Siempre me llamó la atención la etiqueta de emprendedor o lo que para la gente significa emprender y las confusiones que a veces esto genera. También la de empresario, que aunque parezca una palabra vieja, debería seguir muy viva y vigente.
Una de las grandes confusiones que percibo es que se reconoce al emprendedor como alguien que innova y al empresario como el propietario de una empresa. Pero no hay empresas ni empresarios sin emprendedores, y los últimos no pueden existir sin una pasión que los motive, sin un propósito que los impulse. Uno de los mayores mitos sembrados sobre emprender es que haciéndolo tendremos más tiempo libre, pero es casi siempre todo lo contrario, la realidad es que un verdadero emprendedor siempre está buscando tiempo (nunca suficiente) y recursos (siempre necesarios) para materializar esas grandes pasiones.
Entiendo que empresario y emprendedor son dos términos que coexisten necesariamente, pero es bueno repasar algunas definiciones que nos ayudan a entender sus usos y evolución. Si bien hay matices entre los términos, la línea entre ambos es bien delgada, y no hace más que desviar nuestra atención a lo que verdaderamente importa: definir el verdadero rol y el valor de los empresarios y emprendedores en la sociedad.
Para algunos la diferencia radica que uno es más proactivo (el emprendedor) y el otro más reactivo (empresario), o que el primero es más idealista y el segundo más objetivo y centrado en la administración, pero en el mundo real de las empresas estas diferencias son difíciles de encontrar, asumiendo en ambos casos roles adjudicados a uno y otro.
El término emprendedor deriva de la voz castellana emprender, que proviene del latín, coger o tomar. Se aplicó originalmente, a los que entonces eran considerados aventureros, principalmente militares, para posteriormente pasar a tener connotaciones comerciales. La palabra fue definida por primera vez en el Diccionario de autoridades de 1732, todavía con esa connotación: “La persona que emprende y se determina a hacer y ejecutar, con resolución y empeño, alguna operación considerable y ardua”. Y así es.
Fue Richard Cantillon el primer economista en introducir la palabra francesa entrepreneur (emprendedor) en el Siglo XII para explicar la función del empresario en la empresa. Ya vemos que el término emprendedor tiene larga trayectoria y fue utilizada desde el comienzo para definir un rol dentro de la empresa, relacionado a la actividad empresarial.
Para Adam Smith, empresario es aquella persona que dirige y gestiona su propia empresa, que es propietaria de los medios de producción, asumiendo los riesgos del negocio como consecuencia de sus decisiones. Aquí rescato que los empresarios son tomadores de decisiones y que estas decisiones impactan en la vida de otras personas.
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Por otra parte, el padre de la economía y el capitalismo moderno escribió en “La riqueza de las naciones” que el “consumo es el único fin y propósito de toda producción; y el interés del productor debe ser tenido en cuenta, solo tanto como sea necesario para promover el del consumidor” El consumidor en el centro, es una noción antigua, que justamente advierte que los intereses de la empresa van después que las necesidades de los consumidores.
Más tarde Schumpeter incorporó la noción de empresario como un innovador y como pieza fundamental del desarrollo de la economía y la sociedad, donde la apropiación del beneficio empresarial por parte del empresario viene justificado por la incorporación de innovaciones en un producto o proceso. El mismo economista austroestadounidense también se refiere a los emprendedores como innovadores que buscan destruir el status quo de los productos y servicios existentes para crear nuevos productos y servicios.
Está última definición es la que más se ajusta a lo que todo emprendedor o empresario debería aspirar. Si bien se considera al empresario como aquel que ejerce el liderazgo en la organización, en el sentido de dirigir a un grupo de personas para la consecución de un fin, este fin debe ir más allá de la generación de dinero por ya sea por un conocimiento o una posición de privilegio. Porque si no es fácil convertimos en prebendarios o caer fácilmente en lo que Simon Sinek llama en su libro “El juego infinito” como el “desdibujamiento ético”, que es básicamente aprovechar ventajas “legales” o de “reglas del juego” para obtener beneficios que van en contra la ética.
Sinek propone construir una “causa justa”, que vaya en favor de algo positivo, “orientada al servicio” e “idealista”, entre algunos rasgos para construir una organización que trascienda el mero hecho del crecimiento y la obtención de ganancias. Creo que es algo que todo emprendedor o empresario debería tener en cuenta al lanzar su propuesta de valor al mercado, un desafío constante que va más allá de llegar a una meta. Pensar más allá de las ganancias es la verdadera esencia de un emprendedor o empresario, y es lo que a la postre dará ganancias, tanto para los negocios como para los consumidores.