Opinión de Leda Muñoz | “La riqueza material, después de ciertos niveles, no aumenta la felicidad de las personas —es decir: los más ricos no son más felices, como las telenovelas nos han dicho—”.
Cada día más países trabajan explícitamente en promover la felicidad de sus ciudadanos, una tendencia que se aceleró con la pandemia y sus efectos en la salud mental. Algunos expertos opinan que esta sería una mejor medición del nivel de desarrollo de los países que el tradicional Producto Interno Bruto (PIB) —hay países muy ricos en donde la gente no es feliz—. Siendo esta una vieja aspiración de la humanidad, probablemente la más trascendental, llama la atención que sea un tema relativamente nuevo en la política pública.
Aunque hay variaciones en el concepto que se emplea, las diferencias son pequeñas: Gran Bretaña lleva más de diez años preguntando mensualmente a sus ciudadanos cuán felices son. La Organización de Naciones Unidas recopila el Reporte Mundial de la Felicidad. La OCDE tiene un ranking de las naciones según su percepción de satisfacción ante la vida. Toda esta información ha ayudado a entender el alcance del concepto, y las condiciones asociadas con mejores o peores resultados, para así plantear políticas públicas más robustas y efectivas.
Por otro lado, existen expresiones diferentes de la felicidad según la cultura, pero en general las mejores posiciones las ocupan países democráticos, con una institucionalidad que atiende las necesidades de las personas, una educación pública de calidad, un tejido social fuerte y una economía sana y vigorosa que brinda oportunidades. El contacto con la naturaleza también parece importante. En las mediciones destacan las naciones nórdicas, mientras que los latinoamericanos, como bien resume Andrés Oppenheimer en su más reciente libro: “Estamos mejor que América Latina”; es decir, obtenemos mejores resultados que los que se esperarían dadas las condiciones que tenemos.
Los estudios muestran que el tema es complejo, pero está claro que primero se requiere cubrir adecuadamente las necesidades básicas de las personas (es decir, algo más que mínimos) antes de observar un incremento en las mediciones de felicidad. Y, en el otro extremo, que la riqueza material después de ciertos niveles no aumenta la felicidad de las personas —es decir: los más ricos no son más felices, como las telenovelas nos han dicho—.
Ciertamente es importante dedicarle esfuerzos a entender las bases necesarias para construir una sociedad feliz. Costa Rica debe tomar nota: no debilitar las que ya tiene, al contrario, fortalecerlas. La felicidad es una aspiración legítima de todos los pueblos.
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Leda Muñoz es catedrática de la Universidad de Costa Rica, exvicerrectora de Acción Social, investigadora en nutrición y desarrollo infantil; coordinadora del Informe Estado de la Nación y exdirectora de la Fundación Omar Dengo. Ph.D. en nutrición infantil y epidemiología.
Leda Muñoz es catedrática de la Universidad de Costa Rica y cuenta con más de 35 publicaciones científicas y académicas. Es exdirectora ejecutiva de la Fundación Omar Dengo.
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