Gladys Jiménez siempre tuvo clara su pasión por la gastronomía y que hay que esforzarse por lograr los sueños. Cumplió. Ahora tiene su propio mini food truck: Avenida 29 Gormet.
Cuando tenía siete años quería tener unas zapatillas tenis. En su casa nada era regalado. Todo había que ganárselo.
Ella pensó que podía ir de casa en casa vendiendo pastelillos. Como era muy pequeña, su padre, Marco Antonio, la acompañó.
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Él es comerciante. Primero tuvo una pescadería en el Mercado Central y luego una licorera en Barrio Córdoba.
Además de enseñarle a Gladys y a sus tres hermanas que había que ganarse lo que que querían, les inculcó que nada se ganaba fácilmente.
Repetía aquello de que “quien madruga…” y él mismo lo hacía, pues se levantaba de madrugada para ir a atender su negocio.
Las hijas también aprendieron el día a día de lo que es levantar una empresa, pues siempre ayudaban en los comercios de don Marco.
Ya en el colegio, Gladys combinaba su tiempo entre el negocio y las clases.
Cuando llegó el momento de estudiar lo que tanto le apasionaba se encontró que su familia no podía costearle su carrera.
Un cuñado le dijo que tenía dos opciones: trabajar en un restaurante o vender comida.
Le prestó diez mil colones y le dio la idea de lo que podría empezar a hacer.
Ella quería instalar una cafetería.
Con ese capital lo que hizo fue empezar a hacer pasteles y frescos. Luego preparaba desayunos.
Todo lo metía en una canasta y se iba a las puertas de las instituciones, con el peso encima de su mercadería, a venderla a los funcionarios.
También se dio alguna vuelta por donde había obras de construcción para venderle a los operarios.
El fuerte era la venta a empleados públicos.
Era el año 2009. También empezó a vender semillas (almendras, marañón y otras).
Su idea era vender alimentos saludables, por lo que ofrecía queques de zanahoria y sin azúcar, por ejemplo.
Después introdujo miel de abeja y aceite de coco.
Cada mes agregaba un producto nuevo.
Con lo que ganaba llevó cursos de alimentos en centros privados.
-¿Y en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA)?
-No- responde. -El horario era de todo el día, desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde y yo necesitaba estar en la mañana vendiendo desayunos. No tenía otra opción.
Como a los ocho meses Gladys compró una motocicleta, una Vespa, en la cual podía cargar ahora dos canastas, una a sus pies y otra en el asiento del acompañante.
Ya no tenía que llevarlas ella misma.
“Estaba muy emocionada”, cuenta. “Estaba cansada de llevar hasta 100 pasteles y 30 refrescos en una canasta”.
Con la Vespa empezó a ir hasta Alajuela y hasta Heredia. Además, le encargaban almuerzos.
Hace nueve años empezó a ir a las ferias del agricultor de La Verbena en Alajuela, de Zapote y de Tibás.
Empezó vendiendo piña y yuca.
Luego pasó a lo suyo, vendiendo comida saludable. Se instalaba (se instala, pues todavía lo hace) con un toldo, una mesa, un mantel, unos bancos.
Para transportarlos alquilaba un camión que la fuera a dejar y luego la recogiera.
También vende envasados: cúrcuma, jengibre, mantequilla de almendras, aceite de aguacate, mantequilla de maní, entre otros. Todo orgánico.
Incluso abrió su propia cafetería. Duró dos años, pues el problema era que las empleadas que contrataba no eran ni muy puntuales ni muy constantes.
Una cosa llevó a la otra. En enero del 2019 adquirió el vehículo para el mini food truck.
Lo venía pensando desde hacía tiempo. Era su sueño. Nunca había pedido préstamos. Juntó unos ahorros y la agencia Motoflix le dió financiamiento.
Esta agencia tiene la representación de los vehículos de la marca Piaggo, entre los que se encuentran los motocarros APÈ, utilizados para los mini food trucks.
En Costa Rica al menos diez emprendedores utilizan esta opción, entre los que se encuentra Gladys.
El negocio de los foods trucks no es solamente de trasladarse de un sitio a otro.
Como otras empresas -especialmente en el área de alimentos- debe tener los permisos del Ministerio de Salud.
Si va a un evento o a una feria en un cantón específico, debe tener la autorización municipal.
Por supuesto, hay que cumplir con la parte tributaria y tener inscrita la empresa.
Lo que más le duele es que los trámites no son fáciles y que se pierde mucho tiempo.
Tiempo en que ella podría estar vendiendo.
La contratan para que vaya a desayunos, a almuerzos y a cenas. La llaman para eventos empresariales (“es lo fuerte”, dice) e incluso para baby showers.
Cuenta con varios colaboradores, que le ayudan cuando se requiera, incluyendo a su esposo, Marcos Méndez. Llevan tres años de matrimonio.
“Él es un gran apoyo”, recalca.
Ella tiene claro que lo logrado es producto del esfuerzo. Nada más.
“Las personas que quieren emprender no se deben dar por vencidas”, dice Gladys. “Deben luchar y creer en sí mismas. Deben trabajar, porque todo cuesta”.