La logística, entiéndase la capacidad de mover bienes, servicios y personas de un punto a otro con la mayor eficiencia, calidad y seguridad posibles está –como tantas otras cosas en nuestro país– en crisis. A los costos directos: pasajes, costos operativos de los vehículos, inventarios en tránsito y costo de los conductores, hay que agregar muchos costos indirectos: tiempo perdido en tránsito, desgaste de las carreteras, pérdida de salud de pasajeros y transeúntes, contaminación ambiental, desgaste de motores y llantas, exceso consumido de combustibles y lubricantes, y muchos otros.
Todos estos costos son reales y tienden a empeorar por la naturaleza de nuestras políticas de importación de vehículos, la proliferación de venta de carros usados y motocicletas de bajo precio y al crédito, la mala calidad de muchas rutas del transporte público colectivo, la pobre escala de nuestra infraestructura y la necesidad de trasladarnos constantemente a hacer diligencias en instituciones, bancos y comercio. Nuestro modelo de éxito familiar de “casa y carro (o moto) propios” es un problema en sí mismo.
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Se nos viene a la mente aquella famosa frase del exalcalde Bogotá Enrique Peñaloza: “Nación exitosa no es aquella donde hasta los pobres tienen carro, sino aquella en donde hasta los ricos usan el transporte público”. Y es cierto, cuánta admiración sentimos cada vez que vemos una foto o video de un alto funcionario europeo llegando a su trabajo en bus, tren y hasta en bicicleta.
Hay que poner las cosas en el orden correcto.
Ahora que se habla de la construcción de un tren eléctrico y rápido de pasajeros, la sectorización de los buses interurbanos, la optimización de rutas y frecuencias de los buses de comunidad, la construcción de terminales multimodales, el despliegue de ciclovías, el pago y trasbordo electrónico, hay que agregarle los incentivos y reglas necesarios para que todo funcione como debe ser.
Esto implica eliminar los estacionamientos de las calles de las ciudades y de las instituciones públicas, encarecer los parqueos, cobrar tarifas que representen el verdadero ahorro de los ciudadanos –incluidos los costos directos e indirectos para su cálculo—, impulsar el gobierno digital en el Gobierno Central y municipalidades, promover el teletrabajo en instituciones públicas y privadas para reducir los volúmenes de traslado, distribuir las horas de ingreso de escuelas, colegios, instituciones y comercio para optimizar el movimiento y, en fin, adecuar todos los sistemas para que de verdad el transporte público colectivo sea una alternativa real y conveniente para todos.
La visión correcta
Además de esto debe mejorarse la infraestructura, eliminarse los cuellos de botella sin sentido, construir los pasos a desnivel y ampliar los puentes que hagan falta y señalizar integralmente. Para esto debe usarse proactivamente la concesión de obra pública tanto a nivel nacional como municipal y hacerse cumplir la ley, sancionando a quienes irrespeten las señales con dureza y cero impunidad. Hay que ordenar el tránsito en las carreteras, programar las entregas de mercancías, eliminar la circulación por espaldones, la invasión de intersecciones y continuar las restricciones por número de placa para reducir aun más el volumen diario de tránsito.
Para completar la redefinición de nuestras ciudades, será necesario repoblarlas de manera inteligente y moderna, en construcciones de alta eficiencia, ubicadas alrededor de las estaciones y puntos de trasbordo del transporte colectivo; y dotar cada uno de ellos de comercio, áreas verdes y recreativas, así como de centros educativos y de servicio.
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Pero, ¿cómo lograr todo esto en un plazo razonable y en el orden correcto?
La respuesta, por supuesto, pasa por la planificación cuidadosa y técnicamente respaldada, y por el desarrollo paulatino del proyecto, ojalá empezando por centros de alta visibilidad y valor como modelos, para generar credibilidad y modelos útiles para el resto de zonas de la Gran Área Metropolitana y para otros centros de población del país. También requiere de proyectos de logística internacional de primer mundo, ya iniciados con la modernización de nuestros principales puertos marítimos y aeropuertos, que ahora requieren de carreteras de la misma calidad que los conecten con los centros de producción y consumo.
La Primera Dama ha iniciado un proceso para modernizar la ciudad y su transporte público colectivo. El puerto de APM Terminals es un gran avance. No perdamos esta oportunidad de seguir en la dirección correcta.
¿Se imaginan ustedes una Costa Rica igual de desordenada e ineficiente en términos logísticos después de 200 años de independencia? No lo debemos siquiera imaginar. Para que ocurra lo contrario, es necesario imponer la visión correcta y apoyarla con toda la fuerza del caso.