Muy diversas voces han estado señalando las importantes debilidades y retos que enfrenta la educación costarricense, particularmente tras el golpe duro de la pandemia. Pero ello no debe llevarnos a pensar que las soluciones se deben construir minando la institucionalidad que nuestro país tiene, en este y en muchos otros campos, la cual ha permitido gran parte de los logros que nos colocan en los mejores lugares en Latinoamérica en muchos temas, y en varios otros ocupamos incluso una posición destacada a nivel mundial.
Es por ello que me resulta llamativo el que los resultados del último Estudio Regional Comparativo (ERCE), en que Costa Rica ocupa el primer lugar de la región, haya recibido poca atención. Este es elaborado por la Unesco y sirve como referencia internacional, la cual se suma a otras mediciones e indicadores, incluyendo por supuesto las ya conocidas pruebas Pisa, para conformar una radiografía general de la calidad de la educación de los diferentes países.
Ocupar el primer lugar latinoamericano debiera ser una noticia destacada. Este es el resultado de una política universal en educación, de un compromiso país que ha logrado persistir a través de los años. La crítica a las debilidades que se han documentado, debe tener la intención de ayudar a mejorar esa educación: fortalecer, ajustar, y desde luego cambiar todo lo que sea necesario. Pero cada logro también debe contar.
Nuestra aspiración es tener la mejor educación posible para la talentosa generación joven, y por lo tanto debemos trabajar con lo bueno que se tiene, y cambiar lo que no es bueno. Podríamos fácilmente ocupar lugares destacados entre las mejores naciones del mundo, como ya sucede con otros temas. El sistema educativo es hijo del tiempo, de nuestra historia y anhelos, con todos sus errores y aciertos. La discusión nacional en esta campaña política no debe olvidar esto.