El mundo está pasando por situaciones nunca antes vistas, provocando una serie de sentimientos en la población mundial y por supuesto Costa Rica no es la excepción.
Dichas situaciones han implicado cambios y presiones sociales, económicas, familiares y laborales, provocando en las personas mayores niveles de estrés, de ansiedad y en muchos casos incluso de depresión.
Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas, alrededor de un 42% a 50% de los trabajadores de salud, en los países como Canadá, China y Pakistán, han reportado depresión, ansiedad, insomnio y la necesidad de recibir soporte psicológico.
Para Javier Contreras, médico psiquiatra e investigador de la Universidad de Costa Rica, “Evitar la propagación del virus pone a prueba nuestra capacidad como sociedad para trabajar en equipo y nos enfrenta a situaciones de estrés y ansiedad”.
También según Tedros Adhanom, Director general de la Organización Mundial de la Salud, “El impacto de la pandemia en la salud mental de las personas ya es extremadamente preocupante”. Y es que la situación del COVID-19 ha generado mucha incertidumbre, temor y angustia; tanto en el ámbito económico, como en la salud física.
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Por otra parte, está transformando la forma de socializar y el desarrollo de la afectividad entre los individuos, provocando un distanciamiento físico que en muchos casos está asociado a sentimientos de soledad, remordimiento, culpabilidad y añoranza.
En el plano laboral, los colaboradores ya no pueden saludar como antes a sus compañeros, al encontrarse en modalidad de teletrabajo y tener que reservarse algunas de sus muestras de afecto como los abrazos y besos en la mejilla, igualmente muchas de sus actividades de celebración y de compartir.
Todos estos elementos, junto con la limitación en la libertad de expresión y movilización, son duelos que están viviendo los individuos; pues han perdido cosas que antes se disfrutaban con normalidad. Muchas de esas personas son los colaboradores de diferentes organizaciones, que buscan esforzarse para desarrollar el trabajo de la mejor manera posible a pesar de la carga emocional que experimentan.
Por eso es tan importante abordar el tema de la salud mental corporativa, para desarrollar procesos psicoemocionales donde las personas comprendan qué es la salud mental, logren identificar sus emociones, cómo las están canalizando y qué otros recursos pueden adquirir para afrontar de una manera más asertiva dichas vivencias entorno al COVID-19.
En esta línea, al promover la salud mental, se cumple con uno de los diez pasos de retorno seguro y saludable en tiempos de COVID-19, según la Organización Internacional del Trabajo y es la consideración de factores de riesgo psicosocial, a través del cual se fomenta el apoyo por asesoramiento psicológico y la búsqueda de la salud y el bienestar en el lugar de trabajo a través del equilibrio físico y mental.
Algunos de dichos procesos psicoemocionales se pueden desarrollar a través de capacitaciones en línea, sesiones individualizadas de psicoterapia y soporte psicoterapéutico grupal. También otros asesoramientos con profesionales en psicología, que puedan brindar recomendaciones oportunas para la promoción de la salud mental corporativa.
Menos incapacidades
Se ha comprobado que aquellos colaboradores que se sienten menos estresados, más tranquilos y serenos, son también trabajadores con mayor enfoque, más resilientes y con un mejor desempeño laboral. Esto no solo trae beneficios para el colaborador, sino además estimula los equipos de trabajo, incentivándose el fortalecimiento de un ambiente laboral armonioso.
Por otra parte, el promover la salud mental disminuye la posibilidad de que se presenten incapacidades por enfermedades de índole mental que pueden significar un alto costo para las organizaciones.
Definitivamente la salud mental también viene a ser un fundamento de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), al promover el bienestar de uno de sus stakeholders más importantes, como lo son los clientes internos.
Las consecuencias de no invertir en salud mental son impactantes, ya que incluso desde antes de la situación del COVID-19, algunos trastornos mentales como la depresión y la ansiedad han tenido una serie de repercusiones económicas importantes. Por ejemplo, según un estudio desarrollado por la Organización Mundial de la Salud, se ha estimado que dichos trastornos cuestan anualmente a la economía mundial $1 billón.
Según este mismo informe, por cada dólar invertido en la ampliación del tratamiento de la depresión y la ansiedad, se obtiene un rendimiento de $4 en mejora de la salud y la capacidad de trabajo. «No se trata de una cuestión únicamente de salud pública, sino también de desarrollo. Tenemos que actuar ya porque la pérdida de productividad es algo que la economía mundial no se puede permitir.» dijo Jim Yong Kim, expresidente del Grupo del Banco Mundial.
El avanzar como sociedad, como país, como familia y como organizaciones viene del reconocimiento de la importancia de tomar conciencia de cómo estamos y cómo podemos mejorar para afrontar de una forma más sana y exitosa los diferentes retos que se nos están presentando.
Según Tedros Adhanom, la salud mental “se trata de una responsabilidad colectiva que deben asumir los gobiernos y la sociedad civil, con el apoyo de todo el sistema de las Naciones Unidas. Si no nos tomamos en serio el bienestar emocional, los costos sociales y económicos para la sociedad serán prolongados”.
Por lo tanto, todo aporte en procura de la salud mental corporativa, significará una contribución para muchas personas y familias, así como para el bienestar y el desarrollo de las organizaciones; pues no solo se ha convertido en una necesidad que debe ser respondida y resuelta, sino también en un fundamento estratégico de las empresas con el fin de asegurarse la sostenibilidad en tiempos de crisis, progresando de una manera confiable, inteligente, integral y humanista.
* La autora de este artículo es Psicóloga-Consultora.