¿La Teoría Monetaria Moderna (TMM) es una potencial oportunidad para los responsables de las políticas económicas o, como sostuvo recientemente Kenneth Rogoff, de Harvard, una amenaza para “todo el sistema financiero global” y la primera línea de la “próxima batalla por la independencia del banco central”?
Para Rogoff, la amenaza parece surgir, en parte, del temor de que los adherentes a la TMM puedan llegar al poder en Estados Unidos en las elecciones de 2020. Pero también ofrece varios argumentos sustanciales, comunes a muchos críticos del movimiento de la TMM.
Primero, está el argumento de que, como dice Rogoff, la TMM gira en torno de “utilizar el balance de la Reserva Federal de Estados Unidos como una fuente de dinero para financiar nuevos programas sociales expansivos”. Segundo, Rogoff y otros opositores de la TMM rechazan contundentemente la idea de que, citando al presidente de la Fed, Jerome Powell, “los déficits no son importantes para los países que pueden endeudarse en su propia moneda”.
Sin embargo, admite Rogoff, “la propia Fed es responsable de la confusión en torno al uso de su balance”. En verdad, si bien Rogoff critica el “alivio cuantitativo” de la Fed –que implicó la compra de billones de dólares de deuda pública (y privada) después de la crisis financiera–, su argumento es que el problema del alivio cuantitativo (QE, por su sigla en inglés) en realidad es que no funcionó, no que fue desestabilizador o inflacionario. No ve ninguna amenaza al sistema financiero global en ese experimento.
LEA MÁS: Nubes grises en el horizonte de la economía estadounidense
De la misma manera, a pesar de su respaldo a viva voz de Powell en materia de déficits, Rogoff pasa a un realismo cauteloso en cuanto a la deuda nacional de Estados Unidos. Como señala, las tasas de interés reales de largo plazo de hoy están “aproximadamente en la mitad de su nivel de 2010, muy por debajo de lo que los mercados predecían en aquel momento”. Y reconoce que la inflación se ha mantenido por debajo “prácticamente de lo que cualquier modelo económico habría previsto”, mientras que “el dólar estadounidense se ha vuelto cada vez más dominante en el comercio y las finanzas globales”. ¿Quizás el déficit presupuestario de Estados Unidos después de todo no sea un motivo inmediato de pánico?
La TMM no es, como parecen pensar sus oponentes, esencialmente un conjunto de ideas sobre políticas. Más bien, es básicamente una descripción de cómo funciona en verdad una economía de crédito moderna –cómo los gobiernos y los bancos crean y destruyen el dinero y cómo funcionan los mercados financieros. La TMM tampoco es nueva: se basa en el trabajo de John Maynard Keynes, cuyo Tratado sobre el dinero señalaba ya en 1930 que “los estados modernos” han funcionado de esta manera por miles de años.
A partir de esta descripción surgen ciertos datos claros. Los gobiernos crean dinero gastándolo y lo extinguen mediante la tributación. Por lo tanto, un país grande, que se endeuda en su propia moneda, no puede ser obligado a entrar en incumplimiento de pago. Es por eso que Estados Unidos no es Grecia y no puede convertirse en Venezuela o Zimbabue.
Táctica de miedo
¿Esto significa que “los déficits no importan”? No conozco ningún defensor de la TMM que haya hecho semejante afirmación. La TMM reconoce que la política puede ser demasiado expansionista y superar las limitaciones de recursos, generando inflación y una depreciación del tipo de cambio –algo que puede o no ser deseable–. (La hiperinflación, por otro lado, es un cuco, que algunos críticos de la TMM utilizan como una táctica de miedo).
Pero el problema con los déficits presupuestarios no son las tasas de interés, que siguen bajo el control del Gobierno. Tampoco la posible reducción de la inversión privada, que supone que los recursos dedicados a la financiación son fijos. El problema son los recursos reales. Aquí, la garantía de empleo propuesta por la TMM mantendría el uso de recursos reales exactamente en el nivel exigido para el pleno empleo –no menos, pero tampoco más.
¿Y qué decir del tema difícil de la independencia del banco central? Rogoff considera que la amenaza política para la Fed es una cuestión muy seria. Pero decir que la Fed tiene una “casa matriz, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos” crea una impresión engañosa de la relación real entre la Fed y el gobierno en general.
LEA MÁS: Fed indica que no habrá alza en la tasa de interés en 2019
La Ley de la Reserva Federal de 1913 les dio a los líderes del nuevo banco central mandatos prolongados y, por lo tanto, independencia de la rama ejecutiva (de la cual es parte el Departamento del Tesoro). No ejercen funciones –como los secretarios del Tesoro– a discreción del presidente. La Fed también se autofinancia, lo que también le da independencia de la Oficina de Gestión y Presupuesto de la Casa Blanca.
Pero la Fed no es y nunca ha sido independiente del Congreso de Estados Unidos. Es creada por estatuto y es objeto de una supervisión parlamentaria regular, codificada por la Ley Humphrey-Hawkins de 1978, que especificaba el famoso “mandato dual” de la Fed de estabilidad de precios y pleno empleo. (Como miembro joven del Comité Bancario de la Cámara en aquel momento, redacté las cláusulas de política monetaria de esa ley y supervisé las audiencias).
Es verdad, el Congreso ejerce este poder de supervisión de manera laxa y con una deferencia considerable. Pero, al menos formalmente, la Fed es –y siempre ha sido– objeto de instrucción parlamentaria.
Y la TMM no tiene que ver con que el Congreso le ordene a la Fed usar su “balance como una fuente de financiamiento”. Más bien, tiene que ver con entender cómo funcionan en verdad las operaciones monetarias, cómo se fijan las tasas de interés y qué poderes económicos tiene el Gobierno de Estados Unidos. Esto, a su vez, exige reconocer que el mandato dual no es una colección de palabras vacías, sino algo que puede –y debe– buscarse de manera regular y sostenida.
Hay maneras prácticas, directas y realistas de que los responsables de las políticas cumplan con este mandato. Implementarlas fortalecería al país, no lo quebraría. Y, contrariamente a los temores de los opositores, los inversores globales no huirían aterrorizados de los bonos del Gobierno de Estados Unidos y del dólar estadounidense.