He dedicado muchos años a favorecer el aprovechamiento de las tecnologías digitales para el desarrollo de capacidades de pensamiento en los más pequeños. No obstante, el uso irresponsable que con frecuencia se observa de estos dispositivos, cada vez más “amigables” para el usuario, al punto que ya no tenemos ni que escribir para usarlos —basta con hablarles y aún mal— no está contribuyendo a que las nuevas generaciones dominen la lengua materna. Al contrario, la evidencia apunta a que no están alcanzando los niveles más básicos de lecto-escritura.
La lengua es el instrumento que permite desarrollar el pensamiento abstracto, la comprensión profunda de conceptos, y el pensamiento crítico. Sin la lengua no podemos construir ideas tan fundamentales para la humanidad como justicia, bondad, belleza, verdad. Ella permite el avance del conocimiento y de capacidades esenciales en las personas como discernir o asociar, que nos protegen de la manipulación y el engaño. El gran salto evolutivo del ser humano fue la lengua.
Resulta entonces imprescindible que garanticemos las condiciones necesarias para su aprendizaje durante los primeros años de vida, cuando el cerebro presenta las mejores condiciones para ello.
El modelo de desarrollo de Costa Rica apostó como cimiente el educar a su gente y enseñarle a pensar. Aspirar y exigir como sociedad que todos los niños y niñas puedan aprender a leer y escribir en sus escuelas, en los niveles que necesitan y merecen como ciudadanos plenos, es ser fieles a nuestra historia e identidad, y a nuestra obligación con el futuro.