La libertad es un concepto tan amplio como el horizonte y tan hermosamente sencillo como la línea recta que lo dibuja. Por su propia simplicidad, requiere que cada uno tenga bien clara su verdadera naturaleza, para que su concepto siempre esté unido a otra noción de igual amplitud e importancia: la responsabilidad, implícita en toda sana mención de libertad. Responsabilidad y libertad son conceptos necesariamente complementarios, pues necesitan el uno del otro para alcanzar su plenitud constructiva.
Cuando unimos ambas ideas, encontramos la belleza conceptual de la libertad unida a un orden que evita el desborde de la primera y de la conducta autodestructiva. Por eso, la genuina libertad es la aceptación voluntaria de sus límites sanos. Mientras aceptemos las fronteras de ser libre, establecidas por los principios éticos, legales y constitucionales, estaremos fortaleciendo la democracia y contribuyendo a mantenerla viva. Ese es el primer ingrediente para sostener la democracia y la libertad.
Pero ¿cómo se logra que todo lo anterior realmente exista; que haya un orden autoimpuesto, capaz de mantener la libertad como bien sostenible? ¿Cómo construir ese orden necesario para delimitar las fronteras de la voluntad personal? De nuevo, se logra con un modelo de organización social que respete el pensamiento individual y que, al convertirse en pensamiento colectivo, se torne en voluntad común. Si nos tomó aproximadamente desde 1889 (fecha conmemorativa) hasta 1949 (actual Constitución) llegar a tener un orden que es casi el ideal para nuestra sociedad, solo nos corresponde ahora continuar perfeccionándolo sin fin, según los tiempos, para fortalecer la democracia y darle más vida. Si nos preguntamos por qué nos interesa, la respuesta es muy breve: porque ha demostrado ser mejor que los regímenes sin democracia y con libertad restringida.
Es así que, en organización social y política, la búsqueda voluntaria de un orden respetuoso de las decisiones individuales y a la vez orientado al bien común, es donde más naturalmente se da esa mezcla ideal de libertad para elegir, responsabilidad para hacer uso de la misma y un entorno capaz de ser libre, precisamente porque la responsabilidad de respetar la ley lo mantiene dentro de los límites de lo constructivo. Todo lo anterior podría constituir una mezcla perfecta de ingredientes, pero obviamente es imperfecta como todo lo humano. Eso sí, es 100% perfectible siempre que lo anterior se reconozca y se asuma la obligación de perfeccionamiento sin fin. Mientras comprendamos que debemos mejorar y fortalecer la democracia por siempre, estaremos fortaleciendo sus más profundas raíces, aquellas de la decisión popular para mantenerla llena de vida.
Dado el carácter dual del concepto de la democracia, así como la obligación sin fin de perfeccionarla, es fundamental que una sociedad, además de comprenderlo bien, lo proteja ideológicamente, crea en él y colabore en la comprensión de su valor entre los ciudadanos. Así como el tiempo pasa y las ideas originales de los grandes pensadores comienzan a tener un sonido aparentemente añejo para algunos, al menos en la misma proporción debemos continuar renovando la expresión de dichas ideas, fortaleciendo sus raíces y los principios básicos que la sostienen.
Es necesario que se sigan valorando la libertad y la democracia, tanto como al principio de su existencia o como sería hoy por contraste, en un régimen totalitario. No es lo mismo lo que se entiende por democracia aquí en nuestro país, que la misma palabra pronunciada en varias naciones cercanas o grandes potencias lejanas y poderosas. Por eso, es necesario que hagamos lo imposible por mantener a tono la realidad con la idea, porque de otra forma, el término democracia pierde significado e importancia. Esas dos condiciones son vitales y deben enseñarse desde la infancia del ciudadano hasta el momento de su participación en procesos políticos: la idea y la realidad como un todo, un solo compromiso. Y eso es responsabilidad de cada ciudadano y de cada gobierno.
Educación y comprensión
Todo lo anterior nos lleva a la conclusión fundamental de esta reflexión. Para que la democracia siga viva debe, poco a poco, irse reformando a sí misma y asegurarse de contar con las condiciones más elementales: el régimen democrático actualizado, así como el ciudadano que lo comprenda y apoye. Para la primera de esas condiciones, el país tendrá que realizar gradualmente varias reformas inteligentes a su sistema electoral, algunas de las cuales ya han sido enviadas por el Tribunal Supremo de Elecciones a la Asamblea Legislativa o están en el escritorio de personas interesadas en nuestra salud democrática.
Pero no hemos hecho nada en relación con la segunda condición, que quizá podría ser la más importante: una ciudadanía realmente orientada hacia la democracia como bien común y conocedora de sus fundamentos y su “sistema operativo”, como dirían los usuarios de informática. Mientras no tengamos una ciudadanía más conocedora de lo que significa, lo que nos da y a lo que nos obliga, así como saber elegir para bien del país, la democracia estará en peligro siempre, porque nada es más tentador que el camino autoritario, además de que los vaivenes de la política y la economía global pueden tener consecuencias incontrolables en nuestro país y, ante un problema fuera de control, puede ser fácil culpar a la democracia.
La solución es clara y evidentemente de la máxima urgencia para nuestra forma de vida: el tiempo que logremos sostener nuestra democracia y libertad depende ante todo de incluir la educación cívica en la formación de los futuros ciudadanos desde temprana edad. Lo anterior requiere, además, mejorar el nivel general de la educación. Si hablamos de reformas, esa es la más importante, urgente e impostergable: educar para formar ciudadanas y ciudadanos cívicamente aptos.
Costa Rica es naturaleza, paz y vida. Esa paz y esa vida en gran parte obedecen también a nuestra naturaleza política democrática. Sigamos cultivándola porque, de lo contrario, será difícil sostenerlas. En cambio, si de forma proactiva educamos a la niñez y a la juventud, si volvemos a cultivar la conciencia democrática de los ciudadanos y si hacemos paulatinamente las reformas necesarias, la democracia será para siempre. Lo dijo muy claro Theodore Roosevelt: “Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia.”
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El autor es consultor en comunicación estratégica.