La pandemia ha llevado a la educación, ya en franca crisis antes de esta, hacia un callejón sin salida. No saldremos de aquí devolviéndonos por el mismo camino ni agregando parches. Tampoco lo haremos con las palabritas de domingo que abundan en la etapa actual del ciclo político.
Si sumamos al panorama las realidades paralelas inventadas en las redes sociales por grupos, en su mayoría pequeños, que buscan afianzar sus “posiciones y posesiones” (tomo prestada la frase de un amigo), promueven la división y debilitan nuestra capacidad para llegar a acuerdos necesarios para enfrentar con lucidez nuestros problemas, el callejón se convierte en el inicio de un precipicio.
Requerimos con urgencia una transformación real del sistema educativo, que surja de una manera distinta de pensar la educación que cambie profundamente su forma de organizarse, para que esta pueda verdaderamente desarrollar capacidades fundamentales en todas las personas. ¿Qué capacidades? Como mínimo las que apoyen la construcción de un futuro común, más sostenible, justo y de mayor bienestar colectivo. Nunca antes la humanidad ha tenido el potencial para tal acometida, apoyándose en el profundo y creciente conocimiento que hoy tiene disponible, y en las poderosas herramientas tecnológicas para impulsar y soportar esa transformación.
En Costa Rica lamentablemente nos seguimos empeñando en obstruir y descalificar a cualquier idea o proyecto concreto, si no surge del lado de la estrecha acera en la que estamos parados, desde la que nos aferramos a ver y entender el mundo y el universo. Para muestra un botón: la Red Educativa, urgente, innovadora, factible, poderosa, pero atascada por enésima vez.
La educación, mientras tanto, sigue en colapso, y con ella la posibilidad de un futuro común se desdibuja... ¿y si decidimos superar la inercia y aunar esfuerzos y capacidades?