No cabe duda que el ICE, tanto en su componente de generación y distribución de energía como en el de telefonía, fue una fortaleza histórica para el país. La generación de los baby boomers puede contarnos cómo en este país había teléfonos públicos y privados en todo el territorio nacional desde la decada de los años 60, y cómo la cobertura eléctrica, por medio de amplias redes de generación y distribución, alcanzaba todos los rincones de país.
Esta capacidad de crecer en cobertura en sus dos negocios históricos lo convirtieron en una importante fortaleza nacional, máxime que las tecnologías hidro, geotérmica y eólica, principalmente, han sido parte esencial de su matriz de generación desde hace décadas, lo que ha convertido a la institución en fuente de sostenibilidad.
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Asimismo, cuando el mercado costarricense de las telecomunicaciones se abrió a la competencia, en menos de una década el país saltó de ser el último a ser el primero en conectividad móvil y uso de Internet en Centroamérica.
Pero eso es parte valorada y apreciada de nuestra historia.
Hoy día la institución se ve nuevamente retada por los cambios en las tecnologías de generación eléctrica y por las nuevas formas de consumo de electricidad.
La energía distribuida de alta eficiencia ya es competitiva en términos de costo de generación y almacenamiento, ya es competitiva en comparación con la energía proveniente de fuentes más tradicionales y con una distribución a distancia por medio de grandes líneas de transmisión. Esto ha hecho que la principal ventaja del ICE en venta de energía a empresas industriales y comerciales, así como para uso doméstico, se haya diluido significativamente. La reacción inicial de la entidad ha sido un enfoque centrado en la burocracia y la tramitomanía legalista. No faltó quién dijera, más en serio que en broma, que en Costa Rica el sol era del ICE debido a todas las restricciones y trámites que pusieron al uso de los rayos solares como fuente de generación.
¿Vender cocinas?
Conforme ese enfoque pierde fuerza, el Instituto ha salido en busca de nuevos mercados, algunos que parecen tener mucho sentido y otros en los que francamente no se ve cómo pueda ser competitivo. Así lo informó EF en tres páginas de la edición N.°1.239 (29 de junio-5 de julio del 2019).
Parece no tener sentido que esta institución incursione en negocios comerciales de venta al detalle de bienes —cocinas, pantallas, sistemas de seguridad, medidores y sensores inteligentes para otras industrias, electrodomésticos, calderas industriales, etcétera—, ya que en este campo no posee ventajas competitivas.
Además, el instituto opera bajo un modelo en el que las tarifas se basan en sus costos y en márgenes establecidos por la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos, un sistema ajeno a mercados que compiten por precios, marcas, calidad, servicio y garantías. Si el ICE mete sus manos en ese sector, su presencia podría prestarse para sobreregular —como ya se hace en las actividades en que participa— la dinámica del mercado. Esto no es reinventar el ICE, sino convertirlo en otro competidor en un mercado en que ya hay suficientes actores.
En caso de que aún así se aventure en ese nicho comercial, deben primar la competencia leal y los intereses de los consumidores, así como evitarse las alusiones ideológicas (tipo caso Uber) y las injerencias sindicales. Sería de esperar también que la Comisión para la Promoción de la Competencia actúe con el mismo celo y celeridad que ha demostrado en aquellos casos en que han surgido sospechas de excesos de concentración de mercado o competencia desleal.
Lo que sí parece tener sentido es que el ICE sea el gran suplidor eléctrico de los grandes proyectos de movilidad como ferrocarriles, autobuses, vehículos de carga y particulares. Iteramos: suplidor de energía, no gestor de esas iniciativas en las que debe haber espacios importantes para las alianzas público-privadas, concesiones de obra pública, y empresas dispuestas a invertir parte de sus recursos en el desarrollo y operación de estas soluciones urgentes y por tanto tiempo postergadas.
Ojalá sus directores entiendan que la entidad tiene un papel estratégico y primordial que jugar en nuestro futuro, como competidor ancla en aquellos negocios en los que sí tiene o puede establecer ventajas competitivas por escala y costo.
Insistir en este tema es de vital relevancia, pues con el paso de los años, y al igual que muchas de nuestras instituciones autónomas, el ICE pasó de ser un instrumento esencial de nuestro modelo de desarrollo a convertirse en un fin en sí mismo, bajo el control creciente de sus sindicatos y profesionales, que dejaron de pensar —como otrora lo hizo Jorge Manuel Dengo— en el país, para enfocarse en intereses particulares e institucionales.