Decía un famoso consultor político que toda elección es un referéndum sobre el gobierno que acaba. Las elecciones del domingo son así, aunque no lo parezcan por el raquitismo del candidato oficialista.
La pasividad inicial frente al problema de las finanzas públicas de la administración Solís Rivera, el hueco fiscal (¢600.000 millones), la caída libre del actual presidente en todos los sondeos, el repunte de agrupaciones tradicionales y la aparición de nuevos grupos y líderes políticos, son indicadores del cansancio con la promesa incumplida del Patido Acción Ciudadana (PAC), y el rechazo al continuismo de un partido que en dos ocasiones logró legitimidad electoral pero la derrochó.
El PAC nació enarbolando las banderas de la ética y del combate contra el neoliberalismo, logrando movilizar sectores de las clases medias, hartas del déficit de inclusión política de los partidos tradicionales.
La ruptura del bipartidismo se inicia con una votación importante en el 2002 y un mano a mano con Oscar Arias en el 2006. El nuevo partido pareció posicionarse como alternativa de centro izquierda, ante el giro del Liberación Nacional (PLN) hacia el centro derecha, y un Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) debilitado. Fragilizado por tres derrotas electorales Otón Solís renuncia a postularse en el 2014 y Luis Guillermo Solís da el golpe final al bipartidismo.
La inexperiencia de Solís en el manejo de la cosa pública, su desconocimiento de la economía, la ausencia de cuadros, la orientación hacia un izquierdismo confuso (pacto del Melico Salazar entre el PAC y los sindicatos) y una retórica florida sin contenido, llevaron a la mala valoración de su gestión.
La movilización en torno al matrimonio igualitario y contra la derecha religiosa permitieron elegir a Carlos Alvarado (2018), quien para paliar los déficits del PAC en cuadros y conocimiento del Estado, integra el llamado gobierno de unidad nacional, incorporando a tecnócratas del PUSC más conservador y hace girar hacia la derecha al PAC .
Este viraje contra natura se basó en la presunción que la bondad ideológica del diseño de la política económica prevalecería por sobre la ingenuidad e ignorancia del demos. Sin embargo, los ideólogos olvidaron que unas son las cosas de la lógica y otras la lógica de las cosas.
Las batallas políticas no ocurren en el papel, sino en las mentes de los ciudadanos, en la fricción de intereses con fuerza social y cultural. El gobierno de Alvarado ganó la batalla por la reforma fiscal, pero perdió parte de sus bases electorales en el sector público, y las tensiones internas acabaron desbaratando la unidad nacional con la salida de muchos de los tecnócratas conservadores.
La trayectoria partidaria ha sido confusa, de las banderas moralistas y anti neoliberales, se pasó a un izquierdismo nebuloso y luego a compartir el lecho con el fiscalismo.
Las bases políticas del partido de gobierno quedaron consternadas y desorientadas con la voltereta del PAC, transformado de proyecto de centroizquierda en un enredijo político que hizo explotar la identidad partidaria.
Por otra parte, las frecuentes salidas de ministros, los escándalos y allanamientos de ministerios y Casa Presidencial han deteriorado la imagen gubernamental y se suman al desplome oficialista. El eslogan de uno de los candidatos diciendo “volvamos a tener presidente”, pretende capitalizar de esa desaprobación.
La diversidad de la oferta electoral (25 partidos) asustó a muchos por elitismo, a otros para resguardar el terreno de los partidos más consolidados, y a algunos poderes fácticos por la dificultad de controlar a tantos y diversos diputados. Empero, no ha sido catastrófica en el nivel de las candidaturas presidenciales, los competidores han quedado reducidos a cinco y la segunda ronda simplificará el panorama, aunque obligará a complejas negociaciones.
El bipartidismo se desintegró y no surge un sistema multipartidista sólido. La confianza en los partidos ha desaparecido no solo en Costa Rica sino en las democracias representativas en general, como consecuencia del aumento en las oportunidades de expresión ciudadana y un cambio de era, la representación ha dejado de ser exclusivamente electoral y se exige la rendición de cuentas permanente.
La atomización electoral tendrá efectos negativos en las elecciones legislativas y seguirá siendo difícil encontrar acuerdos parlamentarios. La confrontación ejecutivo y fracciones legislativas continuará. La solución a este problema no es difícil, bastaría con pasar la elección legislativa para después de la presidencial, los que avizoren probabilidades ganar la presidencia estarán de acuerdo en dejar atrás gobiernos de minoría.
La campaña ha estado marcada por la ausencia de los partidos, el personalismo ha sido evidente. El candidato es la solución, me como la bronca, soy la esperanza, con ella sí son consignas que giran en torno a los candidatos y no a los partidos.
La indecisión ha caracterizado esta campaña, originada en una ciudadanía más reflexiva e informada, que posterga su decisión hasta último momento, porque ya no da adhesiones ciegas e inconmovibles, influenciada continuamente por la dinámica de la campaña, cambiando sus intenciones de voto al ritmo de la propaganda. Los indecisos son una muestra de la madurez del elector costarricense y también de la fragilidad de sus identidades partidarias.
La identificación con la política y los partidos surge hoy de coyunturas y de movimientos sociales que esporádicamente sacuden los procesos políticos, más allá de las elecciones (combo ICE, huelgas, protestas antigubernamentales, oposición a legislaciones específicas, matrimonio igualitario).
Las nuevas generaciones se definen ante los grandes temas políticos y culturales de su tiempo, ven hacia adelante, el pasado los define cada vez menos. Las estructuras partidarias van detrás de la conciencia de los nuevos votantes y han perdido credibilidad.
Costa Rica no es únicamente patria de labriegos sencillos, somos una sociedad diferenciada socioeconómicamente, diferenciación que genera subculturas políticas que no producen un voto homogéneo, sino heterogeneidad y volatilidad, originadas en múltiples condicionantes de clase, género, culturales y de edad.
La desintermediación provocada por la aparición de plataformas de información y opinión alternativas favorece la expresión ciudadana y disminuye el papel de los medios tradicionales
La nostalgia por una unidad mítica es una ilusión, el país repite segundas rondas electorales y genera presidentes sin mayorías legislativas, la gobernanza se hace muy difícil. Más que unidad abstracta necesitamos ingeniería política para construir mayorías
Los procesos electorales se alargan y la probabilidad de una segunda ronda electoral es muy alta, por lo que debemos prepararnos para que la conversación democrática continúe hasta abril.
La opción por el cambio político y el abandono de la improvisación son las notas dominantes en esta primera ronda de un referéndum muy particular.