Las pandemias producen cambios significativos en las relaciones internacionales, contribuyendo al ascenso y caída de los estados. En el siglo V a. C. Atenas era hegemónica en Grecia, luego de padecer una peste su población mermó y con ella su ejército. Finalmente, cayó ante Esparta.
Venecia, líder comercial y marítimo en Italia, el Mediterráneo y hasta el Mar Negro, perdió su poderío víctima de otra plaga, de 1629 a 1631. El centro del poder se desplazó hacia el norte de Europa.
Nuestra generación asiste a un hecho histórico similar. El actual sistema internacional se debate entre la desintegración del orden establecido luego de la Segunda Guerra Mundial, la implosión de la Unión Soviética, el ascenso de China, la fractura de la Unión Europea y ahora, un coronavirus pandémico.
En cuestión de 30 años, pasamos de la bipolaridad al policentrismo, a la transformación de las correlaciones de fuerzas intrarregionales, a nuevas formas de relación interregional, estamos conectados en tiempo real con todo el mundo… la historia se aceleró, pero también se reinventó.
Detrás de la amenaza común que representa el virus, surgen retos apremiantes para la gobernanza global, más allá del globalismo ingenuo. El desorden mundial -bien ilustrado por esta pandemia-, muestra un mundo confuso sin mecanismos centrípetos, primero arraigados en la hegemonía de EE. UU., para después vivir un equilibrio del terror entre el socialismo autoritario y el capitalismo democrático.
Luego de la caída del imperio soviético, la unipolaridad duró poco. China ascendió, Rusia regresó, Europa se fracciona y pareciera alejarse de los EE. UU. Tras pregonar que la globalización borraba fronteras, un virus inesperado demostró en efecto, no necesitar pasaporte para transitar, convirtiéndose en gran globalizador.
Paradójicamente, ante el enemigo universal los estados cerraron sus bordes y regresó el estado territorial. La pandemia devolvió protagonismo al Estado, estremeciendo los poderes mágicos y en apariencia todopoderosos del mercado, reculado ante la necesaria y amplia intervención estatal para salvar vidas y medios de subsistencia -como lo señala el Premio Nobel Edmund Phelps-.
La retirada produce desconexión en el imaginario de la globalización feliz, provocando serios problemas en el tejido económico y sus cadenas de distribución global. Desde fabricación de medicinas y antibióticos hasta multitud de insumos –gran parte de origen chino-, día a día es manifiesto que el “me first” predicado está lejos de ser realista.
¿Y la era pospandemia?
Podría adelantarse que la arquitectura internacional no volverá a ser la misma, pero pospandemia tampoco desaparecerán interdependencia, cooperación y necesidad de gobernanza. Continuará la competencia entre potencias y aunque con algunos daños, ninguna resultará derrotada. El conflicto entre EE. UU. y China sobre el origen del virus, reafirma sus fricciones y vaticina futuras confrontaciones más allá de la retórica.
En Europa, la crisis sanitaria acentúa sus divergencias con EE. UU., abonadas por su retiro del acuerdo de Paris, de la interrupción de negociaciones comerciales, del acuerdo sobre Irán y el cierre unilateral de fronteras. A esta lista de brechas en la relación transatlántica, se suma el desdén de Trump por entes como la Organización Mundial de la Salud, profundizando distancias.
Putin, por su parte, después de una actitud negacionista, pidió a sus ciudadanos quedarse en casa, evitando viajar, aunque no reporta una expansión del virus como otros países. A partir del 30 de marzo, la ciudad de Moscú entró en confinamiento.
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La mentalidad rusa de fortaleza asediada no podía admitir fácilmente la existencia de problemas de esta magnitud. En franca confrontación con EE. UU., el éxito o la derrota frente al COVID-19 se transforma en un pulso entre sistemas políticos, entre la democracia soberana rusa y la democracia liberal.
La gobernanza internacional se erige como el gran tema. Entre conflicto y cooperación, los países se ven obligados a concurrir, la epidemia refuerza el papel fundamental del multilateralismo y de las instituciones para canalizar desacuerdos y resolver los grandes problemas.
¿Saldrá China más fortalecida? Es probable que emerja con mayor liderazgo político, fruto del impacto y manejo de la pandemia en occidente, pero también de otros factores propulsores de su ascenso.
Por un lado, el unilateralismo de Trump ha propiciado la confrontación con China, abandonado el multilateralismo constructor de un orden liberal internacional. La crisis financiera del 2008 debilitó la supremacía de EE. UU., el dinamismo político chino con su iniciativa de la Franja y la Ruta más bien elevó su perfil. La política aislacionista de Trump, termina por pasar factura a los propios intereses de EE. UU.
A lo anterior se suma la errática gestión del virus en su territorio, que contrasta con lo que pareciera una victoria china en Wuhan. Pekín se reinventa mediante la Ruta de la Seda de la Salud, brinda ayuda y venta de material sanitario a Serbia, Italia y otros países de Europa Occidental; mientras que Washington luce por ahora como epicentro del problema.
La mala gestión de la pandemia por parte de Trump resta legitimidad a EE. UU. y trasciende internamente. El America First no solo le ha llevado al alejamiento de un enfoque global, sino a rechazar inicialmente a sus propios expertos científicos, así como a la creencia de que la enfermedad era invento de sus enemigos internos, entre ellos la prensa.
El remezón al orden internacional causado por el COVID-19, llevarán a un rediseño del orden mundial, con una probable disminución de la primacía norteamericana. Siempre existe la opción de que Washington evite los roces con China y sus aliados, promoviendo la cooperación para enfrentar las amenazas comunes para la humanidad.
Lo que queda claro, es que habrá un antes y un después luego del COVID-19, demostrando una vez más que la confrontación doctrinaria entre sistemas políticos autoritarios y democráticos es un obstáculo hacia un nuevo orden, que hay amenazas como las virales y climatológicas que no tienen ideología y se vencen desde una óptica multilateral y cooperante.
Una vez pasada la primera ola de esta epizootia, veremos cómo se mueven las aguas atenienses y venecianas de nuestro tiempo. Hoy hasta la guerra pasa a un segundo plano y es un virus el que podría dictar la dinámica geopolítica del primer cuarto de este siglo.