Antes de la pandemia de coronavirus, ¿de dónde venimos? Durante la pandemia, ¿en dónde estamos? Después de la pandemia, ¿hacia dónde vamos?
1. La situación de la economía nacional antes de la pandemia presentaba ya rasgos poco satisfactorios, realmente inquietantes. Crecimiento muy bajo (2% anual) del PIB. Finanzas públicas en la sala de cuidados intensivos (déficit fiscal 7% del PIB). Deuda elevada (casi 60% del PIB). Desempleo e informalidad en niveles récords. Situación nada halagüeña, sin duda.
2. En situación tan comprometida, como quien no quiere caldo, la pandemia golpea al país sin misericordia. ¡Tras cuernos, palos! Los daños son palpables y severos. El país se empobrece (disminución de la producción nacional ¿3% - 5%?). Aumento del desempleo. Mayor descalabro de las finanzas públicas (déficit fiscal de 9% del PIB). Endeudamiento público más allá del 60% de PIB.
Disminución considerable del ingreso de los trabajadores y de las ventas de las empresas. Dificultad creciente para los bancos comerciales en vista de la incapacidad de los deudores de pagar sus créditos personales y corporativos. El país, no cabe duda, se ha empobrecido.
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Este hecho plantea a los políticos responsables de administrar el problema, en extremo difícil, de resolver de cómo distribuir la disminución del PIB entre los diferentes grupos sociales. Deben recordarse las dificultades políticas cuando se trata de repartir un aumento del PIB. Ahora, cuando se trata de distribuir una disminución la tarea es, de lejos, un reto mucho más difícil de encarar.
Quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones públicas para llevar acabo este cometido, ya sean de elección popular o representantes de la sociedad civil (colegios profesionales, organizaciones sindicales, asociaciones solidaritas, cámaras empresariales, comités de consumidores, etc.) deben actuar con sumo cuidado. Y hacer gala de un extraordinario sentido común. Actuar, simultáneamente con decisión pero con prudencia.
No se pueden perder los estribos. No son tiempos para ideologías, populismos o cálculos electorales. Las matráfulas, los juegos de chapas y las zancadillas deben quedar para otra oportunidad. ¡El país en general y la economía en especial, vuelan en una zona de máxima turbulencia! Por ello los intereses nacionales deben prevalecer sobre los particulares.
3. ¿Hacia dónde vamos? No los sabemos. La pandemia terminará algún día. El país no se hundirá. Ante un panorama caracterizado por la incertidumbre la responsabilidad de tomar las decisiones de mayor calado, de más trascendencia, recae en la élite política. No nos llamemos a engaño, el problema es, especialmente, político y no económico.
A ella le corresponderá resolver la cuadratura del círculo. No existe una sola solución, ni un solo camino. Varias alternativas son posibles. El gallo pinto puede preparase de diferentes maneras. La habilidad de la élite política se medirá por su capacidad de lograr un equilibrio, precario y frágil, pero equilibrio al fin, entre los diferentes grupos sociales para enrumbar el país a mejores días. Es indispensable guardar la cohesión entre ellos, así como aprovechar la riqueza de la diversidad de puntos de vista. ¡Menuda tarea, sí, pero ineludible!
¿Se profundizará aun más la polarización política de la población? ¿Llegarán a prevalecer las tentaciones autoritarias? ¿Se fortalecerá, más bien, la unidad nacional? ¿Se tratará acaso de un mundo “nuevo”? ¿Habrá otro “pacto social”?
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O, por el contrario, retornaremos de nuevo, con algunas cicatrices adicionales, a nuestro consabido y sempiterno “nadadito de perro”, fórmula mágica de nuestro progreso… y de nuestro atraso, de nuestros logros… y de nuestros fracasos. Se confirmaría así, una vez más, el refrán plus ça change, plus c’est la même chose (“cuando más cambia, más es lo mismo”).
El futuro puede ser mejor o peor a la situación prevaleciente antes de la pandemia. El país puede decidir tomar el toro por los cuernos y transformar la crisis en oportunidad para salir adelante. En este caso, los siguientes tres temas ameritan especial atención sin mayor dilación al canto.
1. Establecer un Programa de Estabilización Macroeconómica robusto (inflación, empleo, tipo de cambio, tasas de interés, déficit fiscal y endeudamiento público). Este programa sería de carácter plurianual, posiblemente cubriría un periodo de tres años. Sin un programa de estabilización macroeconómica sólido, las posibilidades de reactivar la economía nacional serían una vana ilusión.
2. Poner en ejecución, cuanto antes, un programa cuyos dos propósitos sean primero, aumentar la productividad del país, tanto la del sector privado como la del público y segundo, asegurar una mejor distribución del ingreso nacional entre los diferentes grupos de la sociedad. Primordial es aumentar el pastel y, simultáneamente, repartirlo mejor. Así, crecer más y distribuir mejor son los dos bueyes que deben jalar la carreta del progreso nacional.
3. El país debe poner en marcha un programa para aprovechar las oportunidades de la reactivación –el rebote- de la económica mundial. De hecho, el crecimiento económico del país depende, en buena medida, de factores externos. Concretamente, de la evolución del comercio internacional, para poder importar y exportar más y aumentar la inversión extranjera directa. Por eso es clave ampliar la apertura comercial y profundizar la inserción del país en los mercados externos.
La puesta en marcha de los tres programas anteriores será consecuencia de nuestras propias decisiones políticas. El futuro del país depende, en mucho, de la ejecución decidida de las tres tareas señaladas. Se necesita el empeño de todos. El país puede lograrlo … y lo amerita. Manos a la obra.