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Todo lo anterior será parte de nuestra realidad cotidiana en los próximos dos lustros. Cada uno de nuestros actuales niños y jóvenes deberán tener la capacidad de irse adaptando a vivir en un mundo en el que estas tecnologías lo “invadirán” todo: los hogares, los puestos de trabajo, los centros de servicio y entretenimiento, los gobiernos, las ciudades, los sistemas de salud, los sistemas educativos y más.
Y el pasado no desaparecerá de golpe, por lo que además necesitaremos jóvenes sensibles, solidarios, patriotas, ambientalistas, y capaces de autoregularse; dispuestos a lidiar con un ambiente en que el cambio los prensará entre la promesa de un futuro mejor y un pasado al que no se puede simplemente renunciar y hacerlo desaparecer.
Como bien indicó el editorial de EF hace una semana, necesitamos una verdadera revolución en nuestra educación.
No hay tiempo para seguir modificando el sistema en base a pequeños cambios. Este reto gigante no morirá a pellizcos, sino por medio de algunos certeros golpes que desestabilicen su estructura actual y le permita, con el concurso de muchos, reinventarse una y otra vez para irse adaptando a una realidad volátil y exigente.
¿Empezamos? ¿O vamos a dejar a nuestros niños y jóvenes, una vez más, quedarse atrás y ser parte de la eterna periferia del desarrollo intermedio?
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