Berlín, Alemania. El próximo 24 de febrero se cumplirá un año del inicio del violento asalto de Rusia a la vecina Ucrania, que aún continúa. El plan del presidente ruso Vladímir Putin de la ‘operación militar especial’ rápida —una guerra relámpago— fracasó gracias a la inquebrantable resistencia ucraniana, la manera en que Occidente se unió para brindarle apoyo en su defensa y la propia incompetencia rusa.
Esa ‘operación especial’ de Putin, una victoria militar rápida que buscaba un cambio de régimen, se fue degradando hasta convertirse en una guerra de posiciones. Incluso después de un año, nadie sabe con certeza cuándo terminará la guerra ni como sucederá. Lo más probable es que continúe por un tiempo y cause muchas más víctimas. Sin embargo, es difícil imaginar un escenario en el que Rusia logre su meta principal: eliminar a Ucrania como un estado soberano e independiente.
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Mientras la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus estados miembros continúen apoyando a Ucrania militar y económicamente, y mientras los ucranianos mantengan su determinación, Rusia no logrará su objetivo de guerra. Parece que lentamente el Kremlin se está dando cuenta de ello, e intensificó sus ataques sobre la infraestructura ucraniana y movilizó a cientos de miles de conscriptos. Los líderes militares rusos apuestan ahora a una estrategia de largo plazo de desmoralización y agotamiento, confiando en la pura superioridad numérica de su ejército sobre el ucraniano.
Pero esto implica un acto de destrucción doble. La estrategia de dominio cuantitativo exige que los líderes rusos desestimen las vidas de sus propios soldados (ni qué hablar de las de los civiles ucranianos). Con cada día que pasa se torna más evidente la criminalidad de la maliciosa guerra rusa. Cuando termine el combate, gran parte de Europa Oriental estará devastada y presa de un odio profundo y pertinaz. Al final se acallarán los cañones, pero no habrá paz. Ucrania tendrá que hacer todo lo que esté a su alcance para rechazar otro ataque y Europa Occidental continuará rearmándose a escala masiva, probablemente durante varias décadas.
Como Ucrania constituirá una especie de cordón de seguridad entre Rusia y el resto de Europa, habrá bríos para que se una tanto a la OTAN como a la Unión Europea (UE) en un plazo relativamente breve. Además, los propios intereses geopolíticos y de seguridad de la UE habrán cambiado y transformado a la institución en ese proceso. La perspectiva de la inclusión de Ucrania necesariamente desplazará el de Europa hacia el este.
Con su guerra ilegal, Putin quería mantener a raya a la OTAN, pero logró exactamente lo opuesto. Finlandia y Suecia se unirán a la alianza, y el continente europeo en su totalidad se alineará detrás de su escudo. La UE y la OTAN desarrollarán una relación de trabajo mucho más estrecha que le dará un peso geopolítico extremadamente mayor a la región transatlántica.
Será una transformación necesaria en un mundo cada vez más marcado por la profunda desconfianza entre estados y por la creciente brecha entre los regímenes autoritarios y los sistemas democráticos, más abiertos. Esas dinámicas se aplican, antes que nada, a las relaciones económicas. Al brindar a Occidente un motivo para restringir el capital, la tecnología, y los bienes y servicios, Putin perjudicó en gran medida a sus amigos chinos.
A medida que la atención europea se centre en garantizar su propia seguridad frente a Rusia, y en reconstruir a Ucrania y prepararla para su integración a la UE, una pregunta candente ocupará un lugar preponderante. ¿Qué ocurrirá con la propia Rusia?
Quedó en claro que la visión de Putin de una Gran Rusia, poderosa a escala mundial, es una quimera. La guerra y las sanciones de Occidente están golpeando duramente a la economía rusa... y cuanto más se prolongue la lucha, mayores serán los costos.
Rusia descuidó durante mucho tiempo su diversificación y modernización económica, lo que implica que el ingreso y las condiciones de vida caerán bruscamente en el país. Alentada no solo por la guerra sino también por la crisis climática, Europa llevará adelante rápidamente la transición para abandonar los combustibles fósiles y Rusia habrá perdido su mercado exportador tradicional en forma permanente.
Ante la escasez de alternativas, ¿se podrá incluso mantener unido al país? Si sus líderes se aferran a la ilusión de revivir la tradición imperial zarista, se arriesgan a sumergirlo en una profunda crisis intelectual. Sin una modernización política y económica integral avanzará tambaleante —con su enorme arsenal nuclear— hacia un futuro incierto. Decididamente no se puede descartar la posibilidad de que Rusia —y, por lo tanto, también Europa— revivan la década de 1990.
Para Europa Occidental, ignorar los desafíos que tendrá al este no será una opción, lo que allí ocurra afectará directamente a todos los habitantes del continente. Tampoco podemos hacernos ilusiones soñadoras sobre el progreso mundial y nuestro propio lugar en el mundo; un agujero negro geopolítico del tamaño de Rusia en Europa Oriental y el norte de Asia no presagia nada bueno para nadie. Putin destruyó más de lo que incluso él probablemente esperaba.
Después de la Segunda Guerra Mundial, al principio de la Guerra Fría, los países de Europa Occidental dieron los primeros pasos para estrechar sus lazos. Después de la guerra de Ucrania, deben mantener esa tradición. Considerando los gigantescos desafíos geopolíticos y las amenazas para la seguridad que enfrentará Europa, no pueden darse el lujo de mostrar debilidad alguna. El Viejo Continente debe crecer... y hacerlo rápidamente.
El autor fue ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania, entre1998 y 2005. Además, fue líder del partido alemán Los Verdes durante casi 20 años.