Mao Zedong utilizó la expresión tigre de papel (zhǐlǎohǔ) para referirse a los Estados Unidos en los años cincuenta : “Aparentemente es muy poderoso, pero en realidad no tiene nada de temible: es un tigre de papel. Mirado por fuera parece un tigre, pero está hecho de papel y no aguanta un golpe de viento y lluvia”.
Esta expresión se utiliza para describir a alguien o algo que no es tan poderoso como parece. Sin embargo, hay que añadir, que no todos los tigres de papel son benignos. Algunos pueden ser peligrosos, aunque no sean tan poderosos como lo pretenden, en los estertores de su agonía pueden matar, lagarto herido hasta con la cola mata.
La pasada rebelión del grupo Wagner puso sobre la mesa las debilidades del régimen de Putin. La toma de una ciudad importante, Rostov en el Don, la marcha de columnas armadas hacia Moscú, el cuestionamiento de las jerarquías militares y la crítica a los objetivos de la guerra en Ucrania, evidenciaron un serio desafío al poder del inquilino del Kremlin, aunque no se trató de un golpe de estado, ni del estallido de una guerra civil.
El jefe de la asonada, Yevgueni Prigozhin, ha señalado que no pretendía “derrocar al Gobierno, sino protestar” y asegura que su objetivo era señalar los errores de la elite militar rusa acusándolos de corrupción, de envidiar sus éxitos y matar a los suyos.
Surge la pregunta ¿será este el principio del fin de la vertical de poder del exagente de la KGB o el episodio servirá para que consolide su autoritarismo?, los tigres de papel también hacen daño recurriendo a las purgas y envenenan a sus adversarios.
El episodio no marcó el fin de la era del régimen pero si reveló importantes fisuras en su aparato político militar. Putin ve seriamente devaluada su imagen interna y externa. Empero, el estado ruso no se derrumba.
Los milicianos del grupo Wagner mostraron la vulnerabilidad de un régimen incapaz de afirmar claramente el monopolio sobre la violencia estatal.
La humillación es muy grande para un presidente que negocia con amotinados que llevaron la guerra de Ucrania al interior de la madre Rusia, sin encontrar mayor resistencia, derribando helicópteros y aviones moscovitas, el tigre poderoso experimentó los golpes de viento y de lluvia.
Más allá de la devaluación del régimen autocrático, el acontecimiento revela que el sistema político ruso tiene una dinámica interna de luchas fratricidas entre sus oligarquías político económicas (siloviki), sus elites territoriales y sus burocracias militares.
La privatización del monopolio de la violencia estatal mostró el error de Putin de entregar poder a Prigozhin, creando un monstruo que amenazó con devorarlo si hubiese conseguido apoyo de masas y de militares.
El discurso de Putin frente a los acontecimientos, preparando a la población para una guerra civil evidenció la gravedad del reto que enfrentó, y puso en duda su infalibilidad, pero no fue un tiro al corazón del poder autocrático, aunque si una mancha enorme sobre su supuesta invencibilidad.
Ciertamente, en lo inmediato, Putin resolvió el problema, los amotinados regresaron a sus bases, el jefe rebelde irá al exilio, los delitos fueron perdonados y la correlación de fuerzas en el campo de batalla ucraniano se mantiene estable. Sin embargo, el silencio de muchos frente al motín provocará venganzas y persecuciones, creando inestabilidad que perjudicará políticamente al régimen y debilitará el esfuerzo guerrero ruso en Ucrania. La reestructuración de la cúpula militar será una de las consecuencias que veremos en los próximos días o semanas.
La división de las fuerzas rusas tendrá efectos sicológicos sobre las fuerzas ucranianas y los militares rusos en el frente de batalla. Los primeros se convencerán que su agresor no mide cinco metros de altura, y los segundos cobrarán conciencia que sus mandos militares carecen de una visión coherente sobre el objetivo y gestión de la guerra.
Las dificultades estructurales son serias, Rusia se ha metido en una guerra que no puede perder, pero tampoco ganar su aventurerismo ha desestabilizado el proceso político interno y la geopolítica regional.
Los acuerdos con los amotinados todavía no están claros, particularmente en lo concerniente a la reinserción de las fuerzas de Wagner en el aparato militar oficial y al futuro peso político de los disidentes.
Uno de los peligros por los que atravesó el mundo con la insurrección de los mercenarios derechistas fue la incertidumbre sobre el destino de las armas nucleares en manos de ejército ruso. ¿Qué hubiese pasado con estas en manos de los ultranacionalistas dispuestos a arrasar Ucrania por todos los medios?
Resulta claro que Vladimir Putin logró exorcizar el fantasma de un segundo frente que hubiese distraído fuerzas del frente externo, sumiéndolos en una guerra de desgaste, más profunda que la actual. Sin embargo, la rebelión reveló un estado débil, sumido en la competencia mortífera del faccionalismo.
La política neocolonial rusa en su esfera de influencia (Ucrania, Georgia, Armenia, Azerbaiyán y países del Asia Central) ha hecho aflorar las contradicciones internas de un régimen cuya legitimidad reposa sobre una política de fuerza.
El expansionismo imperial en Siria, Libia, Mali, Sudan y República Centroafricana crea estrés adicional para los delirios de grandeza de Vladimir El Terrible.
Prigozhin desnudó la restauración imperial, preñada de inestabilidad e incapaz de prevenir la rebelión y la división. Las oligarquías rusas han de estar muy preocupadas porque el supuesto protector ha mostrado gran debilidad frente a un desafío relativamente menor.
Acertadamente, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha señalado: “Lo que ha pasado este fin de semana demuestra que la guerra contra Ucrania está resquebrajando el poder ruso y afectando a su sistema político”, fenómeno peligroso cuando se trata de una potencia nuclear.
El nuevo Zar no ha caído pero la rebelión demostró que no es tan temible, parece un tigre, pero es de papel, el viento y la lluvia de la rebelión han dejado patente su agotamiento histórico.