Una vez fuera de la lámpara, es imposible meter al genio otra vez dentro. Esa ha sido la realidad con todos los avances de la humanidad, en particular con los tecnológicos. Las transformaciones y los cambios siempre generan resistencia y hasta el deseo de prohibirlos y desaparacerlos. Pero al final se imponen. Lo que queda es adaptarse, desarrollar un entorno propicio y un marco legal apropiado.
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Desde que se liberó el genio de la inteligencia artificial (IA) generativa —ChatGPT es el ejemplo más conocido—, cada día permea más el campo de la educación y está revolucionando el modo como los estudiantes aprenden. El quid está precisamente en lograr que sigan aprendiendo a pesar de que se apoyen cada vez más en la IA.
Si bien ChatGPT y sus “colegas” tienen limitaciones en cuanto a la pertinencia y veracidad de la información que ofrecen y poseen diversos sesgos (raciales, de género y de enfoque predominantemente occidental, entre otros), se han convertido muy rápidamente en una de las herramientas digitales más populares y utilizadas por estudiantes en todo el mundo, incluido nuestro país. Un reportaje de El Financiero de la semana pasada exploró y describió la situación en centros universitarios costarricenses; si bien en estos se da por un hecho que la IA es cada día más utilizada por estudiantes y docentes, a la vez que se expresan inquietudes pedagógicas y éticas, ninguna de las instituciones citadas ha reglamentado su uso.
El temor más comúnmente expresado en la comunidad universitaria es que la IA está haciendo el trabajo por los estudiantes: en segundos redacta ensayos, resuelve operaciones matemáticas, analiza textos literarios, hace resúmenes, corrige textos, prepara presentaciones, genera ideas para proyectos. La lista de tareas que puede realizar es casi infinita y a una velocidad muchas veces superior a la humana. Otros cuestionamientos hacen referencia a si los jóvenes, en pleno proceso formativo, hacen un uso consciente de esta tecnología. Es decir, ¿son capaces de discernir y enmendar los sesgos y errores de la IA generativa? ¿Reportan su uso a sus profesores o tratan de engañarlos? ¿Está la IA normalizando la trampa y deteriorando la ética de estudiantes y, por qué no, de docentes? ¿Está desincentivando la colaboración y el intercambio de ideas entre compañeros y colegas? ¿Está contribuyendo al desarrollo cognitivo del alumnado, a la adquisición de conocimientos y al desarrollo de destrezas como pensamiento crítico, creatividad e innovación? ¿O más bien está empobreciendo el proceso de aprendizaje, desincentivando el esfuerzo individual, desestimulando el deseo de aprender y de generar nuevos conocimientos? ¿Está rompiendo la transmisión de valor que idealmente debe ser el vínculo entre enseñante y estudiantes?
No obstante los múltiples interrogantes, temores y retos que plantea la IA para la enseñanza, tratar de prohibir su uso es una quimera y un absurdo. El sistema educativo, desde el nivel básico hasta el superior, debe adaptarse para coexistir con la IA, lo cual implica desarrollar políticas institucionales y directrices normativas sobre la utilización, como sugiere la UNESCO. Asimismo, es insoslayable revolucionar la forma como se enseña. Hay que capacitar a los docentes de todos los niveles educativos y de todas las materias para que comprendan, aprovechen y dominen con maestría las herramientas de IA. No hay disciplina ni área del conocimiento que no pueda ser atravesada por la IA. Quienes enseñan deben actualizarse para que la educación que impulsan sea transformadora, estimule la curiosidad y la investigación, el pensamiento crítico, el auto aprendizaje y tantas otras destrezas necesarias para el desarrollo individual pleno.
Por otra parte, ninguna herramienta tecnológica puede sustituir el aporte de la interacción social entre humanos. Un ejemplo extremo sería un foro de discusión en línea en el que todos los estudiantes respondan las preguntas con información extraída de IA: sería equivalente a que un profesor hable solo en un aula vacía. O aún más extremo: si el docente también recurre a la IA, el foro sería una conversación entre robots. Quizás la respuesta a cuál es el rol del docente ante el uso creciente de la IA sea preservar la humanización de la enseñanza y contrarrestar las consecuencias negativas del abuso de la tecnología.
Otro gran reto, del que se habla menos pero es igualmente fundamental, es la escasez en el país de expertos en IA, en informática, en ingeniería de datos y en nuevas tecnologías. La adaptación al uso de IA y el correspondiente diseño y ejecución de soluciones y de regulaciones requiere de talento especializado interno. Las universidades deben formar con urgencia ese tipo de talentos en cantidades suficientes para que den apoyo tanto al propio sistema educativo como a toda actividad que se desarrolle en el país.