Shanghai– Tras su asunción al cargo el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, iniciará una transformación integral de la política de su país. Una excepción notable es China. Sin embargo, sería un error que Biden mantenga la estrategia confrontativa del expresidente Donald Trump hacia la segunda economía más grande del mundo.
Aunque la postura de Biden hacia China no sea tan abiertamente antagónica como la de Trump, ha repetido muchas de las quejas de su predecesor respecto de las prácticas comerciales de China, a la que acusa de «robar» propiedad intelectual, practicar dumping en los mercados extranjeros e imponer transferencias tecnológicas a las empresas estadounidenses. Al mismo tiempo, dio señales de que no abandonará de inmediato el acuerdo comercial bilateral en «fase uno» alcanzado el año pasado, y que tampoco eliminará el arancel del 25% que ahora se aplica a cerca de la mitad de las exportaciones chinas a Estados Unidos.
Biden considera que antes de modificar sustancialmente la estrategia actual frente a China, debe revisar el acuerdo vigente y consultar a los aliados tradicionales de Estados Unidos en Asia y Europa, para «formular una estrategia coherente». Es posible que la persona que eligió como representante de comercio de los Estados Unidos, Katherine Tai (una abogada de ascendencia asiática especializada en comercio, con amplia experiencia en China y dominio fluido del mandarín), tenga un papel importante en dicha revisión.
Pero no hace falta un examen minucioso para percatarse de que la imposición de aranceles altos es incompatible con el acuerdo en fase uno. En los últimos dos años, la proporción de las exportaciones chinas a Estados Unidos sujetas a aranceles adicionales trepó de una cifra casi insignificante a más del 70%; y en el caso de las exportaciones estadounidenses a China, se pasó de un 2% en febrero de 2018 hasta más del 50% dos años después.
En el mismo período, Estados Unidos implementó once rondas de sanciones contra entidades chinas; y el mes pasado agregó los nombres de 59 empresas y personas de esa nacionalidad a la lista del Departamento de Comercio de entidades alcanzadas por las normas de control de exportaciones, con lo que el total para China llegó a 350 (más que ningún otro país).
Con costos tan altos y límites tan estrictos a las exportaciones, no hay modo de que China cumpla el compromiso (incluido en el acuerdo en fase uno) de incrementar en unos $200.000 millones la compra de bienes y servicios estadounidenses durante el período 2020 21. Desde enero de 2020, las exportaciones estadounidenses a China se han ido alejando de las metas estipuladas por el acuerdo, de modo que en noviembre de 2020, China sólo había cumplido el 57% del compromiso de compra a lo largo del año.
No hay mucho que China pueda hacer para mejorar las cifras. No se le puede pedir al sector privado (que constituye alrededor del 80% de la demanda china de importaciones desde Estados Unidos) que compre bienes estadounidenses con aranceles tan altos. Y obligar a las empresas estatales a cubrir la demanda faltante crearía otros problemas.
La conclusión es clara: mientras Biden mantenga la postura confrontativa de Trump, el acuerdo en fase uno será básicamente impracticable, y cualquier progreso hacia una relación comercial mutuamente ventajosa resultará casi imposible; incluso puede haber una enorme reducción del comercio bilateral.
Pero esto no implica que bastaría con que la administración Biden elimine los aranceles. El acuerdo en fase uno también es muy deficiente, en particular porque para cumplirlo, China tendría que importar menos desde otros países. El acuerdo da a Estados Unidos una ventaja significativa respecto de otros socios comerciales de China, con lo que puede constituir una infracción del principio de no discriminación de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Por eso otros países están tratando de emparejar el terreno de juego. A fines de 2020, la Unión Europea y China suscribieron un Acuerdo Integral sobre Inversiones, y los diez países de la ASEAN más China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda crearon la Asociación Económica Integral Regional (conocida por la sigla en inglés RCEP).
Nada de esto beneficia a Estados Unidos. Para empezar, es probable que los países de la ASEAN (que en forma colectiva constituyen el cuarto mercado más grande para las exportaciones estadounidenses) se inclinen por comerciar más con los otros miembros de la RCEP, un cambio al que contribuirá el hecho de que la RCEP no incluye normas laborales y ambientales como las que aparecen en los acuerdos con Canadá, México y Estados Unidos.
También es probable que la RCEP incremente la demanda china de exportaciones agrícolas y energía desde Australia y Nueva Zelanda. Y la creación indirecta de una zona de libre comercio entre China, Japón y Corea del Sur (el «triángulo de hierro») consolidará las cadenas de suministro del noreste asiático y el Pacífico occidental. Todo esto supone para Estados Unidos una creciente desventaja estratégica.
En vez de mantener la política confrontativa de Trump hacia China, Biden debería aceptar el papel central que este país tiene en la economía mundial y buscar un acuerdo comercial mutuamente ventajoso y no discriminatorio. En esto, el interés chino en unirse al Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (que reemplazó al Acuerdo Transpacífico tras la retirada de Trump al asumir el cargo hace cuatro años) puede servir de punto de partida.
La administración Biden promete darle un nuevo inicio a Estados Unidos y sus relaciones con el mundo. Pero para cumplir esa promesa, debe poner fin a la desastrosa guerra comercial de su predecesor contra China.
Traducción: Esteban Flamini
Zhang Jun es decano de la Escuela de Economía de la Universidad Fudan (Shanghai) y director de su Centro de Estudios Económicos de China. Shi Shuo es candidato al doctorado en Economía en el Centro de Estudios Económicos de China en la Universidad Fudan e investigador visitante en el CERDI IDREC, Université Clermont Auvergne.
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