La confianza, a la par de la buena imagen, el buen nombre y el reconocimiento es, quizás, unos de los atributos más importantes del capital simbólico que debe preservar una organización como la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
No hay vuelta de hoja: el ejercicio de la función pública así como las desviaciones que de ella se derivan, se ubican en una realidad social que puede ser explicada como un orden simbólico.
En este este orden simbólico el prestigio, la reputación y el honor de sujetos y organizaciones se encuentran definidos y en constante movimiento y transformación que explican el papel de las organizaciones y su comportamiento en el entramado social donde se desarrollan.
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Afortunadamente, la CCSS, en el estudio “A quién le creen los centroamericanos”, elaborado por la firma CCK, es la institución en la que más confían los costarricenses, incluso fue la única organización que aumentó su valor, incluyendo a medios de comunicación colectiva.
Fue la única institución pública que duplicó el porcentaje de menciones de confianza, incluso superando al Tribunal Supremo de Elecciones y al Instituto Costarricense de Electricidad (ICE).
De acuerdo con el documento de análisis, los atributos que generan confianza entre los ticos hacia las instituciones son el desempeño, la calidad del servicio y criterios de honestidad, de transparencia y el impacto social.
El capital simbólico, debo decirlo, es el más difícil de adquirir, no se hereda, no se compra, ni se vende, pues solo se cultiva, luego de un proceso de interacción e intercambio social.
Voto de confianza
Esto quiere decir que con el buen nombre que la CCSS ha construido en estos casi 78 años de historia, ha ocupado una posición privilegiada para la colectividad desde el punto de vista simbólico o sea desde lo que la sociedad piensa de ella.
La CCSS palpita los 365 días del año, 24/7, en todos los rincones del país, utiliza sus diferentes recursos para entablar una lucha en diferentes escenarios para tener esa posición ventajosa en la estructura social que le permite cumplir su misión y continuar ocupando ese sitial de privilegio dentro de la sociedad costarricense.
Todos los días miles de personas en todo el país experimentan esa interacción con la institución: desde el niño a quien se le colocó una prótesis hasta aquel hombre o aquella mujer que lograron superar el cáncer tras un diagnóstico, una cirugía y varias sesiones de quimioterapia y radioterapia.
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La CCSS como agente social vigente ha cosechado un capital simbólico profundamente valioso, con el cual participa en ese entramado social, en virtud de la estima y el valor que, en general, se le atribuye por sus contribuciones al desarrollo, la salud y la democracia de Costa Rica.
Gracias a ese trabajo constante que se concreta cada minuto, cada segundo y en todos los rincones del territorio nacional, la institución ha logrado atribuirse un buen nombre, una buena reputación, confianza… como producto de su trayectoria y del valor que representa para la sociedad costarricense.
Por eso me extrañó sobremanera, que en la edición de El Financiero (del 28 de setiembre al 4 de octubre) se publicara un editorial titulado “El costo de la desconfianza” donde, a partir del índice empresarial de confianza de los consumidores, se dice que actuaciones de instituciones como la CCSS hacen que el Gobierno luzca mal a lo externo, refiriéndose al acuerdo suscrito por los sindicatos el 20 de febrero y el 12 de agosto pasado.
La CCSS siempre ha sido, es y será una institución respetuosa del marco jurídico y por ello consideró que el diferendo entre las partes debía aclararse por la ruta jurídica.
La CCSS más bien da brillo al Gobierno y al país. Los índices de salud alcanzados por Costa Rica son una prueba fehaciente de los resultados de su quehacer y que sella ese voto de confianza que le da la población todos los días.