La pasada asamblea del Partido Liberación Nacional (PLN) demanda interpretaciones que expliquen los nuevos rumbos que toma esta organización política.
Desde sus primeros días, los liberacionistas han sufrido escisiones y divisiones, empezando por Jorge Rossi (1958), seguida de la salida de Rodrigo Carazo (1974). Ottón Solis, diputado y ministro liberacionista se separó del partido (2002) e hizo casa aparte. Luis Guillermo Solís fue secretario general y también abandonó el partido.
Tres derrotas consecutivas en las elecciones presidenciales parecen anunciar un nuevo fenómeno en el partido de don Pepe. El PLN surge en 1951 bajo la égida de un caudillo que lidera el bando triunfante en una guerra civil que marcará las identidades políticas por más de tres décadas; sin embargo, la atracción gravitacional de los hechos del 48 se diluye en el tiempo, en el urbanismo, en la diferenciación social y con las nuevas generaciones para las que el dramatismo de la guerra civil deja de tener significación.
El PLN experimenta una renovación de su identidad política con la aparición de Óscar Arias, quien en las elecciones internas de 1985 enfrenta a los líderes tradicionales llamándoles “Ayatolas”, y emprende la campaña con el eslogan “sin muletas ni padrinos”. Ese liderazgo recibe un nuevo aire con su llamado a la paz en Centroamérica y el premio Nobel, pero luego de otras tres décadas es insuficiente como fuerza centrípeta para mantener al partido unido.
Las escisiones del pasado se dieron cuando el PLN era un partido hegemónico. Las más recientes ocurren cuando el sistema de partidos entra en crisis por la pérdida de confianza en estas instituciones y por la aparición de nuevos partidos que plantean propuestas de identificación en torno a la ética, el matrimonio igualitario y la irrupción de la religión en la política. Las partidas, reingresos y nuevos alejamientos de los hermanos Araya también hacen parte de esta patología, aunque sin muchas consecuencias electorales. La salida de Laura Chinchilla ante la resistencia de la estructura partidaria para atender sus llamados también es un síntoma de tendencias hacia la desintegración político partidaria.
La permanencia en el poder por mucho tiempo lleva a lo que un sociólogo político alemán llamó la ‘ley de hierro de la oligarquía’; las organizaciones políticas dejan de ser un medio para alcanzar determinados objetivos socioeconómicos y se transforman en un fin en sí mismas, se convierten en argollas que impiden el ingreso de elites nuevas y sin circulación de sangre nueva se distancian de la sociedad y de los votantes.
El llamado abstracto al cambio, la transformación y la renovación por parte de los participantes en la pasada asamblea del PLN evidencia la búsqueda de mecanismos de reconstrucción que anulen las fuerzas centrífugas que agitan a ese partido sin que logren colapsarlo todavía.
Empero, el deseo de cambios no aterriza en propuestas concretas sobre cómo reconstruir el partido, más allá de la invocación a su papel positivo en el pasado, a la ideología social demócrata o a la ética. El PLN vive todavía de glorias pasadas y de un imaginario socialdemócrata que nunca existió en versión costarricense.
El acto partidario del pasado domingo reveló las fuerzas que se mueven al interior de esta organización. La resurrección de Óscar Arias, apartado parcialmente de la política partidaria, marcó el proceso. Su apoyo para el nuevo secretario general constituyó una muestra que el arismo continúa vivo.
La alianza discreta con José María Figueres para lograr puestos en la dirección partidaria nos dice que el arismo no es suficiente para aglutinar a todos y que Figueres conserva el control de fuerzas internas. La alianza de ambos otorga cierta solidez a los nuevos dirigentes.
El gran perdedor del cónclave pasado fue Antonio Álvarez, quién no logró posicionar a sus candidatos a la presidencia, secretaría general y tesorería. La alianza Arias–Figueres lo derrotó ampliamente.
Los desafíos que enfrenta el partido son muy amplios. En primera instancia, las nuevas autoridades no deberían seguir hablándole exclusivamente a la misma feligresía territorial y política. En momentos en que algunos partidos desaparecen, atraer a ciudadanos que no han sido liberacionistas pareciera una de sus tareas más importantes. El PLN tiene que romper las camarillas que impiden su desarrollo si quiere volver a ganar elecciones.
En segundo lugar, el partido tiene el reto de adecuar su visión de largo plazo a situaciones internacionales y nacionales específicas. Una definición del papel del Estado en época de crisis inflacionaria y resquebrajamiento de la globalización es condición esencial para emprender una acción que desemboque en políticas públicas concretas en educación, ciencia y tecnología, cambio climático, salud y pensiones.
Finalmente, esta reinvención liberacionista no debe limitarse a pensar el cambio en términos de personas o de generaciones. Si quieren sobrevivir a la implosión del sistema de partidos deben pensar en términos de movimientos sociales y en articular un equipo que mezcle dirigentes experimentados con la savia de las nuevas generaciones.
El PLN debe ser parte del fortalecimiento de un sistema de partidos que se adapte a los cambios de una democracia que ha dejado de ser simplemente electoral y se transforma en una democracia en que los ciudadanos vigilan, juzgan y vetan acciones de política pública de manera permanente. En ese contexto las argollas sobran, los retos de Liberación son desafíos para todos los partidos.
La revitalización de la democracia está en juego.