Costa Rica cambió. Atrás quedaron el cafetal, los labriegos sencillos y la homogeneidad religiosa. La economía se diversificó, la sociedad se urbanizó y las creencias se volvieron plurales.
Los católicos representan más del 60%; los evangélicos, superan el 20%, y los no creyentes son un poco menos del 10% de la población.
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Los costarricenses enfrentamos el desafío de convivir con esa diversidad. Es complicado, pues cada grupo querrá ver en su cosmovisión el orden natural de las cosas y tratará de imponerla.
Vivir juntos es más que tolerancia, implica respeto a la diferencia. Los católicos, mayoritarios, deben aceptar el derecho a practicar otras creencias o a no creer.
Intolerancia
Los evangélicos, salidos de la Reforma en confrontación con Roma, adherentes al libre examen y la interpretación literalista de la Biblia, tienen derecho a esa visión sin que se les discrimine. Sin embargo, también deben respetar la creencia en la Virgen de los Ángeles sin caer en los exabruptos de un conocido pastor.
Los no creyentes tienen derecho a su agnosticismo o ateísmo. Los creyentes deben aceptar el principio de libertad de conciencia. Empero, quien no crea está obligado a ver con consideración y sin burla esa increíble necesidad de creer que acompaña a la humanidad desde sus orígenes.
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La religión es también una respuesta ante los desafíos de la muerte, el sufrimiento y la convivencia. Unos los enfrentan desde la razón; otros, desde la fe.
Los últimos tiempos nos han confrontado con la intolerancia. Occidente conoció las nefastas consecuencias de las guerras religiosas. El mundo actual experimenta los excesos del yijadismo y otros fundamentalismos desbocados en la crueldad terrorista.
Vivamos juntos respetando nuestras diferencias y evitemos las imposiciones en nombre de Dios.