Costa Rica suma ya más de seis semanas desde que el Gobierno puso en marcha las primeras medidas sanitarias tendientes a contener los efectos del nuevo coronavirus en la población. El Financiero, por su parte, contabiliza poco más de diez semanas de darle una amplia cobertura periodística a esta pandemia que en cuestión de pocos días contagió y postró a la economía mundial.
Tal y como informamos recientemente, hasta el 21 de abril anterior nuestro país se encontraba a mitad del camino del período de confinamiento que recorrió Hubei, China, el epicentro de esta crisis global de salud. Esa provincia permaneció en cuarentena durante 11 semanas.
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Partiendo del supuesto -lo cual solo el tiempo podrá decir- de que efectivamente nos hallemos en el ecuador de esta emergencia, estimamos oportuno, en esta empresa periodística, hacer una especie de pausa informativa que nos permita a todos repasar lo ocurrido y extraer lecciones relevantes, hacer un estado de la situación actual y, con base en estos insumos, intentar otear y repensar el nebuloso porvenir.
Es pues, la presente edición, un compendio que invita a todos los sectores de la nación a realizar un responsable e inteligente alto en el camino para hacer una radiografía del pasado, diagnosticar el presente y empezar a hundir el bisturí de la reinvención en la incierta pero desafiante y llena de oportunidades piel del futuro.
Abrir un espacio para el productivo sosiego de la reflexión y el diálogo es vital para evitar que las organizaciones, empresas, instituciones y todos los actores de la sociedad costarricense terminemos siendo arrastrados por la centrífuga de los temores, rumores, incertidumbres, problemas, adversidades y discursos apocalípticos y populistas que se ponen de moda en períodos turbulentos.
No se trata, pues, de hacer un paréntesis para ignorar o maquillar la cruda realidad, sino para hacer oídos sordos a los trinos de las aves de mal agüero y reducir el ruido de las decisiones atolondradas, las reacciones precipitadas y las ocurrencias histéricas, y comenzar -más bien- a sintonizar la frecuencia del mañana al mismo tiempo que atendemos con sensatez las necesidades del día a día.
Expresada en términos de las antiquísimas y muy en boga técnicas de meditación, la pausa es la respiración consciente de las organizaciones en tiempos de agitación y ansiedad económica y financiera en los mercados; es el ejercicio que nos permite enfocar de manera armoniosa el corto, mediano y largo plazo.
El valor de la humildad
Hacer treguas de este tipo en todos los sectores del país es esencial para repensar y replantear misiones, visiones, objetivos, tácticas y estrategias para enfrentar lo mejor posible un crítico entorno económico que nadie sabe con certeza por cuánto tiempo y con qué estado de gravedad permanecerá en la unidad de cuidados intensivos.
Es necesario crear espacios para pensar con mesura y claridad en el futuro, analizar datos e información de manera creativa e inteligente, plantear las preguntas correctas y no conferirle a las respuestas iniciales carácter de certeza o posición inflexible, bocetar nuevas rutas o descubrir y explorar caminos hasta ahora insospechados.
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Asimismo, cocer a fuego lento las ideas, calibrar las brújulas para que sus agujas marquen el nuevo norte y los renovados puntos cardinales, y poner sobre la mesa de la discusión temas trascendentales como el sentido, el valor y el propósito de la empresa, negocio u organización. En fin, abrir las puertas y ventanas de la mente para dejar que corran aires frescos.
Muy importante tener presente en todo momento que ahora más que nunca nadie, absolutamente nadie, posee el monopolio de la verdad; se acabaron los oráculos, los gurús, los genios todopoderosos de las lámparas maravillosas.
La “nueva normalidad”, como se la empieza a llamar, o la inédita realidad, demanda una alta dosis de humildad; el zarpazo de la pandemia ha sido de tal magnitud, tanto en materia de salubridad como económica, que nos ha recordado con crudeza y dolor la condición frágil y vulnerable del planeta en que vivimos. Un golpe como este obliga a ejecutar un ejercicio consciente de humildad en el que se depongan las armas del ego, la vanidad, la soberbia y la arrogancia.
No está la humanidad para perder el tiempo ni desgastarse con desplantes tipo Donald Trump, desvergüenzas clase Nicolás Maduro, fanfarronerías categoría Nayib Bukele ni bravuconerías marca Daniel Ortega y señora. En una época en la que hay que enfocarse, concentrarse y ocuparse en lo verdaderamente importante para el bien común, desentonan los “liderazgos” tóxicos, sea en gobiernos, instituciones u organizaciones.
Es hora no de demostrar quién manda, controla, domina, avasalla, tiraniza, aplasta o se impone, sino de aportar, plantear, sugerir, producir, crear, sembrar, estimular, acompañar, sumar, construir.
Es tiempo de hacer una pausa para empezar a repensar el país, reinventar las empresas, relanzar las organizaciones, replantear los sectores, hablar del futuro.