La renuncia de Joe Biden a la candidatura presidencial es el factor que desencadena un replanteamiento de la campaña electoral norteamericana; cambian actores y cambia el mensaje.
El partido republicano enfiló sus baterías hacia las debilidades de Biden, pero tras su retiro su argumento pierde fuerza. Ahora el anciano es Donald Trump, frente a una señora de 59 años llena de energía que devuelve la esperanza a los demócratas.
Kamala Harris se mueve con rapidez y logra la adhesión de la mayoría de los delegados a la convención, y con algunas reticencias logra el apoyo de los más importantes dirigentes. Además, en dos semanas alcanza una recaudación de fondos de más de $200 millones.
La consagración de su candidatura ocurrirá durante la convención de agosto, que dejará la iniciativa mediática en manos demócratas y que será aprovechada para definir el perfil político de Harris y hacer el lanzamiento de su mensaje de fondo.
El reciente anuncio de la candidatura para vicepresidente ha acelerado también el proceso demócrata.
El gobernador de Minnesota, Tim Walz, tiene un perfil que balancea el ticket de Harris: hombre blanco con orígenes rurales, profesor de estudios sociales en secundaria, entrenador del equipo de futbol americano del colegio, veterano de la Guardia Nacional y exdiputado. Acumula experiencia política y normalidad, no es un gran magnate ni se graduó en universidad de elite. Como ha señalado un articulista: sabe hablar a los ciudadanos blancos rurales, objetivo primario de la campaña de Trump.
Las políticas públicas impulsadas por Walz como gobernador lo acercan al ala progresista moderada de los demócratas; comida gratuita para los estudiantes de las escuelas públicas, apoyo a la fertilización in vitro, reducción de impuestos para la clase media, permisos laborales pagados, disminución del costo de la atención médica y medidas contra el cambio climático.
La aparición de Harris y su vicepresidente en el escenario han modificado la opinión política. Los resultados en encuestas nacionales y en estados oscilantes (Pensilvania, Wisconsin, Michigan) revelan empates o ventajas mínimas de Harris.
La llegada de Harris al ring electoral reconfiguró el paisaje. Trump y su candidato a vicepresidente, JD Vance, se centraron los primeros días en ataques racistas y misóginos que no lograron opacar la novedad de la recién llegada a la arena. Luego han centrado sus ataques en presentar al dúo Harris-Walz como radicales izquierdistas. El ritmo de sus ataques irá creciendo conforme hurguen en el pasado de Harris como fiscala y de Walz como gobernador y congresista.
Por su parte, la campaña demócrata ha cesado de girar en torno al concepto de defensa de la democracia y girado hacia la alegría y la esperanza que generan lo nuevo y el futuro. Walz ha introducido el humor al llamar a ambos candidatos republicados “raros” (”weird”), sinónimo de personas alejadas del ciudadano promedio.
Las consecuencias de este choque electoral son muy importantes tanto en el plano interno como para el mundo.
Internamente, acelerarán el proceso de polarización de la vida política y algunos han llegado hasta a hablar de una posible “guerra civil” —ya existente en el plano ideológico y en las trincheras digitales—, ligando esto con del intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021 y el revanchismo de Trump. Un filme reciente, Civil War (2024), ha llevado este fantasma colectivo a la pantalla para alimentar las imaginaciones.
La política internacional involucrará al ganador en los grandes conflictos mundiales de una manera profunda. Una posible guerra abierta en Medio Oriente, el recrudecimiento de la guerra en Ucrania y los conflictos en el Mar del Sur de China y Taiwán esbozan un escenario de guerra global muy peligroso para el futuro de nuestra especie.
Estas consecuencias se extienden hasta nuestra región y los costarricenses tendremos que estar muy atentos a grandes temas —e interrogantes— que podrían tener implicaciones para nuestra historia:
En cuando al comercio internacional, ¿hasta dónde llegará el proteccionismo norteamericano?
En materia de migraciones: ¿continuará EE. UU. dejando este problema en manos militares o promoverá acciones políticas para el desarrollo económico, más allá del nearshoring, y así lograr que los migrantes se queden en sus países?
Narcotrátráfico: ¿seguirá el vecino del norte con el enfoque guerrero u optará por acompañar el control policial con mayor énfasis en la disminución de su demanda interna por paraísos artificiales?
Regímenes autoritarios: ¿la evolución política de Cuba, Nicaragua, Venezuela y sus alianzas con potencias extra continentales traerán enfrentamientos más amplios? ¿Se entronizará una tolerancia ambigua hacia estos o la región se transformará en campo de lucha de las rivalidades entre las potencias patrocinadoras de estas dictaduras?
Ante estas perspectivas la diplomacia costarricense haría bien en estar muy atenta, pues la nueva administración, independientemente de su signo, traerá cambios que deberán ser leídos adecuadamente. No solo en el marco de la relación bilateral, sino también en el contexto de una región agitada por no pocas contradicciones.