El interés general se debe buscar todos los días y en todos los terrenos, no se trata de una entidad metafísica que existe independientemente de la gestión de los diversos grupos y sectores sociales. El buen gobierno requiere de acción, voluntad y conocimiento del paisaje sociopolítico. La gobernanza ha de ejercerse desde un liderazgo que incluya en la deliberación al mayor número, buscando legitimidad en las acciones y no en las palabras.
Los eventos de las últimas semanas, permiten hacer un balance de aciertos y desaciertos en materia de gobernanza, de cómo se alcanza entendimiento a través de la democracia deliberativa, de la conversación democrática, pero también de cómo un gobierno puede paralizarse cuando los acuerdos no se logran ni se buscan simultáneamente en otros dominios.
La democracia es dinámica y exige reinventarse continuamente. Ante el desafío que enfrentamos en materia sanitaria, la gobernanza surge como un concepto integrador, no se trata de un gobierno que dirige desde arriba, sino de un esfuerzo interinstitucional coordinado y con pleno involucramiento de una ciudadanía activa, principal responsable de aplicar el conocimiento difundido por el Ministerio de Salud para preservar la salud propia y de sus conciudadanos.
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La excelente tarea desempeñada por el ministro de Salud, Daniel Salas, experto, sereno y pausado, explicando y educando sobre prevención, contención y mitigación de la epidemia que enfrentamos, es un ejemplo para el ejercicio de una nueva gobernanza en el país, centrada en la educación y la participación de la gente. Una crisis amenazante, pero también generadora de oportunidades.
Hasta hoy, la gestión de esta pandemia nos ha enseñado que para vencer los obstáculos al desarrollo, se requiere de concertación de esfuerzos desde muy diversas perspectivas académicas e institucionales: epidemiología, gestión de riesgo, relaciones laborales, administración de la seguridad social y del sistema educativo y sobre todo de liderazgo para buscar el interés general.
Y es que no hablamos de una crisis pequeña. La emergencia que representa el COVID-19 es un peligro para los costarricenses y debemos combatirlo con todos los instrumentos de la ciencia, pero ante todo, con la firme voluntad de un propósito común, que integre coordinadamente los esfuerzos de instituciones y de la sociedad civil porque trasciende la esfera de salud pública y se proyecta a la economía, donde las exportaciones sufrirán por la baja en la demanda mundial, así como la disminución del turismo.
La gobernanza obliga a ir más allá de las retóricas vacías de la fusión en un supuesto cuerpo místico nacional y reconocer la diversidad de intereses y pensamientos para llegar por varias rutas al interés general, y para ello es imprescindible el rechazo a la politiquería.
Sectarismo
¿Cuáles son los disparadores de la ingobernabilidad? El reciente comunicado de la comisión política del PAC es un claro ejemplo de ello, ven solo hacia el pasado y no asumen las responsabilidades propias, evadiendo la necesidad de conversar sobre un presente inédito. El sectarismo no rima con la actividad partidaria responsable.
El tecnocratismo es otro de los grandes obstáculos en el horizonte, los problemas no se resuelven en los escritorios, aunque requieran de la guía conceptual.
La comunicación efectiva entre el líder y sus audiencias es otro factor necesario pero ausente en los últimos meses, así como una fina capacidad para manejar el conflicto y utilizarlo para propiciar procesos de cambio, entendiendo que las transformaciones no son sustitución de personas, sino que se trata de encausar fuerzas sociales en la dirección de una visión estratégica robusta. Este liderazgo no puede fundarse en el maquillaje, tiene que ser sustantivo. Requiere una comprensión de los intereses de todos los actores sociales, una clara percepción de los equilibrios en los arreglos institucionales y la conciencia sobre los efectos que las acciones gubernamentales tendrán sobre la sociedad.
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La presidencia débil de la que en múltiples ocasiones hemos sido testigos, tanto por sus limitados alcances electorales e institucionales, como por el desgaste en su ejercicio -como lo revelan todas las encuestas-, debe reforzarse en la cúspide. No se trata de una simple reorganización administrativa de la casa presidencial, ni de cambiar jóvenes por ancianos sabios.
El Mandatario debe realizar un profundo examen de conciencia, ver sus errores de acción y de omisión, definir una visión general del futuro del país, conectada con acciones específicas para los próximos dos años. En este entendido, no se puede recurrir a fórmulas. Ni la gran reforma, ni la administración mínima. Se trata de diálogo permanente con las mejores mentes, aunque no sean de su partido, pero también con distintos sectores. Es preciso evitar el escollo del democratismo, terminada la deliberación debe prevalecer la voluntad de la mayoría, transmitida a quienes toman las decisiones, pluralidad en la discusión, unidad en la acción. De lo contrario, se abre paso la democracia de la calle, al caos y autoritarismo de los falsos mesías.
El nombramiento en el Ministerio de la Presidencia es una de las medidas urgentes para no prolongar la incertidumbre actual, potenciada por la crisis sanitaria y el deterioro de la economía mundial; al igual que la atención prioritaria del serio problema del desempleo y la desigualdad, implementando soluciones concretas para aumentar la credibilidad.
La ruta pasa por ir más allá de la temática fiscal sin abandonarla, empezar a discutir la ley sobre empleo público o la aprobación de los empréstitos con los organismos multilaterales. Lo cierto es que Costa Rica urge abandonar las aguas turbulentas de la creciente inestabilidad política.
La restauración de la confianza debe empezar por la cúspide, un presidente seguro y con una visión clara, puede contribuir a devolver la estabilidad y la credibilidad al gobierno. Realismo en la acción política y diálogo con todos los actores, para encontrar acuerdos puntuales, pueden abrir el abanico de posibilidades para la gobernanza del próximo bienio.