran a los Estados Unidos sin papeles (una categoría que incluía a muchos de los deportados durante la presidencia de Joe Biden) es mucho menor que antes, y en parte a que encontrar y expulsar a extranjeros indocumentados es una pesadilla logística. Por eso los numerosos albergues que preparó a toda prisa el gobierno mexicano para los deportados siguen en general vacíos (aunque esto puede cambiar en el futuro).
Tampoco han prosperado las medidas que prometió Trump contra los cárteles narcotraficantes mexicanos. Aunque designó a algunos como organizaciones terroristas extranjeras, lo que permite a su gobierno imponer sanciones económicas y emprender acciones militares contra esos grupos, no ha llegado a poner en práctica esas medidas. Las incursiones con drones y aviones espía en espacio aéreo mexicano han aumentado, pero ya ocurrían durante la presidencia de Biden.
En cuanto al comercio internacional, seguirle la pista a cada nuevo anuncio de aranceles (y su posterior suspensión) para un país como México (destinatario de un trato «especial» de Trump) es innegablemente difícil. Es verdad que México quedó exento de la ronda más reciente de aranceles «recíprocos» de Trump y del gravamen mínimo del 10% impuesto durante la suspensión de aquellos por noventa días. Pero sigue sujeto a un arancel del 25% a todas las exportaciones no cubiertas por el Acuerdo Estados Unidos‑México‑Canadá (el objetivo presunto es combatir el tráfico de fentanilo y la inmigración ilegal) y a un arancel del 25% sobre el acero, el aluminio, los automóviles y las autopartes. Tal vez a otros países les esté yendo peor, pero México no es inmune a la guerra comercial de Trump.
Varios países de América Central y del Sur también han sufrido los embates de la guerra comercial intermitente de Trump. Los aranceles «recíprocos» dieron un duro golpe en particular a los otros diez países (incluidos Chile, Colombia y Perú) que firmaron tratados de libre comercio (TLC) con los Estados Unidos, incluso si sus aranceles eran comparativamente bajos. Ni siquiera se salvó de la acometida El Salvador (que también tiene un TLC con los Estados Unidos), a pesar de la estrecha relación entre su presidente Nayib Bukele y Trump. Otros países (por ejemplo Brasil) padecen el arancel del 25% al acero. Además, el evidente desdén de la administración Trump por el libre comercio también ha anulado las esperanzas de Argentina de firmar un TLC con Estados Unidos.
Pero el hecho más importante es la cooperación de muchos países centroamericanos con el gobierno estadounidense en materia migratoria. Guatemala, Honduras, El Salvador e incluso Nicaragua han aceptado recibir a ciudadanos de otros países deportados desde Estados Unidos. Aunque el ejemplo del que más se habló son los más o menos 200 venezolanos expulsados y enviados al infame Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador, hay muchos otros. Hasta ahora, las deportaciones han sido relativamente pocas (en gran medida, por las mismas razones que en el caso de México), pero pueden aumentar en cualquier momento. Sin embargo, acuerdos de esta naturaleza no son nada nuevo. Guatemala, Honduras y El Salvador (el «triángulo del norte») llevan mucho tiempo actuando como «tercer país seguro» para los Estados Unidos, y seguirán haciéndolo.
A Panamá le ha ido mucho peor, ya que se convirtió en campo de batalla de la rivalidad sinoestadounidense. Trump quiere recuperar el Canal de Panamá, y nadie sabe lo que está dispuesto a hacer para lograrlo. Al parecer, el gobierno chino ha frenado una presunta concesión panameña (la venta de dos puertos de propiedad china a BlackRock). El creciente conflicto geopolítico y económico entre las dos superpotencias no augura nada bueno para el futuro del país istmeño.
Trump también tiene en la mira a Venezuela y Cuba. La ambivalencia inicial de su gobierno hacia Venezuela (el equipo de Trump estaba negociando vuelos de deportación con el régimen del presidente Nicolás Maduro al mismo tiempo que cancelaba el permiso de Chevron para extraer y exportar petróleo venezolano) dio paso en poco tiempo a una campaña de «máxima presión», que incluye un arancel del 25% a los países que importen petróleo venezolano y la ampliación de sanciones ya vigentes.
Se rumorea que los negociadores de Trump han llegado a un acuerdo con la oposición venezolana, por el cual, a cambio de derrocar a Maduro, Estados Unidos recibiría acceso irrestricto a las inmensas reservas de petróleo de Venezuela (pero no ha habido modo de corroborarlo). En cualquier caso, es improbable que Trump y Rubio moderen su estrategia agresiva, incluso si endurecer las sanciones aumenta la cantidad de venezolanos que huyen de su país.
Lo mismo vale para Cuba. Lo único que conseguirá una política más dura será aumentar los padecimientos económicos de la isla y alentar el éxodo de cubanos, que en algunos casos huirán a Estados Unidos. Pero es probable que la ascendencia cubano‑estadounidense de Rubio le impida adoptar una estrategia realista. En vez de eso, tal vez Washington refuerce el embargo económico a Cuba, restringiendo todavía más los viajes y envíos de remesas. Y si Trump impone sanciones secundarias (como las que impuso a Venezuela), el resultado para los cubanos sólo será más pobreza y desesperación.
Aunque la atención de Trump esté en otro lugar, los países latinoamericanos no son inmunes a las consecuencias de sus decisiones. El creciente conflicto sinoestadounidense, la amenaza de que la incipiente guerra comercial provoque una recesión global y el debilitamiento de las instituciones internacionales tendrán, como es tradición, amplias consecuencias para la región, incluidos aquellos países que se han mantenido fuera del radar del presidente estadounidense.
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El autor es exministro de asuntos exteriores de México, es profesor en la Universidad de Nueva York y autor de America Through Foreign Eyes (Oxford University Press, 2020).