La teoría económica básica nos enseña que, a precios muy altos, habrá pocos compradores dispuestos a acudir al mercado, y sobrarán oferentes, atraídos como abejas en el panal. De la misma manera es posible explicar el fenómeno político, de la multiplicidad de candidatos a la presidencia.
En cuando a la demanda, vemos a los ciudadanos desesperados por creer en alguien, quien sea. No importa si entiende la complejidad de la sociedad actual, si alcanza a comprender los problemas fiscales, o cómo diseñar un Estado moderno.
Ya no importa su pasado, si evadió algunas acciones legales o si tuvo acceso a remuneraciones poco ortodoxas. Tampoco parece importar si sus capacidades están probadas, o si miró a una mujer más allá de lo que la decencia recomienda.
Los demandantes (votantes) están dispuestos a pagar un precio altísimo por lo que sea. Están dispuestos a adoptar una fe ciega, irracional, en alguien que se les antoja es el elegido, para que nos saque del atolladero. A esos precios no extraña que muchos no estén dispuestos a “comprar”.
A precios tan elevados, es explicable que aparezcan oferentes por docenas. En realidad, no importa la calidad del producto, es tal el precio que los demandantes están dispuestos a pagar, que casi en cualquier garaje, iglesia, medio de prensa, prestamista internacional o hasta en una siembra de cáñamo, podemos encontrar a alguien dispuesto a ofrecer su producto.
Mercados así no son de equilibrio, no son duraderos ni sostenibles. El ajuste podría provenir del lado de la demanda, si cambian los gustos y preferencias de los votantes, que dejen de estar dispuestos a pagar esos precios exorbitantes, y a su vez comiencen a desaparecer los vendedores más “chuecos”.
El dilema es que este mercado también podría ser que se equilibre, tras un proceso en que un pequeño grupo de compradores imponga un oferente que no sea otra cosa que un envase bien decorado, con una formidable campaña, un slogan pegajoso, y de muy pobre calidad. Puede ser que resulte un equilibrio muy doloroso del mercado.