Un elemento fundamental de la democracia es la duda permanente sobre la titularidad del poder. El politólogo Adam Przeworski la ha definido como una forma de incertidumbre institucionalizada, como un sistema político en el que los partidos de gobierno pierden elecciones, cuando los resultados son conocidos antes del conteo no hay democracia.
Las elecciones, además de transparencia, registros electorales objetivos, acceso a la información, pluralismo de opciones políticas, observadores neutrales independientes, tienen que ser inciertas, cuando los ganadores se conocen, la legitimidad desaparece. Sin opciones políticas la gente vota pero no elige.
La administración honesta y limpia de las elecciones es un elemento esencial para el proceso democrático, pero el estado de derecho y la participación libre e inclusiva son determinantes para la democracia.
Los falsos demócratas manipulan los mecanismos electorales para asegurarse desde temprano el resultado. Sin libertades públicas la emisión del voto está viciada. Sin libertad de expresión y de comunicación la libre voluntad ciudadana no es posible y el discurso del poder confisca el espacio público.
Los autócratas no pueden poner en riesgo su poder y por eso hacen desaparecer la división e independencia de poderes. Poderes judiciales y tribunales electorales bajo el control dictatorial sirven para interpretar leyes autoritarias en beneficio de los tiranos.
Los violadores de la libertad aseguran su poder al deshacerse de la competencia. Asesinan a sus rivales políticos, los encarcelan o los exilan. Sin rivales de peso se inventan adversarios de papel para maquillar las votaciones y consumar su perversa voluntad de poder.
Las elecciones del pasado domingo en Nicaragua son un ejemplo de esto. Asesinatos masivos en el 2018, persecución, encarcelamiento de opositores y precandidatos, control y amenazas sobre jueces, policía, ejército, diputados y empleados públicos, fruto todo de una pareja de déspotas delirantes.
Una minoría de nicaragüenses fue a votar, pero no podían elegir, carecían de opciones políticas, los siete precandidatos presidenciales de oposición están en la cárcel. La sociedad civil no ha podido expresarse, pues empresarios, estudiantes, intelectuales y periodistas están presos. Llevan razón los jóvenes nicas cuando dicen que no había por qué, ni por quién votar.
Ante la ausencia de credibilidad el dictador recurrió a la represión, pues como lo ha señalado una encuesta de CID-Gallup: el pueblo nicaragüense en un 58% opinó que hacía mal o muy mal sus labores y un 69% desaprobó su gestión como presidente. Preguntados por su intención de voto, el 65% dijo que votaría por un candidato de oposición y tan sólo un 19% por el candidato sandinista.
Perversamente Ortega ha llamado satánicos y terroristas a los sacerdotes católicos y el obispo Baéz ha tenido que abandonar el país ante amenazas de muerte por su denuncia de la opresión de la monarquía dinástica y cleptocrática.
Ortega seguirá en el poder sojuzgando al pueblo nicaragüense apoyado por otros autócratas entre los que destacan cubanos, rusos y venezolanos. Especial preocupación causa la presencia rusa por su apoyo con equipo y entrenamiento militar, así como por sus actividades de escucha e inteligencia en la región.
En el siglo XIX entreguistas nicaragüenses llamaron a Walker para consolidar su poder e incendiaron la región. Hoy la pareja esotérica llama a Putin para que les apoye y avalan las invasiones del autócrata moscovita en el Cáucaso y Crimea.
La reacción de Washington no se ha hecho esperar y el Congreso norteamericano aprobó la ley Renacer que introduce limitaciones significativas al crédito de organismos multilaterales hacia Nicaragua, llama a evaluar la presencia rusa y pide revisar la pertenencia de Managua al Tratado de Libre Comercio con los EUA.
La Unión Europea revisa la participación de Managua en el acuerdo de asociación con América Central. Josep Borrell, jefe de su diplomacia, ha señalado que Nicaragua es una de las peores dictaduras del mundo. Añadiendo que “La UE va a continuar insistiendo en la democracia, el Estado de derecho, la liberación de presos políticos y elecciones libres, puesto que las que se van a celebrar en noviembre son falsas, organizadas por una dictadura”.
De nuevo Ortega nos inscribe en la lucha entre potencias y expone a su pueblo a las carencias de una economía deprimida por falta de acceso a los mercados.
¿Qué vendrá después de la farsa electoral? ¿Cuáles son las probabilidades de que surja un desafío al poder ilegítimo de esta segunda estirpe sangrienta? ¿Cuál será el papel y los efectos de la continuada presión internacional sobre el régimen Ortega-Murillo?
Una mayoría internacional condenará el circo electoral de la familia Ortega y las sanciones sumirán más a ese país en el atraso, las migraciones aumentarán y la inestabilidad regional también. Es de esperar que pasado el proceso electoral el régimen trate de iniciar negociaciones y de aliviar parcialmente las tensiones.
El dialogo no se podrá rehusar pues es importante tomar esa ruta para aliviar la pobreza, las violaciones de derechos humanos, mejorar la gobernanza democrática y ensanchar las grietas del poder autocrático.
Empero es preciso tener claro que el margen para la apertura democrática es reducido para un régimen que lo ha apostado todo a la represión y a los conceptos políticos fascistas de democracia soberana y autodeterminación absoluta, aprendidos en Moscú, para justificar la destrucción de la democracia y su permanencia indefinida en el poder.
La Asamblea de la OEA en Guatemala revelará las divisiones latinoamericanas en torno al conflicto democracia autoritarismo, pero también podría surgir una mayoría que condene la farsa electoral del régimen autoritario.
La historia de Nicaragua pareciera un ciclo vicioso de un pueblo condenado a la repetición de sus tragedias. Los nicaragüenses experimentan fases democráticas y luego vuelven a la autocracia. Las votaciones del siete de noviembre evidencian esta triste secuencia.
La revolución democrática de hace cuatro décadas se transformó en un ensayo totalitario teñido por la geopolítica de la Guerra Fría. Dichosamente el fin de la confrontación entre bloques propició una primavera democrática que gradualmente cayó en las manos del autoritarismo, hoy atrincherado en un bunker, como Somoza en su época.
La historia se repite: una estirpe sangrienta vuelve y un pueblo se rebela contra la farsa electoral, en busca de la libertad, aunque la victoria no está cercana.
Para Costa Rica la situación es difícil, pues coherente con sus principios debe condenar la depravación electoral autoritaria, pero la contigüidad territorial nos impide una ruptura total con un régimen militarista que pondría en riesgo nuestras relaciones comerciales con Centroamérica, haciendo peligrar miles de empleos y aumentando tensiones fronterizas, el equilibrio es delicado.