La huelga de Albino y su combo pareciera estar llegando a su fin con una derrota originada en la ausencia de estrategia y la falta de visión política. No podía ser de otra manera, pues las reinvindicaciones laborales nunca estuvieron claras; se trató, más bien, de una protesta política con la difusa finalidad de mostrar fuerza frente a las instituciones de la democracia representativa.
El maximalismo de los sindicatos de la educación y la salud, insistiendo en que la única salida a era la retirada del proyecto 20580 de la corriente legislativa no fructificó.
Los sindicalistas fracasaron porque no dejaron la puerta abierta a la posibilidad de reformas al proyecto, y por su insistencia en el rechazo frontal al IVA.
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Sindicatos que parecieran obedecer al diseño leninista de correas de transmisión de un Frente Amplio que se derrumbó estruendosamente en las elecciones pasadas, quisieron ganar en la calle lo que perdieron en las urnas.
Desconocer la institucionalidad política recién electa reveló la aversión de los nostálgicos de la guerra fría por la democracia representativa. El bautizo de la oposición a la reforma fiscal con la consigna de rechazo al combo fiscal reveló también la añoranza por el combo del 2000, y el infantilismo de pensar que el uso de la misma palabra iba a producir idénticos resultados, con olvido del cambio en las circunstancias históricas.
Líderes atascados
La lucha callejera es insuficiente hoy para llegar a audiencias transformadas por las redes sociales. Los escenarios de la lucha social han cambiado profundamente en dieciocho años. Albino y sus muchachos se quedaron atascados en el recuerdo de otra batalla.
En esta confrontación, la coalición sociopolítica de apoyo fue mucho más débil. Los estudiantes no salieron a la calle, los curas optaron por la mediación y los agricultores no se incorporaron masivamente a la protesta. Por otra parte, sus aliados del PAC (pacto del Teatro Melico Salazar, entre PAC-Patria Justa y FA) no optaron por la línea del apaciguamiento del “heroico” Solís Rivera y apostaron firmemente por la reforma de las finanzas públicas.
La falta de tacto político provocó que Patria Justa-FA transformara a sus antiguos aliados en enemigos y disminuyó sus espacios para la acción política. El movimiento huelguístico quedó limitado a los sectores de salud y educación, sin el apoyo de otros actores.
Recurrir a la huelga general desde el inicio impidió la construcción gradual de apoyos y lo dejó al movimiento ante el escenario de todo o nada, continuamente alimentado por el maximalismo de sus demandas y por la ausencia de objetivos claros, más allá de la demanda simplista y radical de retirar el proyecto de la corriente legislativa.
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La utilización de la violencia en el contexto de la huelga, expresada en el sabotaje a las instalaciones de Recope, la quema de buses, los saqueos de supermercados. los bloqueos salvajes de carreteras, la postergación de cirugías y de citas médicas, y hasta la ocupación de quirófanos, generó un amplio rechazo ciudadano, como lo han mostrado diversas encuestas.
La retórica revolucionaria de otras épocas, utilizada por líderes sexagenarios, no logró inflamar el ánimo de las nuevas generaciones para las que estas narrativas carecen de significado, y provocó la marginación de importantes audiencias.
Tanto en la huelga en sí, como durante las negociaciones, el fallido liderazgo sindical apostó a desgastar al Gobierno con la creencia ingenua de que el tiempo jugaría únicamente a su favor. La imposibilidad de ampliar su apoyo y las declaraciones de ilegalidad, redujeron lo positivo del factor tiempo y se volvieron en su contra.
Una clara desautorización
Maestros y trabajadores de la salud han quedado aislados y empiezan a sentir el temor de rebajos salariales y despidos. Los recientes titubeos de Undeca revelan la erosión del movimiento y cómo el tiempo se transformó en un factor de desgaste para sus seguidores. Las divisiones entre los líderes de ANEP y Bussco durante las conversaciones revelaron fracturas importantes en un movimiento que se jactaba de unidad sindical y alardeaba de la supuesta superación de sus contradicciones de años.
Las negociaciones, mediadas por la Iglesia Católica, revelaron de nuevo la intransigencia sindical; alargando innecesariamente las conversaciones, pretendieron recuperar el factor tiempo. Lo cierto es que después de elaborar un borrador de acuerdo mínimo inventaron la excusa de consultar a las bases. ¿Qué clase de liderazgo es aquel que no dirige y cae en el seguidismo, enganchándose en la carreta de ánimos exaltados en las asambleas radicalizadas al calor de la huelga?
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La respuesta negativa de las bases es una clara desautorización a un liderazgo fallido y deja al país en un punto muerto. La Iglesia se retira de la mediación y la huelga, aunque sensiblemente debilitada sigue, causando molestias a la ciudadanía, y el proyecto 20580 será aprobado.
Los sindicatos no han ganado nada y Costa Rica ha perdido mucho. ¿Qué sigue?. El hostigamiento permanente a los diputados, los insultos y amagos de violencia en torno a la Asamblea Legislativa, hacen presagiar que la aprobación del proyecto será una clara tentación a la violencia para liderazgos frustrados y radicalizados.
Albino y su combo deben evitar esa ruta, pues el rechazo ciudadano será aún mayor y su derrota política se magnificará.