La educación, basada en dotar a niños y jóvenes con la capacidad de adaptarse exitosamente al volátil y exigente mundo de hoy, es uno de los motores esenciales de desarrollo de cualquier nación moderna, así como del crecimiento de las personas hacia la plenitud de su potencial individual y colectivo.
Las destrezas necesarias nacen de una fuerte lecto-escritura, base de todo el proceso de aprendizaje, seguido por una formación que desarrolle en cada niño y joven valores, costumbres, habilidades, capacidades y destrezas a la medida del futuro. Nuestro proceso de educación básica toma entre 12 y 13 años de escolaridad formal y eso quiere decir que los ajustes necesarios son urgentes frente a las grandes revoluciones tecnológica, científica, de valores, climática, y global— de este siglo.
Si hoy, por arte de magia, tuviéramos el sistema educativo al que debemos aspirar, todavía faltaría más de una década para que graduara sus primeros bachilleres. Ya es tarde para ejecutar la indispensable transformación de nuestra educación pública.
LEA MÁS: Giselle Cruz reemplaza a Édgar Mora como ministra de Educación
Y con base en los estudios hechos por analistas independientes y por el Estado de la Educación, se concluye que nuestro sistema está en crisis. Las estadísticas muestran que solo el 45,4% de los que ingresan a sétimo año, apenas el 83,4% de los elegibles, terminan la secundaria, y que sólo el 50,4% de los jóvenes hasta 22 años de edad la han completado.
No sólo tenemos problemas de calidad, sino que la cobertura y tasa de éxito es de menos del 50% de lo esperado. Un verdadero desastre.
Y, con notables excepciones en algunas escuelas y colegios, son grandes las diferencias de calidad entre la educación privada y la pública, como lo es la brecha en cobertura y en la tasa de éxito entre las zonas urbanas y las costas y fronteras.
El sistema educativo —que incluye al MEP y sus instancias, pero también a los padres de familia— está quedándose muy corto en relación con lo necesario, pese a la enorme inversión que se hace en el presupuesto nacional de educación pública.
Para que se dé un cambio de la magnitud necesaria en cobertura y calidad, debe haber una transformación completa de las capacidades de los docentes, del programa, en términos de contenidos, metodologías, infraestructura, tecnologías y enfoques, y del compromiso de los estudiantes y sus familias con el éxito educativo. Además, a los jóvenes del país se les deben enviar las señales correctas respecto a oportunidades de empleo, crecimiento personal y satisfacción vocacional.
Cambiar el MEP y sus programas no es fácil, como lo muestra la preocupante —por las respuestas y no por las preguntas— entrevista con la Ministra de Educación que se publica en esta edición de EF.
Diálogo eterno
Los cambios necesarios serían complejos aún con una fuerza docente dispuesta a colaborar y trabajar en “re-convertirse”, desarrollar las habilidades e implementar los cambios necesarios en el programa. Se ven casi imposibles con una fuerza docente dividida, sindicatos intransigentes y hoy inexplicablemente respaldados por pequeños grupos de estudiantes y padres de familia que —como los de Medse— claramente no han comprendido cómo y cuánto les exigirá el futuro.
Temas que se han retrasado muchas veces, como la evaluación de los docentes —necesaria para diseñar los programas de su eventual reconversión—, las evaluaciones estandarizadas de los estudiantes, el incremento del porcentaje de graduados en educación vocacional —hoy avanzando de mejor manera, pero aún insuficiente— son muestra de la lentitud con que el sistema acoge cambios.
Está bien enfocarse en objetivos que son valiosos en sí mismos, como la digitalización de los procesos, las pruebas FARO y similares, necesarios más no suficientes. Se requiere un compromiso claro del MEP con la calidad y pertinencia de la educación y con la reintegración de ese 50% de nuestros jóvenes que están quedando rezagados y sin formación completa.
Asusta que éstas no sean las prioridades de la Ministra.
Su argumentación de que todo está en marcha, que es complejo, mal entendido, o responsabilidad compartida, parece indicar que su enfoque será de evadir los grandes cambios para evitar conflictos con el sindicalismo, con las universidades y otros. Pero el país lo que requiere es una gobernanza en el sector educativo comprometida y dispuesta a enfrentar lo que corresponda.
No podemos vivir en un diálogo eterno que no conduce a las transformaciones necesarias. Se requiere visión, convicción y liderazgo para llevar adelante una transformación del sistema que garantice que todos nuestros niños y jóvenes lograrán adaptarse a ese mundo que, con revoluciones que se siguen unas a otras, les exigirán capacidades, destrezas y valores a la medida de un futuro que aun está por definirse.
Ninguna otra agenda es aceptable.