El sistema internacional sufre profundas transformaciones y el mundo vive una fase de transición. El desorden mundial es el principal rasgo del panorama.
Un estado pequeño como Costa Rica está obligado a replantearse su articulación con el mundo a partir de su situación socioeconómica y política.
Los Estados Unidos (EE. UU.) y China se encuentran en situación de aguda tensión, producto del ascenso de China y de la aspiración de Pekín a ser reconocido como potencia global. En las últimas semanas, las contradicciones entre ambos gigantes parecieron atenuarse como consecuencia de las visitas del secretario de estado Antony Blinken y de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen. Los términos de-risking y desconexión (decoupling) ayudan a explicar el estado actual sus fricciones.
El primero se refiere a la reducción de la exposición al riesgo, utilizado por los EE. UU., e incluye la diversificación de las cadenas de suministros, el fortalecimiento de los controles a la exportación, la reducción de la dependencia en tecnologías chinas, el énfasis en la industria doméstica y diversificación de importaciones.
La desconexión implica que ambas economías rompen su interdependencia, construyen barreras tarifarias, restringen las inversiones extranjeras o imponen sanciones a su rival, lo que llevará al decrecimiento del comercio entre ambos.
La reducción del riesgo es un enfoque moderado que no lleva a una separación total. Por el contrario, la desconexión lleva a dos economías separadas.
En su reciente visita a China, Yellen reiteró que los EE. UU. no buscan la desconexión con China, lo que sería desastroso para ambas partes y desestabilizaría al mundo, afirmando la distinción entre desconexión y diversificación de las cadenas de suministros, pero defendiendo sanciones relacionadas con la seguridad.
La mención a la seguridad nacional amplía la rivalidad entre las potencias más allá de lo económico. Las dos protegen sus intereses de seguridad, aunque los EE. UU. insisten que esta protección será transparente, limitada y con objetivos claramente definidos. China ha señalado que la generalización de la seguridad a los ámbitos comerciales y económicos no facilita la normalidad de las relaciones.
Las contradicciones entre ambas superpotencias se extienden al campo militar y a la competencia diplomática global.
La confrontación bipolar entre bloques ideológicos es desplazada por un enfrentamiento geopolítico entre una potencia del statu quo y otra ascendente, que aunque comunista, practica el socialismo de mercado.
En América Latina, la presencia comercial china se ha ampliado y son muchos los países que han firmado acuerdos en torno la iniciativa china de la Franja y la Ruta.
Centroamérica se ha transformado en una suerte de campo de batalla diplomático en torno a Taiwan; Pekín ha logrado que cinco países de la región reconozcan el principio de una sola China y corten relaciones diplomáticas con la isla, como lo han hecho la mayoría de los países del mundo, incluido EE. UU. oficialmente. Sin embargo, la diplomacia de Washington sigue asustando sobre los peligros de la relación con China.
La política exterior de Costa Rica debe reconocer los cambios en el sistema internacional pero tomando en consideración nuestras características propias.
Es preciso reconocer que con la hegemonía norteamericana en la región, cualquier amenaza directa a sus intereses de seguridad implicará una fuerte reacción. Mantener nuestra condición de amigos cercanos es fundamental para aprovechar el rediseño de las cadenas de aprovisionamiento (nearshoring, friendshoring) y atraer inversión que abandone China.
Costa Rica practica y defiende la universalidad de los derechos humanos, el pluralismo político y la división de Poderes. Nuestra diferencia con el sistema político chino es evidente, aunque respetamos su ruta política. Nuestra cercanía político ideológica es con Estados Unidos, pero no excluye relaciones con China.
Compartimos parte de nuestro universo político valórico con los EE. UU., particularmente la crítica de autoritarismos y dictaduras en Latinoamérica, pero diferimos con la inclinación guerrista de algunas fuerzas del norte, dada nuestra opción por la paz y el desarme nuclear.
La inclinación norteamericana de dictar las políticas centroamericanas con China no es de recibo desde nuestra posición de nación soberana y respetuosa del derecho internacional.
En lo referente a China, debemos plantear nuestro desacuerdo con la tibia actitud de Pekín frente a la invasión rusa a Ucrania. La abstención en condenar la agresión y los crímenes de guerra evidencian relativismo con respecto a los principios de soberanía, independencia e integridad territorial.
Nuestra política exterior debe guardar un delicado equilibrio frente a la rivalidad geopolítica de las superpotencias. Debemos afirmar valores democráticos en los conflictos internacionales y nuestra independencia política.
Empero, frente a las grandes transformaciones globales nuestra política exterior carece de definiciones sobre los temas mundiales y regionales. El silencio es la nota dominante.