Las últimas semanas hacen reflexionar sobre la importancia de la moderación del lenguaje en las luchas políticas.
La política democrática no puede ser entendida como guerra sino como intercambio de argumentos, vehementes cierto, pero en búsqueda del entendimiento y no del enfrentamiento.
El insulto sale sobrando, lo que hace es polarizar y dividir, acercándonos a la visión bélica de la discusión política.
La discrepancia ciudadana no puede plantear el debate en términos de amigos y enemigos, en democracia hay adversarios, se trata de convencerlos sin excluirlos. Quien piensa diferente no es un contrincante, las discrepancias no se dirimen con violencia.
Una versión de guerra política es la judicialización de la vida pública, que pretende anular al otro y encerrarlo. Podemos dudar y discutir, pero el primer momento de la diferencia debe ser la argumentación y no la denuncia en la fiscalía paralizando al contrario.
El derecho a la disidencia y la crítica son consustanciales a la dignidad de la persona, la esencia democrática reside en el pluralismo de opiniones y posiciones. La fantasía de la homogeneidad no es democrática, la igualdad política es comunidad de derechos fundamentales, pero no borra las demás diferencias, para discutirlas y moderarlas está la conversación democrática, esta es polícroma y no monocromática.
También tenemos que entender que la política no es técnica, entregarla a los tecnócratas es renegar de los principios de la representación ciudadana.
Las transformaciones sociales y en los sistemas de comunicación nos han llevado a diversas formas de linchamiento público y a posiciones extremas, como lo ha señalado un experto en comunicación política: “…el despropósito o la provocación blanquean las posiciones extremas (…) No se ven como extremas, sino como histriónicas (…) Y se tienden a disculpar. En la sociedad de los gritos, los insultos o las mentiras parecen más ruido.” El exceso se normaliza.
Como ha dicho el Papa Francisco, tendamos puentes y no levantemos muros.
Construir es el objetivo de una ciudadanía activa, dinamitar la deliberación democrática condena al autoritarismo.