“El Amor en los tiempos del cólera” será, por mucho, el libro que más veces leeré. No porque sea una historia de amor, exquisita por cierto, sino porque muestra un curioso sentido de la perseverancia.
La historia la conocemos. Un Florentino perdidamente enamorado de Fermina, a quien espera por más de medio siglo, hasta que ambos terminan felices. En el ínterin, Florentino no pudo cumplir a cabalidad su promesa de virginidad, y cede a los múltiples encantos que siempre podemos encontrar en las féminas. Fermina también fue muy impulsiva, al rechazar un amor verdadero y preferir el atractivo de la boda con un médico.
Esa misma historia tiende a repetirse en la política. Candidatos que juran fidelidad absoluta a sus principios, a sus votantes, a sus ideales, a sus compañeros de campaña, a la Patria. Pero conforme la novela política se desarrolla, van surgiendo personajes que alteran el amor.
Nuestro Florentino es uno de esos candidatos que, de corazón, jura fidelidad y amor incondicional a su amada, la Patria. Pero la Patria, además de hermosa, también puede ser voluble, puede ser antipática, puede incluso ser interesada y hasta ingrata. ¿Sabemos bien a quién ama la Patria? ¿A quien crea más ricos? ¿A alguien que reparte a manos llenas? ¿A quien educa con rigor?
Florentino puede seguir fiel a su ancestral romanticismo, pero no es de palo. Podría descubrir “placeres intermedios”, como viajes, aspirar a un cargo internacional, la reelección o incluso a algo más pecaminoso.
Siempre habrá en estos dramas algún Juvenal, que nos roba temporalmente a Fermina, en la forma de una crisis energética, un descontrol monetario mundial, ideas locas de libertad incondicional, deseos de autarquía o una pandemia.
¿Habrá finales felices en este caribe paradisíaco? No olvidemos que Juvenal aún no ha muerto, persiguiendo a su loro. Puede ser que Florentino tenga que seguir coleccionando nombres de amantes en sus apuntes. La buena política puede ser un amor imposible.