Las elecciones municipales ameritan un análisis sereno. Más allá de la antipolítica o de los angelismos políticos, el proceso arroja datos invaluables sobre las funciones del gobierno local, el deterioro de los partidos nacionales y el surgimiento de nuevas agrupaciones locales.
La erosión del PLN se prolonga. Lo demuestran las ocho alcaldías perdidas (de 50 a 42) y la caída del número de regidores. Aunque mantiene su liderato como el partido nacional más grande a nivel local, experimentó una pírrica victoria en San José, donde el alto abstencionismo (74,6%) ridiculiza la perpetuación de Johnny Araya.
El PUSC aumenta levemente la cantidad de alcaldías, pero disminuye el número de regidores, alcanzando representación únicamente en 60 cantones. El PAC sufre un fuerte golpe pasando de 62 regidores (2016), a 33 en esta ocasión. Retrocede además al perder 2 alcaldías, lo que podría responder -como en el caso del PLN- a que venía agotándose desde la primera ronda de la elección presidencial del 2018, (30% en 2016 a 21% en 2020). No obstante, esto no se infiere contundentemente a partir de los resultados presidenciales pues cada proceso es singular.
Mucho se especula con respecto a los partidos religiosos. Los hechos objetivos son que no lograron expresarse, no conquistaron alcaldías, apenas alcanzaron un 5,7% del total de regidores, demostrando una base social enclenque. Este fracaso podría residir en la división entre Nueva República y Restauración Nacional, pero no es el único factor.
La debilidad del Frente Amplio se profundiza al perder diez regidores, mientras que la franquicia Nueva Generación presenta un ligero progreso.
Los resultados revelan una lenta pero sostenida disolución de los partidos tradicionales y la incapacidad del PAC de consolidarse localmente, pero también de los evangélicos, que aunque competentes a la hora de movilizar sentimientos conservadores en situaciones de alta tensión -matrimonio gay-, no logran enraizarse a nivel local.
Fauna partidaria
Los partidos cantonales pasaron de dirigir cinco a doce municipios, alcanzaron casi 100 regidores (+20%), mientras que los de alcance nacional disminuyeron su cuota (430 en 2016 y 414 en 2020), aunque en términos globales siguen predominando. El ingreso de nuevos partidos cantonales merece destacarse, pues confirma la descomposición y dilución de los partidos nacionales, pero también el surgimiento de fuerzas dispersas que buscan expresión, lo que aporta riqueza pero a la vez mayor complejidad al ecosistema político.
Los movimientos localistas afirman poderes territoriales específicos, que les permitirán dirimir temas concretos con las élites nacionales, y tal vez en un futuro, coordinar coaliciones de más amplio espectro. Son correlaciones de fuerzas muy fluidas, cambiantes y capaces de negociar franquicias, lo que en parte explica ese fenómeno del transfuguismo de algunos: cinco alcaldes reelectos lo fueron con divisas distintas a las originales.
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Lo cierto es que la separación de las elecciones nacionales y municipales eliminó el efecto arrastre de las primeras y mermó significativamente la autoridad de las dirigencias nacionales. La reciente rebelión de alcaldes del PLN contra su bancada legislativa, con ocasión de la elección del presidente del Congreso -mayo del 2019- es un síntoma de ello.
¿Cómo explicar el abstencionismo persistente? A pesar de una intensa campaña por parte del TSE, ese 63,6% obedece a razones estructurales, a un Estado costarricense históricamente caracterizado por su centralismo. La Constitución del 49 creó instituciones descentralizadas, pero estas tienen base nacional y no local, las competencias municipales son limitadas pese a reformas recientes y la separación de las elecciones locales de las nacionales. La cercanía con la gente en materia de educación, salud, aguas, electricidad no pasa por las municipalidades, debilitando el vínculo y la dependencia de la ciudadanía hacia su gobierno local.
Según la Contraloría, únicamente el 2,3% de los presupuestos públicos va hacia los municipios, lo cual les resta impacto. Es de reconocer que vienen asumiendo nuevas funciones -residuos, seguridad vial y seguridad pública-, pero con recursos tan precarios que únicamente 35 municipalidades cuentan con policía municipal. La diferencia en los porcentajes del abstencionismo entre zonas rurales y urbanas pueden explicarse por ese factor, pero también por la cercanía de los jerarcas municipales rurales con su comunidad.
La reelección indefinida de los alcaldes alimenta el debate. Para algunos un mal de la democracia, consolidando oligarquías locales en detrimento de la apertura democrática. Para otros, permite conservar la experiencia, evitando la improvisación. Pareciera que limitar a pocos periodos la posibilidad de reelección es lo que demanda el sistema y la ciudadanía.
Igual sucede con respecto a la escasa participación femenina en las alcaldías. Solo ocho mujeres resultaron elegidas. La nueva normativa electoral deberá ser estricta en su aplicación, procurando paridad en todos los niveles.
Algunos antipolíticos aprovechan escándalos haciendo escarnio del proceso, en nombre de una pureza abstracta que busca perfección en los políticos. Se reclama a los alcaldes que dejan obras cercanas al proceso electoral con fines manipuladores electoralistas. Este angelismo olvida que un gran objetivo de las elecciones, aparte de la expresión del demos, es la oportunidad de castigar o recompensar.
Si ante la posibilidad de escarmiento se logra la realización de obra cantonal, bienvenido sea el temor de los alcaldes, las elecciones no son un concurso de sinceridad per se. Las elecciones municipales reconfiguran el ecosistema político, ofreciéndonos un panorama donde algunas especies se debilitan en su hábitat local -partidos nacionales-, mientras que ciertas se fortalecen a partir de ese raquitismo y el incremento de sus redes de supervivencia –partidos cantonales y su creciente capacidad de conectividad sociocultural-. Otras terminan mutando, su material genético se altera drásticamente a partir de las circunstancias – partidos evangélicos-.
Depredadores –como el abstencionismo- se alimentan de la ausencia de espectacularidad de lo local y de la impotencia institucional de los gobiernos locales, mientras que la reelección indefinida de alcaldes, que genera clientelismo y cacicazgos, se viene convirtiendo en un verdadero carroñero, cuyo reciclaje ya no contribuye al sistema.