La semana pasada, Donald Trump lanzó su candidatura en el estratégico estado de Florida.
En tono alarmista y superlativo se jactó de los logros de su administración: economía al alza, disminución de impuestos, desregulación, portación de armas, dinero para militares y —como era de esperarse— explotó otra vez el miedo al extranjero.
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“Mantengamos a América Grande”, es su nuevo slogan de campaña, una reedición del mensaje del 2016, aderezado ahora con las frases “más próspera, más fuerte y más segura”.
Antes, anunció la expulsión de millones de inmigrantes y acusó a los demócratas de querer destruir los EE. UU. por negarse a respaldar su paranoia antiinmigración e inclinarse hacia el socialismo.
Desaprobación
Faltan meses para las elecciones del 2020, pero las encuestas no son de buen augurio para el mandatario. La más reciente, de Gallup, le otorga un 55% de desaprobación frente a un 43% de aprobación.
Los demócratas iniciaron su precampaña hacia las primarias y destacan, entre más de 20 opciones, las postulaciones de Joe Biden, Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Kamala Harris y Pete Buttigieg, así como la presencia de seis mujeres aspirantes.
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El virulento discurso de Trump se centró además en ataques a la prensa y a la clase política de Washington, caracterizada en 2016 como un pantano propuesto a desecar. Asimismo, se defendió agresivamente contra las acusaciones de su presumida participación en la trama rusa para intervenir en la política de los EE. UU.
Si en el pasado el discurso antipolítica tuvo éxito, lo cierto es que ahora estará más limitado. ¿Cómo utilizar este estilo de propaganda cuando se ocupa el puesto más político? ¿Cómo ampliar la base electoral cuando el mensaje xenofóbico va dirigido a los partidarios de siempre? Veremos cómo lo resuelve el presidente.