LONDRES, PROJECT SYNDICATE – El caos arancelario de Donald Trump ya ha ofrecido algunas lecciones valiosas tanto sobre la economía estadounidense como sobre el propio Trump. Si aplican estas lecciones a sus respuestas arancelarias, los países pueden reducir drásticamente la capacidad de Trump de intimidarlos y coaccionarlos.
Una lección es que la economía estadounidense es más frágil de lo esperado, debido al fuerte vínculo entre la economía real y los mercados financieros. Los temores sobre futuros problemas en el comercio y la producción se extendieron rápidamente a los mercados de renta variable, bonos y divisas. La principal debilidad del sistema financiero estadounidense es que las grandes caídas del mercado bursátil pueden obligar a los fondos de cobertura, altamente apalancados y, en gran medida, desregulados, a buscar liquidez a toda prisa, lo que provoca ventas masivas de activos, en particular de deuda pública. Es este pánico potencial lo que hace que la economía estadounidense sea más vulnerable que otras.
Una segunda lección es que la grandilocuencia de Trump oculta una debilidad fundamental. Cuando sus aranceles amenazaron los intereses comerciales de sus amigos multimillonarios, cedió.
La cuestión ahora es cómo pueden otros países explotar estas dos debilidades. Desde luego, la respuesta no es viajar a Washington para pedir limosna, como al parecer han hecho representantes de unos 75 países. Esto no solo es degradante, sino también ineficaz, porque aumenta la propia sensación de poder de Trump y le permite enfrentar a varios países entre sí. Asimismo, cuando Trump huele la debilidad, tiende a añadir condiciones más onerosas a cualquier acuerdo. Peor aún, esos acuerdos ni siquiera valen el papel en el que están escritos.
Una estrategia mucho mejor es ejercer la máxima presión sobre la economía estadounidense, lo que revelará sus debilidades fundamentales, asustará a los amigos multimillonarios de Trump y, en última instancia, lo obligará a ceder (otra vez). Esto puede lograrse rechazando cualquier negociación y adoptando medidas de represalia proporcionales. Si un número suficiente de países adopta una estrategia de estas características, Estados Unidos se encontrará aislado. Dado que Estados Unidos solo representa el 15% del comercio mundial, los representantes del 85% restante tienen todas las de ganar si coordinan su respuesta.
Algunos economistas cuestionan la sensatez de las represalias. El argumento clásico del libre comercio sostiene que, dado que los aranceles perjudican al país que los aplica, los demás no deberían seguir al agresor en su camino de autodestrucción. Sin embargo, este argumento no tiene en cuenta la economía política de los aranceles retributivos. Al imponer aranceles recíprocos a los productos estadounidenses, los países pueden perjudicar al sector exportador norteamericano, creando así un grupo de presión nacional para poner fin a la agresión. En ausencia de tal contrapeso, el grupo de presión a favor de la sustitución de importaciones (industrias que producen bienes que el país actualmente importa) en Estados Unidos tendrá la influencia de Trump.
Una versión de este argumento político-económico ocupó un lugar destacado en las sucesivas negociaciones comerciales a lo largo del período de posguerra. Al negociar reducciones arancelarias, los países utilizaron un argumento de reciprocidad: reduciremos nuestros propios aranceles si otros en la mesa de negociaciones hacen lo mismo. De este modo, crearon un grupo de presión nacional de exportadores a favor de las reducciones arancelarias y ayudaron a superar la oposición del sector de sustitución de importaciones. Este enfoque tuvo un gran éxito en la reducción de aranceles en todo el mundo, y no hay razón para que no tenga el mismo éxito hoy en día.
Una política de contramedidas de represalia conjuntas maximizaría la presión sobre sectores estratégicos dependientes de las exportaciones, como la alta tecnología y las industrias de servicios digitales, aumentando así la probabilidad de éxito de la oposición interna a la política arancelaria de Trump. También maximizaría el daño causado al sistema de producción y comercio de Estados Unidos, sacudiendo así los mercados financieros -el factor clave que hizo ceder a Trump la primera vez.
Por supuesto, una cosa es formular un argumento de principios sobre por qué deben aplicarse contramedidas, y otra muy distinta organizar esa respuesta. Hay un problema clásico de acción colectiva en este caso, porque pocos países están dispuestos a arriesgarse e invitar a una reacción dura y punitiva. Pero una vez que un número suficiente de países se adhieran al esfuerzo, la capacidad de la administración Trump para imponer tales castigos se desvanecerá. Después de todo, el costo que tendría que absorber Estados Unidos para castigar a todo el mundo sería prohibitivo.
Por el contrario, si otros países no cooperan, le están dando a Trump un palo con el que golpearlos. ¿Por qué debería un país que representa el 15% del comercio mundial poder intimidar al otro 85% para que se someta?
Para resolver este problema de acción colectiva, necesitamos liderazgo político. China ya ha mostrado el camino con sus aranceles recíprocos sobre los productos estadounidenses. Si la Unión Europea se uniera a ella, habría dos líderes lo suficientemente grandes como para perjudicar a Estados Unidos de forma significativa, y otros tendrían un incentivo para unirse a la coalición. Al hacerlo, aislarían aún más a la administración Trump, maximizando el daño a la economía estadounidense y minimizando el daño al resto del mundo. Entonces Trump volvería a ceder.
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Paul De Grauwe es profesor de Economía Política Europea del Instituto Europeo de la London School of Economics.