Costa Rica está en una posición ventajosa en cuanto a la atracción de inversión extranjera directa (IED), tanto por la capacidad de adaptación de la mano de obra relevante para las firmas que deciden localizarse en el país, como por la cercanía con los Estados Unidos, el principal emisor de inversión.
Estas ventajas tienden a fortalecerse luego de la crisis de la Covid-19 por el nearshoring, o sea, el proceso en el que empresas transnacionales buscan ubicarse cerca de los mercados de consumo, a causa de las disrupciones en las cadenas de suministros y al incremento en los costos de transporte internacional. Además, la pandemia colaboró en acelerar cambios como el teletrabajo, que favorecería a países como Costa Rica.
El impacto de la IED, más la promoción de las exportaciones de empresas nacionales, ha sido claramente beneficioso sobre el crecimiento económico del país, la promoción del empleo y el aumento de los ingresos salariales de los trabajadores que contrata. Sin embargo, este aporte al crecimiento ha estado limitado por la escasa vinculación de las actividades exportadoras, que son de alta y mediana productividad, con empresas locales, que presentan menor productividad y sofisticación tecnológica, y que podrían suministrar insumos en la cadena de valor de las empresas exportadoras.
Existen oportunidades enormes de obtener un mayor provecho si se rompiera esta dualidad entre empresas exportadoras y no exportadores, y se lograran desarrollar diversos clústeres o encadenamientos productivos para promover la innovación y la transferencia de tecnologías, y mejorar la productividad.
En otras latitudes, estos conglomerados han ayudado a impulsar las economías en zonas alejadas de los centros de producción tradicionales, lo cual ha dado impulso a la creación del empleo regional, con lo cual resulta fundamental la participación de los gobiernos locales. Pese a ello, en nuestra edición anterior, se mostró cómo en Costa Rica el desarrollo de los clústeres es aún incipiente, pues solamente uno de 17 de ellos, el de biotecnología, se encuentra maduro.
En otras latitudes, estos conglomerados han ayudado a impulsar las economías en zonas alejadas de los centros de producción tradicionales, lo cual ha dado impulso a la creación del empleo regional, con lo cual resulta fundamental la participación de los gobiernos locales.
Este clúster de biotecnología ha logrado consolidar una estructura de trabajo que alinea las necesidades de una red de empresas privadas, con la participación de instituciones públicas y universidades, principalmente públicas. No obstante, esta organización ha funcionado con base en el voluntariado para realizar el trabajo estratégico y de coordinación, pues carece de financiamiento independiente que asegure su continuidad en el tiempo.
En cuanto a las restantes redes, no se ha logrado integrar una organización de este tipo. Así, para lograr desarrollar los clústeres, se debe promover una política nacional en donde cada uno de los tres actores (empresarios e innovadores, instituciones públicas y la academia) contribuya en alcanzar una articulación exitosa que se logre integrar a la cadena de valor de productos de exportación.
El papel del sector privado debe girar alrededor de establecer estrategias para generalizar el conocimiento de los mercados de exportación entre las diversas empresas en esta cadena de generación de valor agregado. Así, pequeñas empresas nacionales y emprendimientos, podrían integrarse a los procesos productivos de las exportadoras, las cuales contarán con insumos de calidad mundial a menores costos.
El gobierno y las municipalidades deben mejorar su capacidad de gestión para alinear las políticas públicas con el fin de desarrollar la infraestructura y disminuir la tramitomanía. Además, se deben estructurar planes efectivos para promover la inversión en investigación y desarrollo, al tiempo que mejorar el sistema educativo para que la mano de obra costarricense se mantenga competitiva.
Como lo recomienda un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, elaborado por el economista Ricardo Monge, el Ministerio de Comercio Exterior debería establecer una unidad de coordinación de clústeres que permita no solo su desarrollo sino también evaluar su impacto sobre la economía. En cuanto a la academia, las universidades y los centros de enseñanza e investigación, ellos están encargados de formar el talento y fomentar la investigación e innovación en las actividades que son de interés de las empresas que se consoliden dentro de los encadenamientos productivos.
Cada uno de estos esfuerzos debe consolidarse alrededor de una política de desarrollo de clústeres que promueve la creación de asociaciones, que establezca su gobernanza y coordine los esfuerzos de los tres actores mencionados, para lo cual se requiere de una fuente de financiamiento permanente que garantice su continuidad. El esfuerzo vale la pena: el país mejoraría su productividad y lograría crecimiento económico más inclusivo.