El presidente Carlos Alvarado anunció el cambio de tres ministros acudiendo a la simplista argumentación que se trataba un refrescamiento de su equipo de Gobierno, evadiendo así referirse a las grandes decisiones que exige el momento, profundamente relacionadas con estos relevos.
La realidad es otra, el gabinete venía renqueando y atravesando una seria crisis. Tres ministros de Relaciones Exteriores; tres de la Presidencia y dos de Hacienda son, entre otros, el dramático indicador de fisuras profundas.
El cambio de la jerarca de Comunicación obedeció a su áspera relación con los periodistas; su suerte estaba sellada. En Ciencia y Tecnología parece que mediaron desavenencias ideológicas propias de la extrema diversidad del PAC.
La ruptura más profunda surge cuando se analiza la salida de Rodrigo Chaves. Esta rotura viene de lejos, marca la contradicción, desde el inicio de esta administración, entre un equipo económico de signo diverso al PAC y al mismo Mandatario. La grieta, fruto de una coyuntura electoral muy particular, quiso ser ocultada acudiendo al relleno de la unión, unidad que ni siquiera alcanzó al PUSC, dividido desde el inicio en torno a su participación en el Gobierno.
La realidad superó a la consigna y poco a poco los unidos se fueron marchando de Zapote. Los espacios vacíos fueron ocupados por tecnócratas brillantes, afines ideológicamente a los que partían, pero ausentes durante mucho tiempo del país y sin la experiencia de la política práctica.
El exministro de Hacienda es prueba de estas limitaciones. Entró barriendo al personal del nivel más alto del ministerio, emprendió la innecesaria lucha contra el secreto bancario, se adelantó al Presidente anunciando un impuesto a los salarios y finalmente pretendió presionar a Carlos Alvarado, recurriendo a la tribuna de la prensa para vetar la ley que eximía de la regla fiscal a las municipalidades, en un esfuerzo inútil por revertir la decisión de 43 diputados, encandilados ya por las elecciones del 2022.
La decisión del Mandatario era de esperar, reafirmó su poder y le pidió la renuncia a un tecnócrata, acostumbrado a mandar en las instancias del jet set internacional, pero incapaz de navegar en las sutilezas y complejidades de la política interna.
Por otra parte, Chaves fue contratado para culminar la reforma fiscal en un contexto muy diferente al que genera la pandemia, donde la austeridad y las restricciones son reemplazadas por la necesidad de gastar para enfrentar al coronavirus. Los requisitos del puesto habían cambiado y la dimensión de lo técnico, siempre necesaria, persistió.
¿Y la hoja de ruta?
El nuevo contexto exigía destrezas que don Rodrigo no tenía, sus carencias se manifestaron en su incapacidad para negociar con los diputados, a los que no supo explicar el destino de un billón de colones, supuestamente destinados exclusivamente al canje de deuda.
Un ministro con conocimiento técnico es un buen activo para cualquier gobierno, pero la función ministerial, cualesquiera que esta sea, es una función política, se trata de organizar el poder del Estado en múltiples direcciones y para ello se requiere conocer el mapa institucional y la dinámica de los actores político sociales.
El nuevo Ministro no la tiene fácil. Para algunos representa un cambio ideológico que lo acerca más al equipo PAC del Gobierno, acusado repetidamente de estatismo e izquierdismo. La reacción de sectores empresariales le ha sido adversa y estará obligado a un diálogo continuo con ellos. Su cercanía con el Gobernante es garantía de consistencia y de peso político.
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En estas circunstancias resulta importante que el Presidente explicite las razones de fondo que lo llevaron a reorganizar su gabinete, pues la conversación pública se enriquecería y la ciudadanía vislumbraría el rumbo que Alvarado pretende darle a la nave gubernamental. Hasta ahora, el Mandatario ha tratado de esconder las contradicciones bajo la alfombra, acudiendo al liviano argumento del refrescamiento. El equipo de Gobierno requiere de mucho más que simples cambios de abanicos.
Frente a la pandemia falta todavía la hoja de ruta que muchos piden en medio de una situación dramática por la enfermedad, el desempleo, la recesión y los roces fronterizos. Como si todo lo anterior no fuese suficiente, la calificadora Moody’s modificó la perspectiva de calificación de Costa Rica, que se encontraba en B2 estable y pasará a tener una perspectiva negativa. Los actores externos no se creen el cuento del nuevo aire.
Según la calificadora: ”Para el 2020 el Gobierno dependerá en gran medida del financiamiento de fuentes oficiales, pero los préstamos del próximo año requerirán aprovechar los mercados internacionales donde los diferenciales de hoy siguen siendo prohibitivamente altos”.
¿Cuál es la visión del Presidente? ¿Cuál es su norte? ¿Hacia dónde enrumba el barco? Sin respuestas sólidas para estos interrogantes seguiremos zarandeados por la marejada y el capital político, recién ganado por el Gobierno, se disipará y no será sostenible en el mediano plazo, frente a los grandes retos que se levantan en el horizonte del 2021.