Según la mitología griega, Teseo, príncipe de Atenas, llegó a Creta decidido a matar al minotauro Asterión, que habitaba un laberinto infinito, y así liberar a su patria del castigo impuesto por Minos, rey de Creta. Muchos habían muerto en el intento. La hija de Minos, Ariadna, secretamente ayudó a Teseo al proveerle un ovillo de hilo de oro. Teseo acaba con el minotauro. Guiado por el hilo de oro, encuentra la salida del laberinto y vuelve triunfante a Atenas.
Anteriormente (EF, “Remordimiento generacional”. 30/4/24), comentaba los grandes hitos que como país logramos en el siglo anterior. Que importantes instituciones que dieron origen a nuestro destacado desarrollo social y humano, en los últimos años perdieron fuelle.
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Sin embargo, hoy el país está asolado por desafíos tan temibles como el Asterión cretense, y para su combate nos encontramos en la puerta del laberinto.
Pese a su astronómico presupuesto, la CCSS roza el colapso para atender las demandas de la población. Todos los regímenes de pensión básicos poseen proyecciones de insostenibilidad a la vista (el IVM ya comenzó a usar sus reservas por primera vez desde su creación). Por el apagón educativo arrastramos una brecha vergonzosa al contrastarnos con índices OCDE en lecto escritura, ciencias y razonamiento lógico matemático. La infraestructura vial deteriorada y ayuna de un mantenimiento aceptable. La ampliación de la carretera a San Ramón y la nueva carretera a San Carlos en sala de espera durante décadas. El estado de puentes en general, una bomba de tiempo. La sobrepoblación de cárceles, además de inhumana, acota la dinámica judicial. Puerto Caldera agotó en más del 100% su capacidad en patios y operación de contendores, y el muelle no es capaz de recibir buques grandes. La inseguridad, la delincuencia común y los ajusticiamientos de bandas nos abruma cada día. La lista es mayor, pero por donde se mire, el país carga con problemas que, al dejarlos crecer, evolucionaron a minotauros.
En esta encrucijada no son útiles propuestas de solución ligeras o aisladas, sino integrales, seriamente planificadas. La prioridad en la atención de problemas debe guardar relación con su gravedad e impacto general. Salud y educación deberían, estratégicamente, atraer el mayor de los esfuerzos. La infraestructura vial demanda atención inmediata en este inicio de lluvias que se pronostica amenazante por el fenómeno La Niña. Si la inseguridad no se ataca urgentemente, arriesgamos perder el control del país, como parece suceder en Haití.
Al disponer de recursos escasos, dependemos del crédito, pero nuestros índices de endeudamiento público son altos (más del 60%). En este escenario, proyectos como Ciudad Gobierno o la Marina de Limón, desvían el esfuerzo de inversiones de mucho mayor alcance poblacional. Mejorar la salud, educación, inseguridad e infraestructura vial, en la provincia de Limón, por ejemplo, tendrían repercusiones sociales mayores que el proyecto puntual de la marina. No significa descartarlo, pero sí reconocer que socialmente urgen otras acciones. Ciudad Gobierno perdió la urgencia que tenía antes de la pandemia.
“Solos vamos más rápido, juntos llegamos más lejos”, dice una frase de autor desconocido. Ciertamente algunos países han optado por desarticular el estado de derecho, reposando todas las decisiones en un gobernante. Acertadas o no, sus decisiones se toman y ejecutan con soberana rapidez. Lamentablemente es una decisión binaria: o democracia, o autocracia.
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Winston Churchill dijo: “La democracia es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás”. Costa Rica optó por la democracia y se ha construido a lo largo de 200 años. No es perfecta, pero forjamos un estado de derecho cimentado en un orden constitucional, que desemboca en un conjunto de leyes, e instituciones a cargo de su resguardo.
Ahora bien, es una verdad de Perogrullo que la realidad cambia velozmente, no así las normas (es “la liebre y la tortuga”, de Esopo). Por eso las normas deben estar en constante revisión, para lo cual el estado de derecho dispone, afortunadamente, de los procedimientos necesarios, de manera que no pierdan eficacia. ¡Este es el ovillo de oro de Ariadna!
Actualizar normas significa ampliarlas algunas veces, y simplificarlas en otras. Quizás no hemos sido certeros en esto, lo cual frustra a quienes interpretan que la democracia ha quedado debiendo. No falla la democracia, sino su instrumentalización. Pero la actualización del marco legal no debe separarse del objetivo que les dio origen, ni hacerse bajo sesgo político, pues nos colocaría en el laberinto infinito. El proceso debe convocar a técnicos y especialistas reconocidos, probos e íntegros, que sugieran el derrotero. Y los tenemos en abundancia.
Ignoro de cuánto tiempo disponemos antes que la sangre llegue al río. No enfrentamos un minotauro, sino una legión. Al laberinto no puede ingresar solo el Ejecutivo, solo el Legislativo, ni solo el Judicial. ¡Cómo nos cuesta entenderlo! El riesgo es alto, pues en el laberinto nos jugamos no solo la patria que conocemos, sino la Costa Rica de las generaciones futuras.
El autor es economista.