Sin Uber, ¿muchos servicios de taxi habrían desarrollado sus propias aplicaciones de transporte privado o habrían empezado a aceptar tarjetas de crédito como lo hicieron? En industrias estáticas con escasa competencia, hace falta que haya nuevos competidores y nuevas tecnologías para que se produzca el cambio. Y, si se lo maneja bien, este cambio ni siquiera tiene que ser una amenaza para los participantes de mercado que ya existen, porque ellos pueden adoptar las nuevas tecnologías y los modelos de negocios para responder a lo que los consumidores esperan de quienes ingresan al mercado.
Estas mismas fuerzas están confrontando a la banca y a los servicios financieros. De la misma manera que Uber y Lyft crearon un nuevo modelo de movilidad a pedido para los consumidores, el mundo emergente de servicios financieros basados en la cadena de bloques ha impulsado las operaciones bancarias y los pagos centrados en dispositivos móviles, así como los mercados de capital basados en software. Si bien la banca móvil y electrónica existe desde hace un tiempo, la aparición de las criptomonedas está permitiendo nuevos niveles de control de los usuarios y de acceso con poco más que una billetera digital personal.
En definitiva, los consumidores salen ganando cuando hay más opciones. Cuando los taxis tradicionales tenían un monopolio, muchas veces no les paraban a los pasajeros de un cierto color de piel o se negaban a ingresar a zonas “del lado equivocado de las vías”. Si los nuevos participantes no hubieran ampliado el acceso a servicios de movilidad y financieros, estas prácticas habrían seguido siendo la norma.
De la misma manera, los desiertos bancarios existían desde hacía mucho tiempo en zonas con poca densidad poblacional o sin ingresos de hogares lo suficientemente altos como para ser atendidos en sucursales bancarias físicas tradicionales. Para muchos, inclusive la actividad trivial de cobrar un cheque seguiría teniendo un costo si no hubiera sido por la llegada de las aplicaciones de depósitos móviles, lo que demuestra que con el tiempo las tecnologías emergentes y los modelos de negocios establecidos finalmente convergen.
En tanto las empresas de tecnología financiera de rápido crecimiento han desdibujado las líneas entre donde termina la sucursal física y empiezan los servicios financieros, muchos analistas han calificado a esta convergencia como un juego de suma cero, según el cual hasta los bancos centrales son vulnerables a ser destronados por nuevas formas de dinero digital. Sin embargo, la explosión cámbrica de las criptomonedas, de las transacciones basadas en la cadena de bloques y de las empresas de tecnología financiera debería ser vista más como una oportunidad que como una amenaza.
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En este momento, por lo menos 105 bancos centrales, que representan el 95% del PIB global, están revisando las ventajas y riesgos de crear monedas digitales de bancos centrales (CBDC por su sigla en inglés). Pero la carrera de las monedas digitales que importa no tiene que ver con los valores que se están transfiriendo; tiene que ver con las vías que transportarán esos valores entre las partes, especialmente entre fronteras. Introducir una CBDC sin contemplar estas vías sería como diseñar un tren de alta velocidad sin construir la red de vías o estaciones.
Inclusive en una era de conectividad generalizada mediante teléfonos inteligentes, los pagos y las transferencias interbancarias (el tren) tendrán que seguir haciendo paradas regulares para contabilizar el riesgo de contraparte, confirmar la liquidación de la transacción y demás. Sin planificar estos roles intermediarios, las CBDC no harían más que acelerar la eliminación de los bancos de tamaño medio (que se volverían absolutamente redundantes), sin hacer nada para cerrar la brecha profunda de inclusión financiera del mundo. Es allí donde la banca basada en la cadena de bloques podría dejar su marca.
Tal como están las cosas, los bancos muchas veces son objeto de una captura de proveedor a manos de un pequeño número de proveedores de tecnología “autorizados” que realizan operaciones administrativas, de gestión y de atención al público. Muchos bancos así operan a merced de instituciones sistémicamente importantes que no se ven a simple vista (en Estados Unidos, los proveedores de nómina entran en esta categoría). Es la dependencia que tienen los bancos pequeños y medianos de estas tecnologías patentadas, análogas y vulnerables lo que los coloca en una posición desventajosa frente a los bancos más grandes, y esto hace que sus modelos de negocios parezcan taxis que no evolucionaron después de la llegada de las aplicaciones de transporte privado.
JPMorgan Chase, por el contrario, tiene un presupuesto de transformación digital de $12.000 millones y un equipo de cadena de bloques sumamente capaz (Onyx) que ya ha procesado pagos tierra-satélite mediante tecnología de contratos inteligentes –un logro que resalta la importancia de las vías de transferencia subyacentes-. JPMorgan, que alguna vez fue uno de los mayores detractores de las criptomonedas, reconoció lo peligroso que sería no utilizar una nueva tecnología potencialmente transformadora.
Pero siguen existiendo muchos interrogantes. ¿Las instituciones menos dotadas financiera y tecnológicamente pueden mantenerse a flote? ¿De qué manera los bancos y la banca se adaptarán a un futuro de transferencias transfronterizas instantáneas, todas ellas posibles gracias a un código confiable? ¿La aparición de infraestructura del mercado financiero de fuente abierta será una causa avasallante de disrupción y desintermediación o estas tecnologías simplemente nivelarán el campo de juego?
Sin duda, las criptomonedas y la cadena de bloques tienen un problema de marca, sobre todo porque están asociadas con un léxico sumamente técnico y una jerga inescrutable. Pero algún día, y pronto, la tecnología subyacente pasará a segundo plano, desde donde alimentará una modernización generalizada de las vías que mueven valor en todo el mundo. El cambio tendrá que ver con la opcionalidad del sistema de pagos y bancario, no con su sustitución.
Los cheques personales no reemplazaron al papel moneda. Más bien, agregaron valor al darle a la gente la posibilidad de fijar una fecha de vencimiento para los pagos con una mayor seguridad que estar trasladando efectivo. Quizá más importante inclusive sea el hecho de que también están mejorando la interoperabilidad en el sistema financiero a través de estándares de números de ruta y de cuenta.
De la misma manera, los futuros números de ruta y de cuenta residirán en billeteras digitales con un acceso global casi ubicuo a servicios financieros bien regulados y siempre disponibles. Algunos lo llaman una internet de valor; otros se refieren a esto como la tercera generación de Internet o Web3. Más allá de cuál sea el apelativo, y los altibajos en el mercado, la innovación de vanguardia está aquí para quedarse.
Esa innovación debería ser fomentada, desarrollada y aprovechada, inclusive por las empresas de servicios financieros tradicionales y los gobiernos del mundo, si no quieren pasar a la historia cuando aparezcan las Amazon de la Web3.
Dante Alighieri Disparte, director de Estrategia y de Políticas Globales en Circle, es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y se desempeña en el Consorcio de Gobernanza de Monedas Digitales del Foro Económico Mundial.