La arquitectura financiera internacional heredada de la posguerra ya no está lo suficientemente adaptada al aumento de las desigualdades, los desafíos climáticos, la pérdida de biodiversidad y los desafíos de la salud pública característicos del siglo XXI. Las respuestas de la comunidad internacional son, en la actualidad, fragmentadas, parciales e insuficientes. Por una parte, los recursos desplegados en condiciones favorables por parte de las instituciones de desarrollo no producen todo su potencial, en particular en términos de impacto, de cofinanciación y de adecuación a las necesidades de los países. Por otra parte, el encarecimiento de las condiciones de financiamiento y el incremento del endeudamiento frenan las inversiones en los países en desarrollo, dejándolos sin los recursos necesarios para hacer frente a sus desafíos.
La solidaridad internacional es, no obstante, más indispensable que nunca en un contexto de multiplicación de crisis que fragilizan aún más a los países más pobres y vulnerables. Para permitir a las naciones más expuestas salir de la crisis de la covid-19, enfrentar las consecuencias de la agresión de Rusia a Ucrania para su seguridad alimentaria y energética, así como financiar el altísimo costo de la transición climática y de las consecuencias de los eventos climáticos extremos, es indispensable llevar a cabo un cambio de escala.
El sistema financiero internacional, diseñado en el marco de los acuerdos de Bretton Woods, está llegando a su límite en un momento en el que dos riesgos de envergadura amenazan el porvenir de nuestro planeta: en primer lugar, un apoyo insuficiente al desarrollo y a la protección de los bienes públicos mundiales, como consecuencia de la escasez de los recursos movilizados; en segundo lugar y ante todo, un riesgo de fragmentación geopolítica en un contexto en el cual necesitamos un multilateralismo eficaz y una cooperación reforzada.
Numerosos países del G7 y del G20, así como diversas organizaciones y asociaciones, comparten con Francia esta constatación y desean impulsar esta misma convicción: debemos actuar rápido y en conjunto para corregir los desequilibrios y las injusticias que generan estas fracturas. Llamamos, así, el día de hoy, a una revisión de nuestro programa y a un aumento brusco de la financiación. Debemos cambiar, juntos, nuestro sistema financiero internacional para que tenga una mayor capacidad de reacción y sea más justo y solidario para luchar contra las desigualdades, financiar la transición climática y la protección de la biodiversidad y acercarnos a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
Ese el objetivo de la Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Mundial, que tendrá lugar los días 22 y 23 de junio próximos en París. Sera una cumbre inclusiva: cada país, cada sensibilidad y cada propuesta deberá tener su lugar. Costa Rica podrá desempeñar un papel de liderazgo compartiendo su experiencia, en particular de instrumentos financieros novadores como el mécanismo de Pago por Servicios Ambiantales (PSA), y presentando sus propuestas para este nuevo pacto financiero mundial.
Esta cumbre se inscribe en una dinámica positiva que incluye el lanzamiento de la reforma del Banco Mundial, la Presidencia india del G20 y la brasileña el año próximo, la revisión intermedia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y los compromisos adoptados en el marco de las COP. Cada uno es un motivo de esperanza para mantener nuestro ímpetu. Ya se ha dado inicio a diversas soluciones tangibles: el Club de París y el G20 han lanzado una iniciativa de tratamiento de la deuda y Francia juega un papel crucial en la implementación de soluciones coordinadas en este marco común. Hemos propuesto y obtenido la movilización de $100.000 millones en derechos especiales de giro del Fondo Monetario Internacional (FMI) en beneficio de los países más vulnerables. Todos los países que pueden deben participar de este esfuerzo. Muchos bancos multilaterales de desarrollo han comenzado a responder a las peticiones del G20 mediante la implementación de un conjunto de primeras medidas de optimización del capital para aumentar su capacidad de préstamo.
Pero hoy hay que ir más lejos, inspirándonos, por ejemplo, de la Iniciativa de Bridgetown, un conjunto de soluciones innovadoras impulsado por Barbados para enfrentar la vulnerabilidad climática que afecta a numerosos países en desarrollo y de ingresos medios.
Vamos a impulsar un programa de reformas de los bancos de desarrollo y del FMI para financiar mejor nuestras respuestas a los desafíos globales, así como a los países que más lo necesitan. Es un programa de mejora de la utilización del capital y de los instrumentos existentes y de promoción de enfoques y de mecanismos innovadores para acompañar a los países más pobres y vulnerables. Es también la voluntad de movilizar aún más las financiaciones privadas mediante mecanismos de garantía y de distribución de riesgos, con el fin de reorientar los flujos financieros hacia dichos países para poder apoyar al sector privado local y a las infraestructuras sostenibles. Este programa supone una mayor movilización de nuestros instrumentos y de financiaciones nuevas e innovadoras, tanto públicas como privadas.
Para ser más eficaces, nuestras instituciones financieras internacionales deben comprometerse aún más de lo que lo hacen hoy para trabajar mejor juntos, sin dejar de movilizar mejor el ahorro privado. Para ser más inclusivos debemos dar un lugar más importante a los países más vulnerables en los foros internacionales.
La Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Mundial pondrá en primer plano los desafíos internacionales en materia financiera. La presencia de numerosos jefes de Estado y de Gobierno dará el impulso necesario para obtener las transformaciones que se imponen.
No debemos elegir entre la lucha contra la pobreza, la lucha contra el calentamiento global y sus consecuencias y la protección de la biodiversidad. La transición justa es la única respuesta.
*La autora es embajadora de Francia en Costa Rica.