El presidente de Facebook, Mark Zuckerberg, manifestó tiempo atrás una frase que se ha convertido en una joya de la filosofía posmoderna: “Muévete rápido y rompe cosas; sino las rompes no estás moviéndote lo suficientemente rápido”.
Esta frase tiene gran relación con la situación mundial actual, donde los países deben identificar las oportunidades de un “nuevo orden” que ha implicado una reconfiguración de las cadenas de valor, cambios en los flujos de inversión, constantes cambios en la oferta y demanda, y una aceleradísima transformación digital que representa desafíos en materia tecnológica para las naciones y sus organizaciones.
Por años, se han expuesto las enormes oportunidades que tiene Costa Rica para convertirse en un “hub” logístico de distribución hacia la región Centroamericana —e incluso Sudamérica y el Caribe—.
Y sí, el país ofrece condiciones aptas para atraer inversiones de ese tipo: recurso humano calificado, estabilidad política, un buen clima de negocios, un régimen de zonas francas consolidado, relativa seguridad, así como otros elementos que consideran los inversionistas para tomar la decisión de donde establecer su negocio o bien, hacia donde movilizar sus inventarios —refiriéndome estrictamente a las oportunidades en materia logística—.
Incluso Costa Rica ha avanzado en el desarrollo de redes y encadenamientos productivos, denominados “clústeres”, que propician la atracción de inversión extranjera directa y que requieren de un ecosistema logístico que les consolide y potencie.
Desde una perspectiva estrictamente logística, hay mucho camino por recorrer. Si bien la última medición del Índice de Desempeño Logístico del Banco Mundial data del año 2018, sigue siendo una buena referencia de la situación del país: posición 73 a nivel mundial, con una calificación (2,79) que está por debajo del promedio mundial (2,86), y una abismal diferencia con nuestro vecino del sur, Panamá (3,28), nuestro principal competidor en la lucha por esa condición de “hub” para la región.
Por su parte, los resultados en el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial muestran cómo el país ha desmejorado de manera considerable sus mediciones, pasando de la posición 47 en el año 2017 a la posición 62 en el año 2019, entre 141 países, siendo afectado principalmente por elementos como el dinamismo del mercado, así como la estabilidad macroeconómica.
La situación logística realmente no ha mejorado respecto al 2018. Los puestos fronterizos siguen obsoletos, el rezago en materia de infraestructura portuaria en Caldera sigue sin solución, el proyecto del ferry no ha podido materializarse, aún debe optimizarse la operación de la TCM en el Caribe, obras de infraestructura vitales para el país que no avanzan al ritmo deseado —claro ejemplo la Ruta 32—, y por supuesto las enormes oportunidades de mejora existente en modernización de la gestión pública y coordinación interinstitucional.
Si a lo anterior sumamos los desafíos que ha representado la crisis logística mundial, resulta insuficiente la ventajosa posición geográfica del país, el acceso tanto al océano Atlántico como al Pacífico, la apertura comercial —congelada en los últimos años—, el retorno de las aerolíneas posterior a la pandemia, el crecimiento de las exportaciones, las cadenas logísticas desarrolladas en la región, el desarrollo de clústeres, así como el desarrollo y fortalecimiento de la figura de empresas de Servicios de Logística Integral en el régimen de Zonas Francas, que busca atraer la movilización de inventarios a través de nuestro país.
Sobre estas últimas, conocidas como empresas SEL, son una apuesta interesante para el país en materia de atracción de flujos comerciales.
Deben conceptualizarse como entidades cuya actividad consiste en la prestación de servicios de logística, tales como planificación, control y manejo de inventarios, empaque, fraccionamiento, etiquetado, reempaque, reembalaje, agrupamiento y distribución de mercancías, así como otras actividades de valor agregado similares.
La figura pretende brindar servicios no solo a empresas costarricenses, sino también a entidades no domiciliadas, que buscan optimizar su distribución de inventarios en la región. Bajo esta figura, las mercancías ingresan al país con la suspensión del pago de tributos, para que posteriormente sean destinadas ya sea a la importación o bien a la reexportación; se busca a través de este esquema, tener las mercancías más cerca de los clientes, optimizar costos, y una movilización rápida y eficiente de estas, lo que encaja perfectamente con el concepto del nearshoring, una de las tendencias que dejó la pandemia.
Aún y cuando resulta urgente potenciar la figura, se ha tornado complejo en los últimos años alinear a todos los organismos nacionales de política comercial, o entidades que administran comercio, tales como Presidencia, aduanas y los distintos ministerios. La movilización de mercancías a través de las SEL se ha visto limitada en cierto tipo de productos, y aún está el enorme pendiente de implementar un manual de procedimientos aduaneros que brinde claridad y seguridad a las empresas que operan o desean operar bajo esta modalidad.
Una vez que lo anterior se llegue a materializar, el país podría ser más competitivo en la región para atraer inversiones o flujos de mercancías de esta naturaleza, lo que genera importantes encadenamientos en el país y por supuesto, un mayor dinamismo económico.
En nuestra región, Panamá sigue estando a la cabeza en esta materia y países como El Salvador y Guatemala han realizado esfuerzos importantes con figuras similares, por lo que Costa Rica no puede dormirse en los laureles y debe tomar acción inmediata.
Contar con un plan de trabajo de mejora integral del sistema logístico costarricense debe ser prioridad gobierno que asuma labores a partir del mes de mayo. La reactivación económica que requiere el país puede encontrar en la logística una alternativa que mejore y potencie no solo la economía interna, sino que fomente la atracción de inversiones al país, y pueda convertirse en un pilar de apoyo en el desarrollo y consolidación de los clústeres ya existentes. Debe partirse de la premisa de que mejorar los elementos asociados a las cadenas de valor, incide directamente en la competitividad del país.
Costa Rica no solo puede, sino que parece una obligación por fin llegarse a convertir en ese “hub” logístico del que se ha hablado por muchos años; debe hacerse rápido y con convicción, aún y cuando esto implique romper cosas.