De las pocas cosas buenas que dejó la pandemia fue el paso contundente hacia la adopción generalizada de las tecnologías para apoyar los aprendizajes en el sistema educativo, algo que había tenido gran resistencia hasta entonces, salvo valiosos esfuerzos específicos impulsados por socios externos a este.
La resistencia no se da solo en Costa Rica, ocurrió en prácticamente todos los países de la región, y contrasta con la amplia adopción de las tecnologías que han tenido muchos otros sectores de la sociedad. En términos del modelo de Rogers, el sector educación se comportó como uno “de adopción tardía” a las innovaciones.
El cierre de las escuelas impulsó un cambio que provocó la asignación por primera vez de una dirección de correo electrónico institucional para todos los docentes, y de una plataforma para la educación virtual, haciendo que el sistema educativo se acercara a funcionar desde la virtualidad más como un sistema y menos como un conjunto de más de 4.000 islas inconexas.
No obstante, las desigualdades territoriales y sociales en el acceso a la conectividad en los hogares, marcaron diferencias profundas en la posibilidad real de apoyar a los estudiantes durante la pandemia, exponiendo una realidad que sin duda estaba desde antes, pero que se había amortiguado parcialmente en el centro educativo, a pesar de la resistencia señalada y gracias a esos esfuerzos puntuales. Y aquí surge otro efecto positivo de la pandemia: volver a valorar al centro educativo como espacio fundamental para reducir brechas: un lugar seguro para jugar y aprender; reconocer e interactuar con los “otros”; tener acceso a los comedores escolares o a Internet y dispositivos para funcionar en un mundo permeado por las tecnologías.
El muy necesario regreso a las aulas, abre sin embargo el riesgo de perder este avance, tan importante para el desarrollo de una educación híbrida, y para el difícil proceso de nivelación y recuperación de los aprendizajes que no se lograron durante la pandemia: si los docentes encuentran la mismas condiciones de conectividad insuficiente e insegura que han privado en los centros educativos, se podría fácilmente retroceder al estatus prepandemia, limitando seriamente la educación de toda una generación ya duramente golpeada.