Actualmente existe una polémica acerca de la legalidad o no de la destitución de la junta directiva del Banco Nacional, y los procedimientos para designar una nueva. El tema atañe a normas que rigen la función pública, pero más allá del dilema jurídico, es importante repasar las recomendaciones que dictan las buenas prácticas de gobierno corporativo.
Individualmente, los integrantes deben poseer demostrado conocimiento, atestados académicos y experiencia en el campo donde se desenvuelve la entidad. Considero que esta última (experiencia), posee mayor ponderación. Se sugiere que cada miembro tenga un conocimiento similar o superior, al del respectivo gerente general o puesto equivalente. Lo contrario también es cierto respecto al perfil del gerente general, prueba de ello es que muchas empresas fijan las dietas de los directores, calculando las horas dedicadas y tasándolas al mismo salario por hora de la gerencia general.
Una junta directiva donde los integrantes poseen capacidades en clara desventaja respecto a la gerencia, termina siendo dominada a placer por esta, y se pierde el principio de pesos y contrapesos. Lo contrario también es inconveniente, pues la junta directiva termina involucrándose y desgastándose hasta en aspectos operativos, cuando lo suyo debería ser, ante todo, los temas estratégicos.
Por otro lado, el grupo de directores debe analizarse como equipo, para lograr sinergias: una mezcla de especializaciones y experiencias, de modo que las decisiones se construyan desde múltiples perspectivas. Ni todos abogados, ni todos economistas, ni todos ingenieros. La diversidad etaria y de género también es ideal.

En la conformación misma de ese consejo o junta directiva, es conveniente la presencia de directores independientes con conocimiento, pero desvinculados de la empresa (ni funcionario, ni asesor, ni cliente, ni proveedor, ni propietario, ni familiar). Esa independencia debe ser real, y no ficticia, pues debe tener el conocimiento, el talento y el talante necesario para hacer contrapesos cuando sea propicio.
Ahora bien, todo este engranaje podría verse debilitado por el perfil conductual de quienes los integran. Esta parte psicológica suele ignorarse. Más allá de las asimetrías que surgen cuando hay amplias brechas de conocimiento entre miembros, también hay perfiles de directores que, a base de persuasión o personalidades hostiles, podrían volverse dominantes en el consejo, y torcer las decisiones según su visión particular, para bien o para mal.
El perfil de los directores
Un consejo o junta directiva reviste condiciones ideales cuando logra integrar en ellas a directores con señorío. Es aquel director o directora que reúne una combinación superior de conocimiento, experiencia y valores personales construidos a lo largo de muchos años. Es reconocido como una autoridad en el campo en el que se desenvuelve, porque ha estudiado, analizado y procesado abundante información del tema en particular, convirtiéndolo en un experto, independiente de sus grados académicos. Hasta podría carecer de grados académicos del todo, pero haber forjado ese conocimiento de manera autodidacta, a golpes de realidad.
Directores con señorío atesoran la experiencia de haber vivido -y sufrido- coyunturas de crisis desde puestos de decisión, a lo largo de su vida. Sabiamente se dice que, las enseñanzas de una crisis, por dolorosas que sean, valen tanto o más que un grado universitario.
El otro componente del señorío es la integridad. Es una persona que cree firmemente en la ética, en la observancia de leyes y normas existentes, y en que la organización debe ser capaz de salir avante cumpliendo cabalmente sus impuestos, obligaciones laborales, sociales y ambientales.
Ser un director o directora senior, puede estar relacionado con madurez, pero tampoco en esto hay recetas. El señorío podría alcanzarse a los 40 años, a los 70 años, o no alcanzarse nunca. Lo que sí es notable es que el director “senior” es un referente de conocimiento. Sus intervenciones dictan cátedra (masterclass) en el seno del consejo de administración.
El problema de muchas organizaciones, empresas, e instituciones, es que la elección de directores se hace a la ligera, sin sopesar la trascendencia del acto. A veces priman criterios políticos o familiares, o por control del poder, sin procurar la excelencia y menos aspirando al señorío de los órganos colegiados.
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El autor es economista y miembro de la junta directiva del instituo de gobierno corporativo.