En el 2004 Costa Rica vivió una aguda crisis de reputación corporativa.
Han transcurrido 13 años desde que nuestro país fue sacudido por constantes revelaciones periodísticas y judiciales en torno a los escándalos de corrupción denominados ICE-Alcatel y Caja-Fischel, en los cuales instituciones del Estado se aliaron con empresas privadas para realizar actos ilícitos en los que se movieron sumas millonarias de dinero.
No vamos a repasar aquí los pormenores de ese año que golpeó el estado de ánimo y la autoestima del país. Pero sí vamos a recordar que EF seleccionó a don Richard Beck como el Empresario del Año 2004 con el objetivo de hacer un llamado a la esperanza.
Fundador de la Bolsa Nacional de Valores, la Unión de Cámaras y el Incae, así como poseedor en ese entonces de una ejemplar trayectoria empresarial de más de 40 años en Kativo, Atlas y Banex, e impulsor de iniciativas —como Cedes Don Bosco— tendientes a atacar la pobreza y la marginación, don Richard manifestó en aquella ocasión: “Si alguien es incapaz de tener éxito o fortuna basada en conductas correctas, entonces no tiene derecho a llamarse empresario porque entre él y cualquier delincuente no habría ninguna diferencia”.
Asimismo, reconoció que la cultura de conseguir cosas por la vía fácil se ha afincado en el país, pero que aún son mayoría los empresarios honestos y con una conciencia social cada vez mayor.
Las fuertes palabras de don Richard Beck se hicieron eco cuatro años después, en el 2008, cuando la economía global tuvo que pagar una elevada factura debido a una crisis financiera fuertemente asociada a las pésimas decisiones, riesgos excesivos, directivos sin escrúpulos y la posterior quiebra de Lehman Brothers, una compañía global de servicios financieros que había sido fundada en 1850 en EE. UU.
Las declaraciones de don Richard Beck vuelven a cobrar relevancia en Costa Rica en la recta final de este 2017, cuando un banco del Estado, una empresa privada y distintas figuras públicas protagonizan otro caso de aparente corrupción vinculado al negocio de la importación de cemento chino.
Este escándalo que ha indignado a la población una vez más, y que esperamos siente las responsabilidades y condenas del caso siguiendo la ruta del debido proceso como corresponde en un país de derecho, en lugar de ser manoseado con oportunistas intenciones populistas y electorales, nos hace recordar las palabras del expresidente español Felipe González: “Podemos meter la pata, pero no la mano”.
Muy pertinente lo que dice el filósofo Fernando Savater en Ética para la empresa: “Es curioso que los acontecimientos financieros en Estados Unidos y otros países que han llevado al desastre de la crisis, con sus ejemplos de desvergüenza y abuso de las posiciones de privilegio con las peores consecuencias empresariales, han reforzado la idea de que prescindir de toda consideración ética en los negocios no solo es indecente sino también y sobre todo imprudente: vuelve a escucharse con énfasis renovado el clásico ‘la buena ética es un buen negocio’. La ética empresarial no es la guinda de un pastel horneado a espaldas de ella, sino una forma distinta y preferible de hacer el pastel”.
Es por esto que los distintos reconocimientos que este periódico otorga desde 1996, bajo el título El Empresario del Año —del cual publicamos un amplio informe en nuestras plataformas multimedia—, tienen una vital importancia: recordarnos que no son del todo ciertos los estribillos apocalípticos y pesimistas que se ponen en boga de cuando en cuando: “El país se nos fue de las manos”. “Aquí todo es chorizo y corrupción”. “No hay en quién creer”. “Nos hemos llenado de vivazos”. “Todo está perdido”. “Ya no hay valores, principios, moral ni ética”.
O como se queja una de las dos protagonistas de la novela Mujeres enamoradas, de D. H. Lawrence: “¿No tienes la impresión de que las cosas no llegan a realizarse? ¡Nada se realiza! Todo muere antes de nacer”.
Tales aseveraciones son, además de mezquinas y apresuradas, injustas pues dejan de lado todo lo bueno, positivo, inspirador, ejemplar y elogiable que sucede en Costa Rica.
El hecho de que EF tenga 21 años de reconocer el esfuerzo, visión, sacrificio, responsabilidad, éxito, emprendedurismo, innovación y vocación de riesgo del sector empresarial costarricense, es una evidencia de que no todo está perdido como proclaman los agoreros.
El Empresario del Año es un alto en el camino para reconocer —en medio del pesimismo, corrupción y exasperante lentitud política en la toma de decisiones— a gente que construye, genera soluciones, agrega valor, crea fuentes de empleo y contribuye con el desarrollo del país de manera honesta.