Esta pandemia ha terminado por retarlo todo, desde nuestra fe y creencias hasta lo más básico de nuestra economía y bienestar. En estos momentos es importante “escuchar a la ciencia y los datos” para tomar decisiones.
El país se va a empobrecer profundamente; el desempleo y la informalidad volverán a crecer; y vamos a pasar momentos muy duros en lo económico, lo sanitario y lo emocional. Es ahí donde debemos recurrir a nuestros valores individuales y al contrato social, que debe servir como un faro en medio de esta oscuridad.
El contrato social costarricense pasa por la solidaridad instrumentada, en sistemas como la Caja Costarricense del Seguro Social, los programas sociales del Estado, el cooperativismo, las pensiones no contributivas y más recientemente en programas específicos para la pandemia como el Bono Proteger.
En medio de esta solidaridad instrumentada, “no se vale” que el sector público mas rico no contribuya con su propio sacrificio, que creo que es el siguiente paso razonable. Nuestro contrato social también pasa por la libertad de emprender y de beneficiarse de lo emprendido, y tiene un costoso sistema fiscal para garantizar redistribución y facilitar el financiamiento del Estado, que no debe llegar al punto en que no valga la pena emprender y seguir generando empleo y riqueza.
Pero lo más importante en este momento es proteger la esencia de ese contrato social costarricense.
Muchas veces lo he explicado a jóvenes y extranjeros: cómo se sustenta en el respeto y apoyo mutuo entre los sectores: el Estatal y Municipal, el productivo y la sociedad civil organizada; en la democracia electoral y representativa, en la libertad, en la solidaridad instrumentada y la educación, en la sostenibilidad de la naturaleza; y en el ejercicio balanceado de deberes compartidos con derechos humanos y civiles.
Vienen tiempos duros. Necesitamos robustecer el contrato social. Evitar a toda costa que se rompa y nos lleve a un caos social e institucional, que sería como un tiro de gracia al país.