Si bien la expresión no es enteramente propia, me parece que tiene una validez monumental: los números siempre pueden ser torturados hasta que digan la “verdad”.
Las estadísticas, las buenas, pueden de pronto reflejar un mundo que no conviene a mis intereses: el crecimiento del PIB no me sirve para acusar a mi contendor, la inflación es menor que la deseada para que mi enemigo pierda popularidad, etc. En esos casos, tenemos la posibilidad de interpretarlos, transformarlos, promediarlos o, claro está, torturarlos hasta que digan lo que nos favorece.
Pongamos por ejemplo los retornos de un fondo de pensiones. Se trata de portafolios de inversiones que tienen por objeto acumular un capital en un plazo muy largo, no menos de 20 años, para luego iniciar un proceso de desacumulación, en la forma de desembolsos de una pensión.
De esta manera, tiene un horizonte temporal muy amplio, en el que no le exigirán tener plata en efectivo, y no tendría sentido invertir mucho capital a plazos cortos, por lo general de retornos más bajos. Lo correcto será invertir en activos de muy largo plazo, con retornos más atractivos.
Pero el ser humano, tan imperfecto, sucumbe ante la incertidumbre del futuro. Un fondo podría invertir en acciones de conocidas empresas de refrescos, cuyas preferencias no se espera que cambien en un año. Pero ¿quién nos garantiza que los consumidores no se van a pelear con el azúcar, por ejemplo dentro de 10 años?
¿Podía un gestor de fondos saber, en 2018, si habría una pandemia en 2020, que pudiera hundir las tasas de interés 2 o 3 años después? ¿Era capaz de anticipar en 2019 una guerra en la Europa moderna en 2022, que disparara la inflación? ¿Puede saber hoy si un país habrá quebrado en 6 años? Me temo que no.
Cuando el futuro nos alcanza, se acaba la incertidumbre. Los sensatos asimilarán los números. Para todos los demás… existe la tortura. No falla.